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Yo no olvido el año viejo


Se terminó 2012 y con él una serie de historias sin sentido. Hay que saber cuándo parar, dicen los clásicos. Pues yo paré anteayer. El amigo que perdí, lo perdí y el que volvió, pues volvió. No más ruegos. Quienes transitaron por mi vida dejando cosas buenas y desaparecieron, tendrán siempre un lugar importante en mi corazón. Quienes enloquecieron y no dejaron más que confusión tendrán siempre la puerta abierta para explicaciones. Quienes me enseñaron lecciones por la mala y me dejaron girando sin saber qué es lo que pasa, tendrán mi eterno agradecimiento, porque hay cosas que no iba a aprender más que así.

Se terminó 2012 y yo tengo en una mano la incertidumbre laboral y en la otra la felicidad más curiosa de las felicidades que he tenido en la vida. El año pasado me dio una familia, la que he tenido siempre pero que ahora, por primera vez en nunca, quiere jugar a ser una familia de verdad: pasear, comer, reír, ir al cine, compartir, conversar, ir de compras, cenar, bailar, hacer pijamadas, enojarse, cansarse, desesperarse, y volver a comer, reír, jugar, y conversar. Lo había visto en las películas, pero esta vez lo experimenté en la vida real.

Se terminó 2012 y he decidido que no será recordado como el año en que se destapó el más grande de mis dolores. Será recordado como el año de la buena comunicación entre las mujeres, el año en que escuché hablar al corazón de mi hermana mayor y en el que mi madre y mis hermanas escucharon el mío. Pasará a mi historia 2012 como el año en que sólo cumplí uno de mis propósitos y sin embargo hice mucho por arreglar mi vida y fundar un futuro más parecido al que deseo.

Me costó trabajo el 31 hacer mi lista de cosas malas. Me costó bastante menos hacer mi lista de cosas buenas. No me he puesto ni un solo propósito (aunque tengo una voz en off que me va dictando un montón de planes). Este año no haré una lista de lecturas. No haré una lista de propósitos. Mis deseos, cada vez más claros, se los pedí a las campanas con las uvas, sin haberlos planeado antes. Se terminó 2012 y yo hice sólo una lista: la de pendientes. ¿El plan? Que 2013 fluya, que sea un gran año y que nos deje respirar. Que todo lo que se revolvió el año pasado se asiente y que cada cosa caiga en su lugar. Que encontremos dentro de cada uno de nosotros la posibilidad de crecer y ser mejores sin estresarnos. Que vivamos más tranquilos. Que la economía mundial no nos lleve al traste. Que las decisiones de nuestros políticos no nos jodan tanto como los seis años anteriores. Que la honestidad vaya ganando plazas. Que la pobreza de espíritu pierda a todos sus voceros, a todos sus aliados y a todos sus seguidores. Que reine la amistad y que no olvidemos lo aprendido.

Se acabó 2012 y hoy, 2 de enero, he logrado hacer una lista de lo que quiero y lo que espero que signifique este nuevo año para mí, para mi país y para toda la gente. ¿Ustedes que le piden al año nuevo?

Los villancicos y las navidades pasadas


Anoche iba de regreso a mi casa y en la calle escuché a una niñita que iba de la mano de una mujer decir “Otro día me compras una película de Santá Clós, abue?”. Y la abuela dijo que sí. Qué película de Santa Clós está padre y de dónde la va a sacar la abuelita, no lo sé… Ahora que empieza a despertar, bastante entumido, mi espíritu navideño estoy decidida a recolectar nuevos recuerdos y borrar algunas navidades pasadas. Dicen los budistas que es una chamba individual elegir cada recuerdo. Entonces, yo tengo que decidir si todas las navidades anteriores estuvieron pinches o si hubo cosas buenas y cosas malas, y cuáles fueron cuáles y con cuáles me quiero quedar.

Hay muchas cosas que creo haber olvidado, o combinado, o bloqueado, porque definitivamente no puedo contar 34 navidades. Bah, sé que la primera la pasé con una familia ajena, pero naturalmente no la recuerdo. Sé que alguna la pasé en San Antonio y que era muy pequeña y me dio mucha emoción que Santa Clós supiera en qué habitación de qué hotel estaba yo. Llegaron mis tres primeras Barbies y la casa armable y un montón de accesorios. Y, a pesar de que no sé qué año fue, es una navidad que recuerdo con especial cariño. Años más tarde supe que mi Santa ese año fue mi hermano el mayor.

Hay algún recuerdo del kínder con un Santa que escuchaba las peticiones de tooodos los niños. Y algunos otros años vestida totalmente invernal con gorro y chamarra y guantes (mittens, no gloves) del mismo color que los de mis compañeritos de escuela, dando vueltas en el patio cantando Frosty the Snowman o Let it Snow para entretener a las mamás que seguro tenían frío, y probablemente hueva, pero jamás faltaban a vernos cantar y bailar.

Recuerdo casi con ternura las cartas que escribía pidiendo regalos. Siempre pedía algo para mi papá y para mi mamá. Y conforme me fui haciendo grande y me enteré de ese secreto… ¿ya saben? Que Santa Clós… ¡ESO! Aprovechaba esas cartas para mandarles mensajes “subliminales” a mis padres. Cosas como “que no nos vayamos a vivir a tal otro lado”, “que mi papá no se enoje tanto”, “que me dejen ir a la fiesta de Fulanita”, “que no tenga yo que acompañarlos a no sé dónde”… Pero mucho antes de que sufriera yo aquel terrible baño de realidad, recuerdo que los Reyes Magos me dejaron un vale por una bicicleta. ¡Lo más emocionante es que el papel tenía mi nombre en serigrafía rosa! Mucho tiempo después volví a ver esos papelitos: habían sobrado de mis recuerdos de bautizo. Pero ese momento fue increíble “¡Mamá, el papel tiene mi nombre!” sin detenerme ni un segundo a preguntarme por qué la letra de alguno de los reyes era idéntica a la de mi mamá.

De chicos siempre nos da mucha emoción aprendernos una canción nueva, y nos creemos los muy muys presumiendo que nos la sabemos completita. A mí me dio especial emoción aprenderme The Twelve Days of Christmas, y me apena enormemente confesar que ya no me acuerdo más que de pedacitos.

Supongo que el amor por el villancico cuando eres chiquito tiene que ver con que lo cantas en grupo. Todo el mundo se sabe esas canciones, y cantándolas formas un lazo con los compañeritos y amigos del colegio, con la mamá, con los vecinos, con tus hermanos, con los papás de tus amigos y con los amigos de tus papás.

Y sí, odio y odiaré los villancicos siempre que no sea diciembre. Los de las series de lucecitas me parecen fastidiosos. Creo que algunos, como Jingle Bells, deberían vetarse al menos un par de años. Y si van a poner a los enanos a cantar Adeste fideles, tómense la molestia de contarles qué dice en español, no?