Archivos Mensuales: May 2012

Proyectos inconclusos


De niña les pedí a mis papás que me compraran un piano. Mi madre dijo que había uno en casa de los abuelos y que practicara ahí. Empecé a tomar unas clases y pronto vieron que ir a casa de los abuelos era muy lejos y mejor me compraron un tecladito. Tomé clases tres veces por semana y al ver que no era cosa fácil volverse una gran concertista aborté la misión y boté el tecladito.

A los nueve años vi que todas mis amigas iban al catecismo y le pedí a mi mamá que me llevara. Todas iban a tener una primera comunión con desayuno y muchos niños y yo también quería la mía. En eso un poco más constante: me mantuve católica practicante hasta los 19 años. Hice la comunión y la confirmación, pero hasta ahí llegó mi “fe”.

A los 13 años decidí que quería estudiar literatura. Como muchos, quería dedicar mi vida a leer y escribir. A los 20 años entré a la UAM a estudiar letras hispánicas. No aguanté ni un trimestre. Por suerte me aceptaron en letras inglesas en la UNAM y salí corriendo de Iztapalapa a la paradisiaca Ciudad Universitaria. Luego tuve que abandonar la escuela por múltiples razones, dejando pendientes 15 materias. Empecé y terminé el servicio social, pero nunca pedí la carta de liberación.

También a los 20 años entré a la escuela de escritores de SOGEM. Hice buenos amigos, recolecté un buen número de recuerdos, coleccioné un par de gotitas para el ego y la abandoné sin terminar el diplomado: escribía más antes de entrar a la SOGEM.

Y, así como les cuento, he empezado un millón de proyectos y difícilmente he concluido alguno. Empecé una novela, un libro de cuentos, varios cuentos solos, un millón de malos poemas… Empecé a trabajar en bares y restaurantes y pensé que convenía hacer carrera en ese ramo: aprender todo lo que hubiera que saber al respecto y luego poner mi propio negocio. Pero salí de ahí y empecé a trabajar en revistas. Misma cosa: aprender todo lo que hubiera que saber y volverme la editora que las revistas mexicanas se arrebatarían. Pero llegó la crisis de 2009 y me botaron pa la calle. Entonces regresé a cerrar uno de los muchos proyectos empezados: la licenciatura. Terminé en un año las 15 materias, repetí el servicio social y pedí la carta, hice el examen de tercer idioma y lo aprobé, empecé a escribir una tesis y estoy cerca de terminarla (sólo me falta sentarme a hacerlo).

Este enero me propuse tres cosas: hacer ejercicio, leer un libro a la semana y no comprar libros nuevos para leer al fin todos los que hay en mi pequeña biblioteca. Compré una máquina para hacer ejercicio y la he usado todos los días excepto un mes sí y un mes no. Voy exactamente nueve libros atrasada y he comprado, si no me equivoco, un libro al mes.

Pero además me he puesto dos nuevos objetivos. El mes pasado decidí asociarme con un par de amigas y poner un negocio, y con otra quedé en escribir un libro.

Haciendo un recuento, este año tengo que hacerme tiempo todos los días para leer, hacer ejercicio, montar un negocio, terminar la tesis, escribir un libro, actualizar este blog, cumplir con mi jornada laboral de ocho horas, comer, dormir y meditar… Todo con miras de pronto tener un hijo y un perro. Algunas personas son más eficientes que yo. Algunas son más ambiciosas. Muchas se plantean objetivos más realistas. Yo no soy ni realista ni ambiciosa ni eficiente. Soy una soñadora. La ventaja es que con eso nada se pierde.

Mamá, hoy en tu día…


Esta mañana me bajé del taxi un poco antes de llegar a la oficina y tuve que cruzar a pie la gran avenida. Abrí mi libro (La educación sentimental de Flaubert) y leí un par de párrafos. Muy cerca de la banqueta pasó una de esas camionetas con un par de “señores” que dan algún servicio como conectar el teléfono, arreglar la luz, instalar la tele o cosa por el estilo, y pensé qué mala pata sería que me atropellaran justo hoy, día de las madres.

Naturalmente, esto trajo una serie de recuerdos a mi mente: los 10 de mayo de la vida no suelen ser días totalmente agradables:

Por alguna razón mi padre creía que un electrodoméstico era un gran regalo para una madre. ¿Cuál sería el slogan en su mente? “Consiéntete con una plancha que echa mucho vapor” “Hoy en tu día, aspira” “Si de hacer el jugo de tu marido se trata, Osterizer” …

Claro, compensaba invitándola a comer a algún sitio lindo de esos impecables donde es perfecto el servicio, la comida es deliciosa y no puedes entrar con tenis ni sin corbata. ¿Ya saben? Esos sitios con hermosos jardines y shakers chiquititos para servirte el martini individual en la mesa. Y allá íbamos los tres. Que yo recuerde casi siempre atinaba a hacer una reservación, lo cual no garantizaba que nos sentáramos luego, luego. Pero el problema no era tanto la espera (desagradable en sí), sino el servicio: pobres meseros encamotados, corriendo de un lado a otro, cobrando lo mismo porque el 10 de mayo no es feriado oficial, con poco personal en la cocina porque seguro habrá quien se tome el día porque es madre o tiene madre o se puso hasta la madre. Aclaro que mi mamá es muy paciente y no suele demostrar incomodidades ni inconformidades. Pero sí recuerdo su carita de horror aquellas tardes en que le tocaba comer entre globos, flores, niños que corren, bebés que lloran, hijos adultos que empedan y abuelas que  ponen carita de “aquí nos tocó venir”. Trataba de sonreír porque mi papá estaba invitándola a comer, dándole lo mejor que se le había ocurrido.

Recuerdo con particular incredulidad el día de las madres cuando estaba en tercero de primaria: me devolvió la maestra un examen de cálculo mental naturalmente reprobado que tenía que llevar firmado al día siguiente. Me apenaba tanto llegar con mi mamá con una manualidad chueca y feita en una mano y un examen reprobado en la otra… Mi hermana salió al quite, heroica como siempre, y falsificó la firma de su padre. Mi mamá nunca vio ese examen, cumplí con la tarea y descubrí una de las muchas ventajas de tener una hermana mayor. Confesé nuestra fechoría años después, cuando ya no había más matemáticas que reprobar.

Hoy es día de las madres. Hoy la mayoría de ellas se pinta la boca. Muchas se pondrán zapatos y un vestido bonitín y saldrán a la calle sin tubos en el pelo. Ya las vemos caminando tan contentas con la rosa roja desconchinflada que las maestras mandaron con cada hijo. Contentotas y amontonadas, o en su casa batallando con los chamacos porque los mandaron para allá pensando que las madres en su día lo que más desean es pelear con sus enanos. Es el día en que los hijos mayores llevan mariachi a su madre, la sacan a pasear, pagan un cuentononón y cruzan la ciudad con tal de que ella note la diferencia entre este y un día cualquiera. Es el día en que se echa a andar la economía. Espero que hayan aprovechado las ventas nocturnas y que no se les haya ocurrido comprar flores a última hora. Espero que no hagan caso a los anuncios en el radio y no le hayan comprado un purificador de agua. Espero que hayan tenido la decencia de hacer la comida y no dejar que ella la haga, o al menos que laven los trastes. Y si no tienen madre, tengan al menos la decencia de recordarla fuera de bares y cantinas. Emborracharse con el pretexto de que no tienen a quien celebrar es de pésimo gusto, querido lector. Mejor escriba sus recuerdos en un blog.

Mafia al volante


Hace mucho tiempo que no cuento una historia de taxistas (Hay quien dirá que hace mucho que no cuento nada de nada), así que ahí les va una:

Hoy, como casi todas las mañanas, me subí a un taxi para ir al trabajo. Independientemente de los consejos de seguridad que oímos por todas partes —que tenga placas de taxi, que traigan el tarjetón con su identificación, que los vidrios no estén polarizados— tengo mi propio set de reglas para elegir un taxi: que no sean cucarachos que se inventan carriles, que el conductor no se vea como que se acaba de levantar, que el carro no esté lleno de golpes y todo traqueteado, que no sea un vocho, que no traiga música a todo volumen y, que no me eche las luces cuando estoy parada esperando.

Pues bien, hoy elegí un taxi como cada mañana y me equivoqué. Era uno de esos “radio taxis” cuyo conductor supone que para entrar en el rubro de radio taxi no basta con tener un radio en el taxi sino con usarlo sin parar ni un segundo. Yo no sé qué opinen ustedes, pero en la rama del radio taxi prefiero que limiten sus comunicaciones a avisar cuando te subes y cuando están listos para tomar otro servicio. El conductor de hoy opina lo contrario. Pero, además, el lenguaje en que se comunicaban no era humano, era numérico pero tampoco era binario. Todo eran claves: “24 en 28 con 21 a 54” y las respuestas eran similares. Confieso que me pusieron nerviosa. ¿Está diciendo que lleva a una mujer vestida de tal forma hacia cierto punto de la ciudad? ¿Están poniéndose de acuerdo para asaltar una gasolinera y usarme como accesorio? ¿O simplemente están comentando que ya es hora de parar por una torta de chilaquiles?

Pues bueno. A mí me habría gustado leer en el camino, cosa que fue imposible por el parloteo entre conductores. Sentí un poco de pena por el hombre cuando vi que tiene en la ventana pegado un letrero que dice “Gracias por su propina”. ¿Pero cómo supone que le voy a dar propina si ha sido el viaje más estresante en mucho tiempo? Y para colmo, cuando llegamos a mi destino, le pagué y me respondió: “¿No tiene cambio?”. ¡Diosanto! Si le hubiera dado un billete muy grande para pagar una cantidad muy chiquita, lo entendería. Pero no fue el caso. Si dedicara la cuarta parte del tiempo que le dedica al chingado aparatito a parar en una gasolinera y cambiar cien pesitos por morralla, sería mucho más afortunado. Cierto que uno no puede pretender que traigan 500 pesos en cambio, pero 25???

Sí, me puso de un humor del carajo…

Y en el mismo rubro, pero en otro rumbo: ¡Aguas con el sitio que está afuera de Perisur! El domingo pasado quise tomar un taxi de ahí para ir muy cerca del Hospital Ángeles del Pedregal, un trayecto de 15 minutos, a lo mucho. El señor me dijo “Cien pesos, es lo que cobramos”. Pero la semana anterior un taxi mucho más decente me cobró 150 por llevarme al mismo lugar desde BASTANTE más lejos. Digamos que me estaba cobrando cerca del triple por llevarme al mismo sitio. Y tampoco es que tuvieran una apariencia de esas que la hacen a una sentirse muy segura. Eran unos tipos que, básicamente, me habrían asaltando con mi consentimiento. Paré un taxi de la calle que me cobró 26 pesos. ¿Suena coherente?

Mafias: no nos dejan leer, no nos permiten sentirnos seguros, nos hacen perder tiempo o dinero, y además se quejan por lo injusta que es la vida con ellos…