Archivos Mensuales: junio 2012

Define «cita»


Anoche salí a cenar con una amiga y en la mesa de junto había un hombre y una mujer un poco mayores que nosotros que bebían una botella de champaña (o cava o vino blanco espumoso o a saber…). Después de un par de horas, terminaron a los besos. Es imposible como observador externo saber si los besos son práctica común entre ellos, si esa era la intención de dicha reunión o si todo se lo debemos a la música y las burbujas. El chiste es que observar a estas personas me hizo mirar a todas las otras mesas. Yo no sé si sea casualidad, pero sólo las mesas conformadas por un hombre y una mujer tenían hielera con botella de champaña. En las mesas con grupos de más de dos, en las de dos mujeres o en las de dos hombres las bebidas variaban, ninguna implicaba hieleras y copas flauta. ¿Es la botella de champaña una cualidad de “cita romántica”?

Por supuesto que no me aguanté. Tuve que preguntarle a un amigo que trabaja en este restaurante si él considera que el tema “botella de champaña” implica romance. Dijo que no, que en realidad es bastante barato y por eso mucha gente lo prefiere.

¡TOING! Yo estaba segura que botella de champaña en la mesa era si una cualidad de la cita en sí, al menos un pequeño síntoma. Resulta que no. ¿Entonces qué conforma una cita? Una de mis hermanas asegura que una salida con un alguien que está interesado en romancear tiene las siguientes características:

–       El sujeto pasa por la sujeta, en coche, en taxi, a pie o en metrobús. El tema es que él la busca a ella.

–       El sujeto paga la cena o el cine o los tacos o las chelas.

–       El sujeto lleva a la sujeta a su casa en el mismo medio de transporte en que pasó por ella o en uno diferente, a su elección.

Yo argumentaba que si un chico quiere salir con una chica pero no tiene mucho efectivo se vale que paguen a mitades. Ella dijo que un chico que no tiene dinero para invitar a una chica, no propone una salida. Tal vez es cierto.

Pero entonces sigo donde empecé: ni la cuenta, ni el transporte, ni la bebida son signo de cita. ¿La actividad?

La verdad es que hay un montón de cosas muy disfrutables que se pueden hacer de a dos y no necesariamente implican enamoramiento: salir a caminar mientras tomas un té en el parque. Ir por helado y comerlo en una banca platicando. Comer sopa de almejas en un día de frío. Ir al cine y compartir las palomitas. Rentar una peli y verla tirados en el sillón. Un picnic en CU. Una cena preparada por alguno de los participantes. Unos vinos en un sitio lindo. En fin, hay tantas opciones como personas en el mundo. El clásico de las películas, dinner and a movie, es una actividad de lo más común que todos hemos realizado en repetidas ocasiones. Es tan común que lo hacemos con amigos y parientes; y a pesar del cliché hollywoodense, en general no se trata de una cita de amor.

Ahora tengo claro que ninguna de las anteriores es una cita romántica por definición. Pero también entiendo que podrían serlo, si se presta la ocasión. O sea que dos cuartillas y feria después sigo sin saber. ¿Y usted? Tal vez no es una cita si no es claro como la canción: «Seis rosas amarillas para Rosa María… para decirle que la quiero y que espero una cita de amor».

El mágico mundo de las redes sociales


Es una verdadera maravilla lo que pueden lograr las mugrosas redes sociales. Levantamientos, protestas, unión y reunión, intercambio de ideas, diálogo, difusión… Ahora podemos saber qué es de la vida de Fulastrín sin haber hablado con él en años. ¡Qué bien! También implican un riesgo: que tu vida no existe más que ahí, tu única red social es cibernética, tienes miles de amigos, pero nadie con quien salir el viernes en la noche.

Pero tienen ese otro lado nocivo, venenoso, que se va apoderando de todo hasta volverse una obsesión. Cuando abrí mi cuenta de Facebook pasaba hoooras ahí metida. Me encantaba mandar y recibir pendejaditas, jugar y publicar toda mi vida, aunque fuera con un seudónimo. Mi marido no tenía Facebook, así que además era tema de pleito. Poco a poco fue perdiendo la gracia. Ahora aquel marido tiene Facebook y yo no.

¿Por qué lo cerré? Porque es un medio nocivo. Porque hay gente que usa las redes sociales para acosar, chingar y ofender a otros. Porque hay gente que las usa para contar cosas muy personales que francamente prefiero no saber. Porque de pronto importa quién te escribe y a quién le escribes, porque todo lo ahí publicado puede sacarse fácilmente de contexto y convertirse en veneno, porque hay quienes lo viven como una realidad, y lo que pasa en Facebook les perturba la existencia una semana. Porque de pronto, por medio de un “muro”, estamos metidos hasta la cocina en la vida y las relaciones de los demás. Si no fuera por el mentado Facebook, no te enterarías de que tu gran amiga invitó a la exnovia de tu novio a una fiesta; no te enterarías de que esa chava que te trae asoleada le manda corazones y caritas felices al que te gusta a ti; no sabrías que hubo viaje o reunión o fiesta o encuentro al que no fuiste requerido y no habría forma de que un buen día alguien se acercara a decirte “Qué bien se la pasan tú y Chuchita de reventón. Vi sus fotos en Facebook”.

Tal vez, en las redes sociales ocurre lo mismo que en el trabajo: no hay que mezclar lo social con lo personal, los negocios con el placer, lo divertido con lo serio, la pareja con los amigos, los amigos con la familia, la familia con la pareja… A mi segundo esposo nunca lo tuve en Facebook y las cosas fluían bastante bien, hasta que cometí el error de hacer amistad cibernética con sus amistades y poco a poco me fui enterando de sus andanzas y deslices cuando salía de viaje y otras historias. Luego, meses después de la separación, cuando él ya vivía en otro país, me seguían apareciendo novedades de su vida. La ventaja es que pronto dejó de importarme. Pero igual, no estaba padre.

Tengo una amiga muy querida que sufre muchísimo por lo que ocurre en ese mundillo, como si importara realmente. Qué le dijo quién a quién y qué le contestó al otro. Qué publica alguien y si tendrá mensajes cifrados. Serán para ti o para mí o para ella o para quién. Claro que eso lo escribió pensando en mí. Pero esto otro lo escribió pensando en ella. Al final, cada quién ve lo que quiere ver y creerle todo a Facebook es más peligroso que creérselo a la Iglesia.

Cierto que cada quien decide lo que comparte. Pero pocos se detienen a pensar si dañan o pueden ser dañados a través de lo que publican. Recordemos que la ropa sucia se lava en casa y que los trapitos, a menos que estén muy limpios, no vale de mucho ponerlos al sol. Twitter es distinto. Este blog es distinto. Nada es personal. Nada es serio. Sólo son quejas y lo demás es diversión.

La imitación y sus bemoles


Lo malo de que nuestras personalidades sean una especie de rompecabezas de cualidades de la gente que admiramos es que, con el paso de los años, terminamos volviéndonos todos un poco iguales a todos los demás. Por ejemplo: si usted tiene tres grupos de amigas (o amigos) que son distintos entre sí, usted será el polinizador de cada uno de estos grupos con nuevas expresiones. Así, el grupo de las señoritas bonitas y reventadas transmitirá su argot al de las señoritas bonitas que sólo salen a cenar, que a su vez contaminará la jerga del grupo de señoritas trabajadoras que se guardan en su casa.

Pero entes polinizadores hay muchos, no sólo uno por cada grupo. Así, de un grupo de seis personas, habrá otros 12 o 18 grupos contaminados de expresiones, modismos, estilos y hasta pasos de baile. Y éstos a su vez lo transmitirán a gente que conocen en otros barrios, en otras ciudades, en otros continentes. Pero además, al emplear el término ajeno como propio, se lo explican como mejor pueden. Entonces, expresiones que para un grupo son totalmente claras para otros resultan confusas. Adjetivos que se usaban en buena onda terminan tomándose a mal. Lo que para unos era un halago para otros es todo lo contrario. Y al final, nomás no nos comunicamos porque el ente polinizador sólo contagia la expresión, pero no la carga genética completa.

También debemos tomar en cuenta que el lenguaje es una de las cosas más contagiosas entre hombres y mujeres y mujeres y mujeres y hombres y hombres… Todos nos hemos descubierto usando expresiones que le escuchamos a alguien en repetidas ocasiones. De hecho, nos descubrimos usando expresiones que sabemos que son incorrectas, aunque a veces las usamos para reírnos y otras sin querer. A veces copiamos expresiones de gente que no nos agrada. Eso es gracioso, cacharnos usando las palabras que usa o usaba la tía que te caía gorda, la compañerita idiota, el amigo lelo, la maestra ojeta… Burlarte tanto de una expresión hasta que terminas haciéndola tuya.

Hay expresiones chocantes, como el “pero en fin” de Gabriel Quadri en los debates, el “so it goes” Kurt_Vonnegut en Slaughterhouse-Five, el “diosanto” de las abuelas, el “pues si no son enchiladas” y casi todos los dichos, refranes y versos bien o mal empleados.

Pero el verdadero escándalo es cuando los amigos de tus amigos son tus amigos; o en otras palabras, cuando los amigos de tu ex son amigos de tu siguiente pareja y, como por ósmosis, se pasan expresiones de uno a otro y un día, de pronto, sin previo aviso, tu pareja actual usa tres expresiones de un novio que tuviste hace diez años… expresiones que nunca le has oído ni a éste ni a ningún otro, esas tres palabras que usaba el primero y que fueron parte de lo que te enamoró. No puedo decir que sea agradable.

Tomar lo bueno o lo malo de otras personas, lo que admiramos o no, con o sin intención, y usarlo como propio puede ser muy arriesgado. Si bien las personas que topamos en la vida nos van formando personalidades más completas, redondas y llenas de sabor, también puede llegar un punto en que nos parezcamos tanto a otros (que ni siquiera conocemos) que dejemos de ser nosotros mismos. Creo que debemos ser cuidadosos también al imitar, no sea que entre obra y obra terminemos recordándole a nuestro “significant other” a aquella otra mujer que le hizo pedazos el corazón.

El misterioso mundo del ligue


Otra vez estoy en ese punto en que sólo sé quién no es el amor de mi vida. No está fácil. Como dice la canción “No sé qué quiero, pero sé lo que no quiero” y eso ya es ventaja. No he emprendido una misión de búsqueda intensa casi histérica de un nuevo amor. La verdad es que tampoco sabría hacerlo. Pero aunque me quede sentada esperando, ¿dónde se sienta una a esperar al amor de su vida? Mi casa y mi oficina ya podemos descartarlas por múltiples razones que, si quieren, les explico otro día.

¿Y en el bar? Conozco de primera mano una historia de éxito del chico que se ligó a la chica en el bar, se hicieron novios, ambos eran excelentes partidos, se fueron a vivir juntos… y luego se dejaron por motivos que no voy a contar aquí. Pero eso pasa cada 29 de febrero, y sólo en un bar de todo el universo, o sea que es cuestión de suerte. Tal vez es más probable que te caiga un rayo o tener triates albinos. Además, sospecho que se basaron en mi bar de confianza para crear la cantina de Star Wars: muchos Chewbaccas, un par Citripios, varios R2D2 y un montón de mequetrefes. Nada interesante ni emocionante, por supuesto nada como para sacar el vestido de novia de la cajuela.

¿Qué opciones quedan? ¿La calle? ¿Los amigos de mis amigos (que ya vimos que no es negocio)? ¿Un exnovio (que siempre termina por recordarte por qué habían terminado la primera vez)? ¿match.com? Digamos que existe alguna de estas posibilidades. ¿Y luego?

Hay muchos factores a considerar:

En primer lugar, tengo invertida gran parte de mi energía en la gente equivocada. Dedico mucho tiempo a pensar y resolver situaciones que no van a ninguna parte y supongo que se me ve a la distancia que no tengo cabeza para nadie más.

En segundo lugar, soy pésima en el tema del coqueteo y la tirada de onda. No sé ni cómo me tengo que parar, ni qué tengo que decir, ni cómo debería mirar o sonreír. No sé cómo vestirme ni cómo peinarme para llamar la atención de un chico No sé proponer un plan que resulte en romance, no sé decirle a un hombre que me gusta si no me lo dice él primero. Al final prefiero no tirarle la onda a nadie porque cuando lo he hecho nomás hice el ridículo.

Y en tercer lugar, hay un problema con ser tan fan de la comedia romántica y de la novela del siglo XIX: necesito gestos inconfundibles que no dejen espacio para la duda. Un poco como el charro que le regala su moño a la muchacha que le gusta, pero tampoco quiero un charro… Los gestos que no son enormes son confundibles. Mis amigas me regalan flores y no es ligue. Yo abrazo a la gente que quiero siempre que la veo, y no es ligue. Procuro sonreír, mirar a los ojos y ser amable también con la gente que no me resulta atractiva. Cuando cuelgo el teléfono con alguien a quien quiero le digo que lo quiero, lo mismo da que sea mi marido, mi amigo o mi pariente. Busco a la gente cuya compañía disfruto, por el simple hecho de acompañarnos, no porque espere un beso al final de la noche. Y estoy casi segura de que la mayoría de la gente con la que me relaciono es igual. Por todo esto, no sé distinguir un gesto amable de una tirada de onda. ¿Cuál sería el equivalente al moño del charro en un círculo social como el mío?

En la tele todo lo hacen ver tan fácil, todo el mundo sabe hacerlo y le sale muy bien. En las novelas románticas casi siempre que un hombre soltero (o viudo) conoce a una joven soltera terminan en matrimonio. Yo no quiero un marido, nomás quiero aprender dónde conoce una chica como yo al chico de sus sueños y cómo lo enamora. Supongo que ese es justo el primer paso: soñar con chicos.

Poquitas más horas


Igual que todas las niñas, suplicaba a mi mamá diez minutos más para seguir jugando. Mi problema es que, a diferencia de la mayoría, yo sigo pidiendo ese ratito extra todos los días.

Tengo una hermana de 36 años que es tan trabajadora que hace dos años terminó una estancia posdoctoral, tiene un lindo empleo (al fin), una casa muy bonita y un esposito que ella escogió. Tengo una hermana que debería ser mi ejemplo para casi todo y yo le copio, pero no puedo seguirle el paso.

Tengo una hermana que tiene dos hijos y una casa en la playa que ella y su marido están construyendo con sus manitas. Viaja una vez al año a destinos interesantísimos y tiene dos hijos adultos maravillosos, generosos, amorosos y divertidos. Esta hermana es el opuesto de la anterior, y también me gusta para ejemplo.

Tengo una hermana que vive en un país guapachoso, tiene dos niños pequeños y un marido muy trabajador. Ella es una madre de familia que terminó una carrera pero ahora se dedica a la esotería en todas sus variantes. Ella nunca quiso jugar conmigo cuando éramos niñas. Sin embargo, me causa enorme admiración que haya hecho de su vida lo que tenía planeado y me alegra que las cosas le salgan tan bien.

Tengo otras hermanas, de otro estilo, con otras costumbres y diferentes apellidos, mujeres que llegaron a mi vida y me encantará que se queden conmigo para siempre, las hermanas elegidas. Cada una de ellas despierta toda mi admiración: porque son amorosas, generosas, inteligentes, trabajadoras, luchonas, comprometidas, honestas, leales y divertidas. También de ellas he tomado ejemplos para completar el rompecabezas que soy.

Tengo una mamá que es la mujer más generosa e inteligente que conozco. Siempre fui la envidia de mis amiguitas porque mi mamá siempre estaba cerca cuando tenía que estar, pero también ha sido una madre respetuosa que sabe tomar distancia y no meterse aunque sí le importe. Es ella a quien más trato de imitar, pero tampoco he logrado ser ni tan observadora, ni tan pacífica, ni tan elegante, ni tan generosa como es ella.

¿Cómo hacen todas estas mujeres para realizar las cosas? Ellas completan doctorados, familias y casas, ahorran, adquieren y aman, montan negocios, hacen carreras y se ven siempre hermosas, hacen ejercicio, publican novelas y ayudan al prójimo. ¡Yo necesito días con más horas!

No voy a repetir, querido lector, lo que tantas veces he dicho, usted ya conoce bien mi lista de pendientes. Pero de verdad, ni siquiera en los días en que me dedico 100% a no perder el tiempo, días en que me voy a la cama sintiendo que fui súper productiva, me da tiempo de hacer todo lo que tengo que hacer: o no hice ejercicio, o no avancé en la tesis, o no leí un poquito; o hice todo lo anterior pero le cancelé una salida a las amigas. O me fui con amigos a gastar el dinero que no tengo en cine y palomitas. O terminé alguna otra cosa que había dejado a medias pero no empecé lo que más urgía… En fin que llega la hora de dormir —que es inevitable e impostergable porque se me cierran los ojos— y yo no terminé de sacar la mitad de los pendientes.

¿Son muchas cosas? ¿Son muchos ejemplos? ¿Son planes irrealizables? ¿Es ridículo pensar que puedo realizar cada uno de mis sueños porque ellas lo han logrado? Entre los planes, los sueños, las obligaciones y los propósitos de año nuevo, de verdad necesito al menos un par de horas más para terminar todo lo que debo.

Sobrevivir a las miradas


Esta mañana salí de mi casa a una hora que no es especialmente concurrida. Mi estado de ánimo no era el mejor, pero en efecto creo que lo más chocante es la gente. El primer ser vivo que topé era un hombre parado como esperando algo en la esquina de mi casa, con cara de menso, pero de esos mensos a quienes su mamá no les explicó que es súper grosero quedársele viendo a otras personas. Augh!

Seguí caminando, crucé calles, y llegué a mi sistema de transporte predilecto pensando que es una suerte que a esas horas ya no estén los limpiaparabrisas que más temprano también miran con insistencia y en ocasiones se acercan a abrir y cerrar la puerta de mi taxi. Les funciona la mezcla de provocación y amabilidad con que se acercan porque me incomodan bastante, pero no suficiente como para decirles que se alejen.

Ya en el metrobús, que iba bastante vacío, abrí mi libro y, de pie, me puse a leer. Una estación más tarde se subió un hombre mayor y de toooodo el espacio vacío en el autobús él escogió pararse a mi lado, por qué no, con su codo a escasos centímetros de mi nariz. Ya bastante me altera que la gente quiera viajar amueganada, pero además este señor no se estaba quieto, y era de esas personas que organizan quien se sienta y quien definitivamente no lo merece. Entonces subió una mujer invidente acompañada por un policía y decidió quedarse cerca de la puerta. Pero el señor opinó que lo correcto era que un joven se levantara para que la mujer pudiera tomar asiento. Ofreciole el lugar y la invidente dijo: “gracias, prefiero estar cerca de la puerta”. Díjole entonces el hombre al muchacho que se levantara y a la mujer que el asiento estaba cerca, que se sentara. Tres estaciones más adelante fue un cuete para la cieguita levantarse y llegar hasta la puerta.

Llegué a mi destino y noté que ya iba yo bastante apretada. ¿Qué me pudo tensar tanto si no llevo una hora fuera de mi casa y nadie me ha dirigido la palabra siquiera? Que la gente me mira. La gente mira a la gente, en especial las personas que viajan solas, como no tienen alguien con quien entretenerse, se entretienen mirando a otros. Nada de malo tiene observar a alguien porque te gusta su vestido, te llama la atención su pelo, tiene facciones curiosas o le faltan todos los dientes. ¡Pero quedársele viendo a alguien es malísimo! Por gusto, por morbo, por libido, por asco, porque no tienes nada mejor que hacer, por burla, por lo que sea… Quedársele viendo a una persona es francamente de pésima educación. Y en una ciudad donde hay tanta gente con tan poco que hacer, la mayoría ocupa su tiempo en ver a los demás. Tal vez es inofensivo. Tal vez son autistas y en realidad ni siquiera están mirando. Pero eso no quita que la gente se sienta observada, invadida y, en ocasiones, amedrentada por los ojos de desconocidos. No, no es halagador, ni siquiera si su motivo es que la ven a una muy lindita. Y no, no es chistoso ni amigable, a menos que miren a los ojos y sonrían. E incluso así, dudo que sea fácil definir eso como amigable.

¿Mi sugerencia? ¡Lean un libro! Si cuando viajan solos en camión, comen solos en un restaurante, están en su changarro solos sin clientes ni colegas, están en la fila de las tortillas o esperando a que regrese su papá de la compra no tienen nada mejor que hacer con sus ojos, abran un libro. Sirve que ni se aburren, ni joden al prójimo.

¿Dónde vive la felicidad?


Todos queremos felicidad. Unos la buscan en sus amistades, otros la buscan en el trabajo. La mayoría la buscan en una pareja, y los más aventurados en una familia. Algunos tenemos la tendencia a creer que la felicidad está en otro país, o tal vez en otro estado. Quisiéramos mudarnos a algún lugar donde no estén todos nuestros problemas. El tema es que nuestros problemas, mientras no estén resueltos, no van a desaparecer jamás, no importa lo lejos que corramos. Bueno, tal vez en efecto desaparezca si nuestro problema es el tiempo, si necesitamos que pase y resuelva las cosas solo.

Alguna vez pensé que mi felicidad estaba en el aire y quise volar aviones. Luego conocí a una piloto a quien no ascendían a capitán porque la gente en México no estaba lista para ser llevada y traída por una mujer. Entonces pensé en un empleo menos padre pero con los mismos beneficios: mucho viaje, mucha distancia, mucha soledad, cero aburrición. Pensé que ser aeromoza sería la onda… Mi papá me tumbó el plan con una sola frase que no voy a repetir aquí porque no quiero herir sensibilidades.

Luego pensé que tal vez la mejor idea era ser monja, no tanto porque fuera muy católica como porque se me antojaba una vida en la que no tuviera que preocuparme por dónde vivir ni qué comer. No sé si Dios sea el camino, pero no le veo tanto de malo a una vida dedicada a la contemplación. Mi mamá me dijo que terminara una carrera y luego podía ser monja si quería. Todavía no termino la tesis y no, creo que ya cambié de parecer.

Otras cosas que se me han ocurrido: Retirarme a un pueblo pintoresco en alguna montaña del mundo, tipo Calafate o Barcelonnette, volver a meserear y, a falta de relaciones personales, dedicarme a escribir. También pensé en un crucero: un año de ganar dinero sin pagar por renta ni comidas, gastando en lo mínimo indispensable para luego regresar y dedicarme un par de años a la contemplación y la literatura. Otra opción fue una plataforma petrolera. Me ofrecían irme de intérprete: un mes de trabajo por uno de descanso, ganando en el uno lo suficiente para vivir todo el otro sin necesidad de trabajar. Pero alguien me dijo que el ambiente ahí es espantoso y que siendo mujer me la iba a pasar fatal. Otra oferta fue China: ir un año a trabajar dando clases de español en una universidad. Cuando me lo dijeron lo contemplé sólo por 10 minutos: una cosa es preferir ir por ahí sola y otra no ser capaz siquiera de distinguir la leche deslactosada de la entera en el súper.

Claro que también he contemplado la playa, el rancho de mi comadre, dedicarme a meserear, bartenderear o dar clases de inglés en cualquier otra ciudad de la República. He pensado en un posgrado fuera del país. He pensado un millón de locuras y planes más o menos viables para encontrar mi felicidad.

Ahora que lo escribo descubro un dato que es curioso: casi todas mis opciones implican salir de la ciudad de México, casi todas implican estar donde no está la gente que conozco y quiero. Supongo que es porque tampoco estará ahí la gente que conozco y preferiría no conocer. Pareciera que mi mayor deseo fuera estar sola, pero la verdad es que soy muy social, me encanta conversar, ver amigos, reunirme con gente linda, salir a la calle, tomarme unos vinos con las amigas y reír. Pareciera que tengo una idea de que mi vida sería mejor en otra parte. Lástima que tengan a mi pobre México tan madreado… pero si me siento y lo pienso medio minuto, mi vida es perfecta donde está.

Juntas, temblores, sirenas y otros simulacros


Algunas mañanas son menos aburridas que otras. La de hoy, ciertamente ha sido agotadora, hemos perdido el tiempo de formas varias y no hay ninguna conclusión. Tengo muchísimo que leer antes del lunes (y ya sé que se está usted preguntando qué hago escribiendo esto si tengo tanto que hacer). Había un simulacro planeado para todo el edificio a la misma hora que una importantísima junta con importantísimas personas en importantísimo sitio y pregunté: “¿Se pospondrá la junta por el simulacro?”, y la respuesta fue: “Los que se juntan no simulan”.

Pues ahí va su servidora al importantísimo sitio y se encuentra con los locales reunidos junto a una columna esperando que sonara la alarma para salir. Decidimos, pues, bajar del Olimpo a donde habitan el resto de los mortales y simular con nuestros iguales.

Curioso fenómeno el del simulacro: veinte minutos antes había gente con chalecos y cascos y radios y megáfonos y una lista de gente. Cinco minutos antes de que sonara la alarma ya había gente bajando por las escaleras. Claro que para cuando nos tocó bajar a nosotros había un apelotonamiento en la angostísima escalera. De ahí caminamos al punto de encuentro. Había oficiales deteniendo el tránsito y un megáfono sonaba una sirena. La gente en la calle nos preguntaba lo que estaba pasando. Claro que hubo quien se sacó mucho de onda.

Si hubiera temblado en realidad, ¿cuánto habrían tardado los brigadistas en tomar su equipo fluorescente? ¿Qué habría pasado cuando nos quedamos amontonados en la escalera? ¿Cuál sería el destino de viejitos y embarazadas que salieron cinco minutos después de todos los demás? ¿Los brigadistas se pondrían de acuerdo? ¿Habría gente en pánico? ¿Habríamos tardado los mismos cinco minutos en llegar al punto de reunión? ¿Sería eso lo suficientemente rápido?

En el punto de reunión seguía sonando la sirena de un megáfono, por lo que no alcanzábamos a escuchar ni las instrucciones ni nuestro nombre cuando pasaban lista. Cuando íbamos de regreso, seguía sonando la misma sirena y había brigadistas deteniendo el tránsito para que los simuladores volviéramos a nuestras funciones con absoluta comodidad. Ya podrá usted imaginar lo que significa que en cierta zona céntrica de la ciudad cierren tres calles en lo que cruzan 900 personas.

Pues bien, todos sobrevivimos al simulacro. Ahora hay que ponerse a trabajar. Pero claro que todos tenemos mucho que comentar. Luego sigo en stand by para la importantísima junta. Y mientras escribo esta entrada de blog me voy llenando de estrés porque me quedan como 120 cuartillas de español traducido por japoneses que leer y corregir.

Creo que lo único que me brinda cierta calma es saber que ya es viernes. Seguiré simulando que trabajo, mientras se simula la reorganización de una junta y los brigadistas se sienten orgullosos por haber simulado que salvaron nuestras vidas.

Sigo en el intento


Tratando de no desanimarme en el intento de poner el dichoso negocio me echo un montón de porras. La realidad es que me estoy aventando con algo (es muy pronto para decirles qué) de lo que sé muy poco y mi paciencia es uno de mis peores enemigos. La ventaja es que todo el tema me divierte y me emociona. Me encanta el equipo formado y me encanta el tema a trabajar. Me asusta mucho el fracaso, pero creo que si trabajo mucho, mucho y no quito el dedo del renglón puede funcionar.

Insisto mucho en que seremos exitosas y millonarias, en que daremos empleo a otras personas y en que todo será hermoso y glamoroso. A ratos pienso que presiono mucho a mis compañeras de equipo, pero una de ellas me dijo que le parece bien que haya alguien recordándoles que es necesario avanzar para que esto funcione. Yo también necesito que alguien me recuerde que tengo que avanzar, en especial cuando entra el miedo al fracaso y prefiero sentarme a ver la tele que trabajar. Luego me acuerdo de lo que es importante y vuelvo a dedicarme. Pero el resultado de mi trabajo es espantoso y me vuelvo a decepcionar. Luego veo que hay gente que la arma y lo intento otra vez.

La realidad es que llevamos poco más de un mes trabajando en algo que poco a poco va tomando forma aunque todavía no es una realidad. Es poco tiempo como para decidir que lo hago mal y que estamos destinadas al fracaso. Hay mucho que aprender, y definitivamente el camino será divertido y emocionante. Si falta compromiso será cosa que cada una deberá evaluar por su parte. Si triunfaremos depende mucho de cuánto tiempo dediquemos a trabajar. No es fácil. El otro día iba caminando con un amigo y me dijo: “Entonces la vida es básicamente comer, dormir y trabajar, ¿no?”. Tal vez tiene algo de razón. Pero me gusta pensar que hay algo más y eso sólo depende de nuestras aspiraciones, nuestros sueños, y los planes para alcanzar esos objetivos. Hay que saber lo que nos gusta y hacer todo lo posible por acercarnos a eso: ir al cine, leer libros, escribir cuentos, tejer chambritas, hacer pozole… No importa lo que te guste, lo importante es que lo hagas. No sé si de eso pueda surgir un proyecto personal o no, pero pienso que sí. Mi vida sin proyecto sería en efecto sólo dormir, trabajar, comer y ver la tele. Se me ocurren en cambio un millón de cosas que hacer y el día no me dura. Me frustra mucho no tener terminadas muchas cosas, pero me impulsa empezar nuevas. De alguna manera creo que me estoy moviendo hacia mi objetivo. La última vez que me senté a platicar con una de mis compañeras de equipo le pregunté: “¿Qué pasa cuando deje de ser divertido?” y su sabia respuesta fue: “Será un negocio”.

Mi plan: que no deje de ser divertido, lograr la calidad que deseo, que cuando sea un negocio mis socias sigan siendo mis amigas, que alcanzado el objetivo me pueda hacer el tiempo para buscar y alcanzar nuevos objetivos, no olvidar nunca que lo que me mueve y lo que hace mi vida valiosa es, precisamente, tener un montón de sueños e ilusiones y el impulso de alcanzarlos; recordar siempre que el tema es el viaje, no sólo el destino.