Archivos diarios: 14 junio 2012

Sobrevivir a las miradas


Esta mañana salí de mi casa a una hora que no es especialmente concurrida. Mi estado de ánimo no era el mejor, pero en efecto creo que lo más chocante es la gente. El primer ser vivo que topé era un hombre parado como esperando algo en la esquina de mi casa, con cara de menso, pero de esos mensos a quienes su mamá no les explicó que es súper grosero quedársele viendo a otras personas. Augh!

Seguí caminando, crucé calles, y llegué a mi sistema de transporte predilecto pensando que es una suerte que a esas horas ya no estén los limpiaparabrisas que más temprano también miran con insistencia y en ocasiones se acercan a abrir y cerrar la puerta de mi taxi. Les funciona la mezcla de provocación y amabilidad con que se acercan porque me incomodan bastante, pero no suficiente como para decirles que se alejen.

Ya en el metrobús, que iba bastante vacío, abrí mi libro y, de pie, me puse a leer. Una estación más tarde se subió un hombre mayor y de toooodo el espacio vacío en el autobús él escogió pararse a mi lado, por qué no, con su codo a escasos centímetros de mi nariz. Ya bastante me altera que la gente quiera viajar amueganada, pero además este señor no se estaba quieto, y era de esas personas que organizan quien se sienta y quien definitivamente no lo merece. Entonces subió una mujer invidente acompañada por un policía y decidió quedarse cerca de la puerta. Pero el señor opinó que lo correcto era que un joven se levantara para que la mujer pudiera tomar asiento. Ofreciole el lugar y la invidente dijo: “gracias, prefiero estar cerca de la puerta”. Díjole entonces el hombre al muchacho que se levantara y a la mujer que el asiento estaba cerca, que se sentara. Tres estaciones más adelante fue un cuete para la cieguita levantarse y llegar hasta la puerta.

Llegué a mi destino y noté que ya iba yo bastante apretada. ¿Qué me pudo tensar tanto si no llevo una hora fuera de mi casa y nadie me ha dirigido la palabra siquiera? Que la gente me mira. La gente mira a la gente, en especial las personas que viajan solas, como no tienen alguien con quien entretenerse, se entretienen mirando a otros. Nada de malo tiene observar a alguien porque te gusta su vestido, te llama la atención su pelo, tiene facciones curiosas o le faltan todos los dientes. ¡Pero quedársele viendo a alguien es malísimo! Por gusto, por morbo, por libido, por asco, porque no tienes nada mejor que hacer, por burla, por lo que sea… Quedársele viendo a una persona es francamente de pésima educación. Y en una ciudad donde hay tanta gente con tan poco que hacer, la mayoría ocupa su tiempo en ver a los demás. Tal vez es inofensivo. Tal vez son autistas y en realidad ni siquiera están mirando. Pero eso no quita que la gente se sienta observada, invadida y, en ocasiones, amedrentada por los ojos de desconocidos. No, no es halagador, ni siquiera si su motivo es que la ven a una muy lindita. Y no, no es chistoso ni amigable, a menos que miren a los ojos y sonrían. E incluso así, dudo que sea fácil definir eso como amigable.

¿Mi sugerencia? ¡Lean un libro! Si cuando viajan solos en camión, comen solos en un restaurante, están en su changarro solos sin clientes ni colegas, están en la fila de las tortillas o esperando a que regrese su papá de la compra no tienen nada mejor que hacer con sus ojos, abran un libro. Sirve que ni se aburren, ni joden al prójimo.