Archivos Mensuales: julio 2012

Cadena de adjetivos


El día de hoy tuve un encuentro cercano del tercer tipo con un ser que me parece casi extraterrestre. Se trata del típico que no te saluda a menos que te tope en compañía de alguien a quien él considera digno de su saludo y su atención. Un típico caso de “no sé quién eres ni me importa hasta que no tengas algo que yo necesito”.

La verdad es que mi prudencia es bastante poca, y a veces digo cosas y descubro que no debo decirlas ya que salen de mi enorme boca. En esos caso ya me he descubierto varias veces comentando lo rara que es esta persona. Yo dije que es distraído, alguien me contestó que es grosero. Yo dije que es tonto y alguien me más contestó que es “espeso” (creo que quiso decir aburrido o pesado, pero no me atrevo a firmarlo). Dije que es raro y me dijeron que no es así, que en realidad se siente superior al resto de los mortales.

Después de tanto comentario tuve el dichoso encuentro y, para acabarla de amolar, el encontrado se refirió a un tercero como “tonto y desagradable”. ¡TOING! Creo que mi corazón se saltó un latido. ¿Qué puede significar que alguien a quien yo considero tonto y desagradable se refiera a alguien más con esas mismas palabras? Como siempre, eché a volar mi imaginación y terminé echando mi duda a volar en Twitter.

Según yo, hay tres posibilidades. La primera es que existe una tercera persona que es MÁS tonta y MÁS desagradable que la que te desagrada a ti. La segunda es que la tercera persona es totalmente distinta a la segunda y muy parecida a la primera —yo, en este caso—. La tercera, que la segunda y la tercera sean tan parecidas que despiertan lo peor una de la otra convirtiéndose en tontos desagradables uno a la vista del otro.

Mi querida ‏‪@tiziamoon opina que quizá “la tontera y desagradabilidad de la primera persona se eleva a la décima potencia”. Es probable.

Y a juzgar de mi querido @chuckpee, cuando una persona que tú consideras tonta y desagradable se refiere a alguien más en esos términos, “un hada pierde sus alas”. Tengo que admitir que me dio cierta paz saber que no muere un marino. Al parecer eso sólo ocurre cuando un baboso habla de un baboso que habla de un baboso, es decir, cuando contamos chismes.

Yo sospecho, so riesgo de estar muy equivocada, que en realidad todos somos un montón de arrogantes y que todos tendemos a pensar que los demás —en especial quienes no son nuestros amigos o familiares— son más tontos y menos agradables que nosotros. ¿O usted qué opina?

El bullying no es noticia


Hoy varios periódicos mexicanos anuncian que cuatro de cada diez alumnos de primaria son víctimas del bullying. ¿Exageran? Cuando yo era niña tuve varios episodios de terror relacionados con mis compañeritos de escuela: En kínder I había un niño cuya única diversión era empujar a los niños y levantarles la falda a las niñas. Yo nunca me quería poner vestido, porque justo no quería que eso me pasara. Eran pleitos con mi madre en las mañanas y el único día que consiguió mandarme en vestido a la escuela, en efecto me levantaron la falda, le pegué al ofensor y terminé castigada en la dirección. ¿Quién fue el bully?

En primero de primaria algún vivales descubrió que se podían hacer chistes con los nombres de la gente, y fue uno por uno inventando apodos para molestar a los compañeritos. Por supuesto que no fui la excepción, todos los nombres son transformables si lo que se pretende es dar lata, lo malo es que siendo tan joven, esos sobrenombres duelen.

En segundo de primaria las niñas jugaban resorte, pero yo me entendía mejor con los chicos. ¿Por qué? Porque las niñas no me dejaban jugar con ellas, ni me acuerdo por qué. Jugaba entonces con los niños y después los comentarios de las niñas incluían la palabra “marimacha”. Esa vez no me defendí, dejé que hablaran.

En cuarto de primaria la moda era decir que alguien “infecta”. Pues me la aplicaron. Las niñas —otra vez— no querían jugar conmigo y su solución fue el “pshshshshs infectas”. Primero les pregunté por qué y recibí respuestas muy raras que no recuerdo pero que en ese momento no tenían sentido. Luego puse distancia, pero no sirvió de mucho. Alejarme les quitaba el 80% de la diversión. Entonces me buscaban para demostrarme su desprecio. Un buen día me cansé y me agarré del chongo con ellas. ¿Qué pasó? Me mandaron a la dirección y llamaron a mi madre porque yo, otra vez, había pegado.

En quinto de primaria estaba decorando el bulletin board de la entrada de la escuela junto con una niña que conocí en primero de kínder. Teníamos la engrapadora de la maestra y en una de esas una grapa se atoró y no sabíamos qué pasaba pero ya no podíamos continuar. Entonces la niña empezó a gritarme que era yo muy tonta y que había arruinado la engrapadora y que la maestra iba a enfurecerse con ella por mi culpa y que ella ya no quería ser mi amiga y que sólo lo era porque sabía que mis hermanas no eran mis hermanas. ¡Claro que mis hermanas eran, son y seguirán siendo mis hermanas! Pero a saber qué historia le habían contado a esta chata que pensaba que no era así, y además, que yo debía, por eso, ser objeto de su compasión.

Seguramente pasaron más cosas, pero no las recuerdo. El punto es que el bullying ha existido desde la prehistoria —no que yo sea tan vieja— y que a unos les toca peor que a otros, y se ve más en unos colegios que en otros. Tengo amigos que iban a otras escuelas que hacían, o eran víctimas de travesuras mucho peores que las que me tocaron a mí. La crueldad y la falta de aceptación de que somos capaces de niños, y la poca claridad con que podemos ver si alguien sale lastimado por nuestra culpa son cosas que se van aprendiendo y desaprendiendo con el paso del tiempo, con la experiencia y —ni modo—  con el bullying.

Lo grave, me parece, es cuando este bullying empieza a rallar en la ilegalidad, cuando los niños no tienen límites ni reconocen a la autoridad. Cuando lo mismo les da cometer faltas y que los cachen y luego contestar “tú qué me dices si no eres mi mamá”. ¿Y dónde está su mamá? Al final, no es cosa nueva esto del bullying. Lo nuevo es que no hay quien los detenga. Aprender a reconocer a las figuras de autoridad es benéfico para todos, empezando por nosotros mismos. Importa que padres y maestros (aunque no sean TUS padres ni TUS maestros) llamen tu atención hacia las cosas que no están bien. Pero algo tendrían que decirte en tu casa para que entiendas este concepto tan básico y para que, si tienes dudas de lo que se vale y no se vale hacer, sepas que puede venir alguien a jalarte las orejas. Eso, ustedes dirán que es broma, pero creo que cuando todo es confuso, debe darnos cierta paz.

Hablando de citas


Primero quiero ofrecer una disculpa, porque ya sé que este tema lo tengo muy manoseado. Pero es que de verdad no deja de sorprenderme. Hace poco hablaba con uno de mis más amigos sobre un tipo que los dos conocemos: él decía que es un tipo raro, que por temporadas es muy constante y afectuoso y luego desaparece por años. Un día, sin importar que tú vivas en un extremo de la ciudad y él en otro, te da un aventón a tu casa. La siguiente semana difícilmente te saluda. Un día habla de su vida, comparte historias familiares, pareciera darte toda su confianza, luego pareciera que ni te conoce. Le conté a mi amigo que lo exacto mismo hizo conmigo. Y entonces me preguntó si alguna vez me había tirado la onda. “No”, contesté muy confiada. Luego de dos segundos dije “No sé”. El tipo es suficientemente raro como para que yo no tenga la certeza de si me tiró la onda o no, a lo que mi amigo repuso: “Yo creo que es bastante obvio, cuando alguien te tira la onda, sabes”.

No puedo más que pensar qué afortunado es mi amigo. Tiene una claridad que yo no siempre he tenido. Hay quienes parecen creer que cualquier ocasión en que un chico invita a una chica, es una cita. Hay quienes preferimos pensar que existen salidas de cuates y salidas de parejitas. Y que, por ejemplo, si tienes una pareja puedes salir con un cuate a tomar algo, pero no si sabes que el cuate espera unos besos al final de la noche. Me gusta creer que hay amistades entre hombres y mujeres, pero también tengo muy presente la discusión al respecto durante toda la película When Harry Met Sally.

Harry le dice a Sally que un hombre y una mujer nunca podrán ser amigos porque él siempre querrá sexo, sea ella guapa o fea. En su siguiente encuentro le dice que no pueden ser amigos aun cuando los dos tienen pareja, porque entonces el problema no es que él quiera sexo, sino que a la esposa de él le surgirán preguntas como “¿Para qué quieres esa amiga si me tienes a mi?” Un buen día, ella le dice que cree que se están volviendo amigos, a lo que él responde: “Una amiga mujer, qué interesante”

Total que, cuando finalmente ambos admiten que pueden ser amigos y empiezan a permitir que esta amistad crezca, terminan encamados. ¿Qué pasó ahí? Se han conocido por años. De alguna manera los dos estaban seguros de que no se sentían atraídos uno por el otro. Ambos han hablado de citas y parejas, cosa que siempre pareciera ser señal de cierto desinterés romántico. Y claro, después de eso ya no saben cómo hablarse, cómo mirarse, como relacionarse. Y es que la realidad es que mujeres y hombres sí podemos ser amigos, podemos salir al cine o por cervezas sin que exista interés romántico o sexual alguno. Errores como el de éstos dos los hemos cometido todos alguna vez. Y odio admitir esto —todos saben que es una de mis más favoritas películas en el mundo— pero es probable que al final terminan emparejados como medio para justificar haber sexeado tan tarde en su amistad, cuando el cariño que se tenían ya era de otro tipo.

Ojo, que Friends argumentaría que la amistad previa al romance lleva a una cercanía inigualable. Pero esto tampoco significa que cada varón que hace buenas migas con una mujer quiera romancear o viceversa. (Aclaremos que un nuevo “amigo” debe saber ser amigo, porque si no es pretendiente y la amistad no procede.)

Total que nunca sabré si aquel tipo raro me tiraba la onda. Sigo sin saber distinguir entre una salida con un compa y una cita, y nunca voy a entender por qué una pareja mía tendría que salir con una amiga nueva sin mí. Pero, mientras no estoy de acuerdo con mi amigo en la obviedad de la cita, sigo sintiéndome halagada por ser invitada, procurada y consentida.

Sobrevivir a la temporada gripal


Este clima nos tiene sometidos a todos. Yo tenía una buena costumbre que he perdido, básicamente por mensa: Más o menos cada noviembre, febrero y julio me doy una dosis semanal de Aderogyl y un Redoxón diario. Así voy capoteando las gripas, o al menos evitando que me den durísimo. Pero este año no he seguido mi propio consejo. Tomo Redoxón cuando me duele la garganta y el Aderogyl no ha pasado por mi casa. Así pues, mis defensas están bajísimas y hoy debí haberme quedado en la cama.

Hay muchos factores que tomar en cuenta. De entrada, el clima. No importan las botas de lluvia y los impermeables amarillos, porque no sólo se enferma uno por mojarse. El asunto es que hace un calor bochornoso alucinante que nos hace transpirar todo el día, luego entras a lugares cerrados y hace frío. Respiras el aire impuro de la ciudad y pasas ocho horas diarias rodeado de gente que olvida taparse el hociquito cuando tose o estornuda. Por las noches baja la temperatura encabronadamente, te forras con kilos de piyamas y cobijas y por la mañana, cuando todavía hace frío, te quitas todas esas deliciosas capas de tela y te metes a bañar. Sales con el pelo mojado y ¡tarán! La fórmula perfecta para el resfriado asqueroso.

Ahora me duelen los ojos como si alguien me hubiera golpeado, tengo la garganta irritada, mis oídos están tapados, tengo perpetua comezón en la nariz y siento que estoy hinchada como un sapo.

Entre las pocas ventajas que tiene mi oficina está que no tiene aire acondicionado. Están abiertas las ventanas y así el aire no es helado y está más o menos ventilado. Pero eso no quita que cada vez que alguien tose o estornuda, yo vea más lejana mi recuperación. Eso no quita que los ruidos durante la jornada laboral sean asquerosos. Eso no quita que me voy sintiendo peor conforme avanza el día. Debí quedarme en la cama y trabajar desde allá. Hay varias cosas para las que tengo que estar en mi oficina, pero la mayoría las podría hacer a la distancia.

¡Qué ventaja que la mujer embarazada de mi oficina ya se fue a tener un hijo! Así nadie la contagia. Debería ser obligatorio quedarse en casa cuando tienes gripa, para evitar el contagio. Si te quedas en casa te curas más rápido y no le pasas tus bichos a todo el mundo. Pero no… La gente dice cosas como “es sólo una gripita”, como si pensar con el cerebro flotando en mocos fuera fácil. Como si leer y corregir mientras te llora el ojo fuera buena idea. Como si no estuviera claro que lo necesario en caso de gripa es sopa, agua, té, juguitos, aspirinas y mucha cama. Como si los demás tuvieran algo que pagar sometiéndose a bichos, estornudos, moqueos y la increíble torpeza que acompaña a la enfermedad.

Sólo hay una forma de sobrevivir a la temporada gripal y es tomando muchas vitaminas. Los que caen en la enfermedad se verán obligados a decir “sálvate tú”, desde su delirio en cama, donde se guardarán hasta volver a la vida. Los zombies sólo deberían tener permitido rondar por la propia casa y, en caso necesario, salir a la puerta a abrirle al de la farmacia. Sólo en caso de emergencia saldrán de los límites establecidos. Y, a falta de mejores opciones, se harán acompañar de doña Gargarita de Isodine Bucofaringeo y el adorado limón con miel.

Es sólo una gripita, es como decir que sólo estás deprimido o que sólo te duele una muela. Son malestares generalizados, le pasan a todo el mundo, y de eso no se muere nadie. Pero de ahí a que sean males menores que permiten que la vida siga con toda tranquilidad, no lo creo.

El decálogo del taxista


La presente entrada es sólo una propuesta de lo que podrían hacer los ruleteros chilangos —y tal vez en todo el mundo— para hacer nuestras vidas más felices. No son más que ideas, pensamientos al aire, pero que pienso casi todos los días. Creo que las mañanas de muchos serían mejores si los conductores de este popular medio de transporte decidieran seguir El decálogo del taxista. Y dice…

  1. Te bañarás todos los días para salir a trabajar, usarás ropa limpia y te pasarás un peine por la cabeza.
  2. Tendrás dos placas, una delantera y una trasera, y un tarjetón con tu foto y nombre en la ventana posterior derecha.
  3. Quitarás el letrero de libre siempre que el taxi esté ocupado o que no estés en horario de trabajo.
  4. No le echarás las luces a los posibles pasajeros, ya que esto intimida y no da confianza al usuario.
  5. Te asegurarás de tener siempre al menos doscientos pesos de cambio. Si se termina, pasarás a una gasolinera por más.
  6. Lavarás el auto por fuera y lo aspirarás por dentro, asegurándote de que no haya basura y que las manijas no estén pegajosas.
  7. Conducirás con precaución, respetando las reglas de tránsito por tu seguridad y la de tus pasajeros.
  8. Bajarás el volumen del radio cuando lleves algún pasajero, de modo que puedas escuchar las instrucciones sin que el otro tenga que gritar.
  9. Evitarás hablar por teléfono o mandar mensajes de texto por la tranquilidad del usuario.

10. Siempre que el usuario diga buenos días, por favor y gracias, le darás el mismo trato.

Seguramente hay más. De hecho, cuéntenme qué agregarían. Son sólo diez y son propuestas, pero si todos los taxistas lo siguieran con regular atención, la hora del transporte sería mucho menos estresante.

Proyectos imposibles


Entre los muchos beneficios de tener buenas amigas y frecuentarlas está que nos echen a andar la cabecita… para lo bueno, claro está. Anoche invité a una de estas amigas a la casa. Comimos queso, tomamos vino y conversamos largamente. Hablamos de nosotras y de otras personas, de los empleos y los sueldos, de proyectos realizados y por realizar, un poquito de política y otro tanto de béisbol, de muchachos y de lo que podemos esperar de la vida. Ya sabrán, una típica reunión de amigas domingueando a gusto.

Pero bueno, el propósito de esta entrada no es presumir lo afortunada que soy por tener amigas como ella, sino comentar un punto en particular de la conversación. Dijo que un amigo suyo la había invitado a participar en un proyecto que a ella no le atrae en lo más mínimo. Que al principio había pensado en decir que no, pero luego lo pensó: ¿para qué decirle que no, si de todas maneras no se va a hacer? Éste, como tantos otros proyectos, se quedará sobre la mesa del café, se discutirá, le darán dos o tres vueltas y al final alguien tirará la toalla mientras se pregunta por qué nunca ve la luz alguno de sus proyectos. (Hago un paréntesis para aclarar que ella sí lleva a término sus proyectos: artículos, novelas, libros para niños, remodelaciones domésticas, licenciatura y posgrado, cenas y reuniones.)

Me hizo pensar en el negocio del que les contaba y en todo lo demás. Es cierto, las cabecitas de las personas están llenas de proyectos. Todos tenemos planes de hacer cosas y formar alianzas y fundar instituciones y arreglar el mundo y la vida y alcanzar objetivos como felicidad y fortuna, pero curiosamente no son tantos quienes lo logran.

Curiosamente, este mismo fin de semana otra de mis amigas me mandó por mail un textito en el que alguien, que no tengo idea quién es, dice que el chiste no es sólo ser protagonista de tu propia historia, sino hacerte cargo de contar una historia interesante o entretenida.

Es cierto. El chiste no es ir por la vida diciéndole a la gente lo que quieres hacer, lo que ibas a hacer o lo que harías si las cosas fueran distintas. No tiene ningún caso tener la cabeza llena de ideas si al final pasas tus fines de semana en la cama viendo la tele sin avanzar ni un pasito hacia el objetivo de tus sueños. Nada más lejano de la realidad que un negocio que se platica y no se hace. Ningún libro más difícil de publicar que el que no está escrito. De todas las ocurrencias, sueños, planes, proyectos, ilusiones y objetivos, ya sean personales, profesionales, económicos o emocionales, ninguno es posible si no empiezas a trabajar por ello.

Y esto se lo digo, queridos Juanes, para que lo oiga yo, porque tengo que planear y realizar un negocio. Tengo que planear y enviar un taller que quiero dar. Tengo que terminar de corregir y mandar la tesis. Tengo que avanzar en mi proyecto de lectura. Tengo que empezar a guardar cinco pesitos para ahora que me quede sin chamba y, claro, tengo que empezar a buscar chamba.

Así pues, mi compromiso —¡Ya sé que sueno como político pinche!— es, en breve empezar a reportar avances y no sueños e ilusiones. Me pongo a trabajar en lo que ustedes ponen changuitos… A menos, claro, que ustedes también tengan un cajón lleno de proyectos sin realizar, en cuyo caso sugiero que también salten al ruedo. Ningún imperio se construyó desde un sillón con la tele prendida y una bolsa de palomitas.

¿Negocios o placer?


Por mucho tiempo he tenido ganas de tener mi propio negocio. Se me antoja muchísimo —como a casi todos— vivir de mis rentas, trabajar en lo que me gusta, tener la posibilidad de dar empleo y disfrutar del placer de tener algo que sea mío, construido por mí. Plantar un árbol, escribir un libro, tener un hijo… y formar un negocio.

De lo que más ganas tengo es de formar un despacho de servicios editoriales: tener un mega equipo de traductores de casi todos los idiomas; un grupo de expertos en la lengua que sepan corregir, redactar y organizar ensayos, libros, revistas y reseñas; gente creativa que escriba publirreportajes con onda (de esos que a todos nos da hueva leer, pero bien hechos), formadores, diseñadores, editores… El paraíso editorial al que recurran las grandes casas editoriales cuando se les viene el tiempo encima, cuando todos los demás les han fallado, cuando busquen la calidad y el precio que suman la felicidad.

Además del mundo editorial, tengo experiencia en bares y restaurantes. No sé todo, pero sí sé mucho y, aunque no me atrevería a querer administrarlo sola, se me ocurren los dóndes, los cómos y los qués para echar a andar un sitio agradable y divertido. Incluso se me ocurre con quién me gustaría hacerlo.

Naturalmente, me ha pasado por la cabeza tener una librería como la de Kathleen Kelly (Meg Ryan) en You’ve got Mail, la papelería tipo la Papelera Palermo, una cafetería como Central Perk… y un largo etcéteras de negocios que requieren de una gran inversión, mucho trabajo y cuyo futuro no está de ningún modo garantizado. De hecho, casi todo ese tipo de lugares están más bien condenados al fracaso, al menos en esta economía, al menos fuera del televisor.

Total que, después de varios años de darle vueltas al tema de iniciar un proyecto, sola o acompañada decidí lo que quiero hacer. Es un poco pronto para contarles de cabo a rabo de qué se va a tratar. Lo que sí puedo decir es lo divertidas que han sido las juntas para ponerle un nombre a nuestra hipotética empresa. La cantidad de cosas espectaculares que se nos ocurren y las pocas que hemos logrado. La cantidad de sueños e ilusiones que nos impulsan a trabajar en ellos y cuántos cuestionamientos pasan por mi mente cada día.

Me estoy metiendo en algo que no sé y no conozco. Elegí algo que siempre me ha llamado la atención, pero de lo que no he estudiado nada. Bueno, ahora ya llevo cerca de tres meses aprendiendo y practicando. Lo difícil no es sentarme a hacer lo que hago, sino ponerle precio al trabajo. Sé cobrar una traducción o una corrección. Sé cobrar un pastel. Sé cobrar cuadernos y fotocopias. Estoy aprendiendo a cobrar libros. ¿Pero cómo diablos cobro una hora de trabajo que puede ser recopilando, planeando, armando, desarmando o entregando? Ya sé que para que puedan contestarme esta pregunta necesitarían saber de qué va el negocio. Pero, como les decía, todavía es muy pronto.

Ahora, precisamente por lo difícil que ha sido poner precio al trabajo y por lo divertidas que han sido las reuniones de “socias”, temo por lo que puede pasar. Por un lado, si no nos organizamos bien y bonito, vamos a terminar quebradas y del chongo. Por el otro, podemos seguir divirtiéndonos sin invertir ni mucho dinero ni mucho tiempo y que jamás sea un negocio. O podemos intentarlo, trabajar en serio, planear gastos y estrategias y que se convierta en un peso más en la vida, pero nos ayude a pagar la renta. Muy complicado… Si tan solo pudiéramos lograr ese equilibrio entre negocio y placer, ¡ganarnos la papa y seguir echando risas!

Escenas de bar


Ayer salí de paseo. Había quedado en ver a dos amigas cerca de las 8:30 de la noche en mi bar de confianza. Me quedé en la oficina a terminar unas correcciones y fui a dejarlas a la oficina de la diseñadora a tres cuadras. Llegué al bar una hora antes de la cita. Me senté en la barra frente a mi amigo cantinero, pedí una copa de rioja y conversé con él.

A mi izquierda había un grupo de cinco o seis hombres. Al que estaba más cerca de mí le di un par de codazos sin querer mientras me quitaba la gabardina. Me miró y me preguntó si me iba a sentar (en su banco), le dije que no, que había otros bancos. Bebía pacharán con mucho hielo. Yo analizaba en voz alta la preparación del whiskey sour y decidí que no se me antoja para nada. El hombre me preguntó cómo se llamaba esa bebida. Parecía que me iba a platicar y lo interrumpí mirando hacia el otro lado.

A mi derecha una mujer tomaba una copa de vino tinto de diferente denominación: Cuando pidió la segunda copa todo fue confuso para el cantinero, estuvo a punto de darle el rioja, y las dos reímos. Tal vez un poco de más. Quizá por un momento tuvimos la intención de conversar. La intención se perdió bastante pronto.

Luego llegaron las amigas con las que había quedado de verme. Se sentaron en una mesa, saludaron a mi amigo, a mí no me vieron. Yo me quedé donde estaba hasta las 8:30. “¿Ahí estabas cuando llegamos? ¿Y por qué no venías si nos viste?”, me preguntaron. Porque a mí me citaron a las 8:30 y pensé que antes ustedes querrían charlar a solas. “Admiro tu buena educación, pero no mames”, dijo una de ellas.

En la mesa estaba sentado un hombre vestido todo de negro, no sé qué tomaba, pero lo mezclaba con coca-cola. Para mi gusto, la coca se toma con hielos y el alcohol no se toma con refresco… o al menos no con coca. Nunca entendí si el hombre era amigo de un amigo de mi amiga, amigo de la amiga del novio de mi amiga o amigo de quién. Lo que sí aclaró es que no le gusta beber solo y con eso justificó su presencia en nuestra mesa el tiempo que le tomó terminarse su trago. Y me pregunto, ¿si no le gusta beber solo, por qué va solo al bar? No era un tipo ni desagradable ni agradable, no era buen conversador y no nos dejaba hablar de lo que importa, porque hay cosas que no se discuten frente a extraños.

Avanzaba la noche y aquello parecía la sala de la casa de alguien muy conocido. Llegó mi preciosa amiga que se acaba de doctorar con su hermanita que ya no es chiquita y con la historiadora que hoy por hoy parece mi exnovia: si nos vemos nos saludamos, pero en lo absoluto nos procuramos. Luego llegó su exmarido, con el exmarido de alguna examiga y el amigo de uno de mis exmaridos. Aquello parecía la fila del registro civil de una kermés. Me encontré también a una mujer maravillosa con quien he charlado poco, pero con el paso de los años siento que nos conocemos muy bien. Y seguía el desfile de familiares y amigos: el dj que es hermano de alguien, el otro dj que no estaba trabajando y es exnovio de alguien más, el dueño del changarro, el dueño de las quincenas de una de las chicas en mi mesa, acompañados, claro, de alguienes que igual que los demás tienen alguna relación conmigo o con algún mi conocido. La última en llegar fue la cuenta. Al ritmo de los riojas, pagamos y nos fuimos.

La ciudad de México es enorme y está sobrepoblada. Debe haber millones de bares, restaurantes, cafetines y agujeros funky. Y aun así, conseguimos reunirnos todos, sin querer, el mismo día de la semana. No es la primera vez que pasa. No siempre es el mismo día. Nunca es la misma gente. ¿Pasará así todas las noches, con personas diferentes, en todos los puntos de la ciudad? Tal vez nos movemos en pequeños círculos y no hay forma de conocer gente nueva, distinta, que haga otras cosas… Me temo que estamos destinados a seguir en el mismo lugar y más o menos con la misma gente hasta el día del juicio final. Es probable que no seamos más que personajes de Cheers.

Tras las elecciones


Antes del domingo primero de julio el ambiente era turbio pero emocionante. Cada mexicano, con voto informado, comprado, desinteresado, libre u obligado, secreto o abiertamente manifiesto, tenía esperanzas. Una servidora se presentó en su casilla con un poquito de taquicardia. Cuando vi la fila larguísima pensé que me iba a dar un poco de hambre. Estaba dispuesta a hacer la fila sin importar cuánto tiempo me tomara. Al final resultó que estaba en la fila equivocada, de la casilla especial que estaba junto a la que me correspondía, y el proceso completo fue bastante breve.

Credencial revisada y boletas en mano, voté primero por las locales. Había crayolas y estaba segura de a quién darle mi voto. Eso fue fácil, rápido y sencillo.

Siguiente fila, ahora por los federales. ¡Con que no era mentira que nos iban a dar lápices para votar! Sí se veía más fuerte que un lápiz convencional del número 2, pero no me dio confianza usarlo. Preferí seguir el consejo que un millón de colegas, conocidos, amigos y parientes me dieron: plumón indeleble. Así, haya votado por quien haya votado, mi voto no sería manipulado.

La tarde transcurrió con nervios ocultos. Esperaba ansiosa que empezaran a publicar el PREP. Tempranito en la noche Josefina, alegre, sensible y bastante centrada, se dio por vencida. A las 8:30 teníamos la certeza de que el Jefe de Gobierno de la ciudad será Mancera. A las 11:45 el tal Valdés Zurita dio unos resultados pre-preliminares y a las 12 de la noche el señor Felipe Calderón ya estaba felicitando a Peña Nieto y ofreciéndole todo su apoyo.

¡Pero si se supone que los resultados oficiales se darían el día de hoy! Le dio igual.

Ahora el ambiente se siente considerablemente más turbio y los ánimos muy decaídos. Gente a favor, gente en contra, gente acusando a quienes les pagaron el voto con moneda falsa cuando en un principio estaban incurriendo en un delito al aceptar. Hay gente que quiere que ALGO cambie, pero no están seguros qué. Hay quienes sienten absoluta certeza en sus entrañas y en su corazón de que ganó quien tenía que ganar, y hay quienes sienten absolutamente lo contrario. Hay paisanos que se resignan, y hay otros que desde la comodidad de su sillón exigen que alguien más haga algo.

Yo estoy preocupada, no me imagino si lo que sigue será muy diferente a los últimos doce años, si estaremos como estábamos con Zedillo, o peor. Muchos hablan de Díaz Ordaz y Echeverría. Otros hablan de mejores oportunidades. Algunos sólo pensamos en la mujercita que llamó a la prole “bola de pendejos”, ahora saludando desde el balcón de Palacio. Otros difunden las imágenes de la futura primera dama posando en traje de baño como para calendario de vulcanizadora. Marchas, pintas, consignas son las formas en que la gente protesta. La verdad es que si después del “voto x voto” quienes no votamos por Peña seguimos inconformes tendremos que pensar en una forma inteligente de llegar al México que deseamos y trabajar en ello constantemente durante los próximos seis años.

Tal vez nunca sabremos si habríamos estado mejor con otro presidente. No sabremos que habría pasado sin el dichoso fraude del 88; dónde estaríamos si no hubieran matado a Colosio; qué sería de México si Fox no nos hubiera quitado tanto el tiempo; si el supuesto presidente del empleo hubiera sido eso y no el presidente de los más de 60 mil muertos. Nos queda imaginar y soñar, pero también trabajar por lo que queremos. Hoy más que nunca tenemos que unirnos y por amor a México abandonar viejos rencores. Tenemos un enemigo común, y no está entre nosotros, no se junta con la prole.