Archivo de la categoría: lo que creo es que…

Hay de decisiones a decisiones


La vida consta de decisiones. Si cruzas la calle por el paso cebra cuando esté el alto o si cruzas corriendo por donde se te da la gana. Si viajas en metrobús o en metro, si tomas taxi o caminas. Lo que te pones para salir de casa. Eliges una carrera, un corte de pelo, a tus amigos, a tu pareja. Escoges hacer cosas estimulantes, divertidas y satisfactorias o cosas aburridas, rutinarias y deprimentes. Escoges unos zapatos, un postre, tu alimentación. Decides si te tomas un trago más. A dónde te vas de vacaciones. El siguiente libro que leerás, si ves una u otra película, si sigues una serie de televisión.

En fin… tomamos decisiones todo el día todos los días desde que somos capaces hasta que dejamos de serlo.

Algunas respuestas nos son dadas en sueños o sugeridas por nuestro cuerpo. Algunas elecciones parecen muy obvias. Algunas nos parecen totalmente lógicas, aunque a veces, con el tiempo, cambiemos de opinión.

Es complicado decidir sobre invertir en un negocio o comprar un auto, porque implica fuertes sumas de dinero, préstamos y deudas. Pero al final te guías por necesidades e intereses, por sueños e ilusiones, porque hay que arriesgar para ganar.

En cambio, elegir entre dos vestidos, dos colores, dos tallas es fácil porque sabes que puedes cambiarlo o devolverlo. Son decisiones sin relevancia, que tomamos diariamente y no cambian en casi nada la ruta de nuestras vidas.

Pero hay decisiones complejas, que pueden afectar la vida de otros, que podrían cambiar la historia de alguien, que pueden brindar felicidad, paz, bienestar; que pueden modificar tu relación con el mundo, convertir tu historia en una dulce narración de fantasía o en un cuento de terror… En este rubro se encuentra la elección del nombre de un hijo.

  • Hay tres cosas que se deben tener más o menos claras: género del crío, apellidos, lugar donde es más probable que crezca.
  • Hay tres cosas que deben tomarse en cuenta: será bebé sólo por un tiempo, ser el diminutivo del padre o la madre no es grato, llevar el nombre de los abuelos no es un premio para nadie.
  • Hay que futurear: Deletrear tu nombre a cada persona que conoces es una friega. Tener más de dos nombres te obliga a batallar cuando llenas un formulario. Tener un nombre de moda (o sea, tener muchísimos tocallos) genera confusiones de identidad con personajes del canal de las estrellas.
  • Cuidado con los nombres extranjeros: Si usted va a tener un hijo 100% producto nacional, evite nombres que suenen mucho a lejanas tierras. En especial si no está seguro de cómo se escribe o cómo se pronuncia.
  • Los apellidos importan: Si su apellido es un objeto o un adjetivo, tenga mucho cuidado. Evite Rosa Espinoza, Pedro Roca, Zoila Lechuga, Rosendo de la Colina…
  • Si usted es sordo, permita que alguien más tome la decisión: Cuide malos entendidos como el sonado caso de Mónica Galindo y cacofonías como Rocío Cosío o Juan Talán. Si los apellidos son muy fuertes, equilíbrelos con un nombre suave, evitando Maximilianos y Carlotas. Si los apellidos son muy comunes, evite problemas con bancos y otras burocracias dándole un nombre menos Juan José y más Gastón u Horacio.

Seguramente hay cosas que no he tomado en cuenta. Todos estamos expuestos a burlas y malos ratos sin importar nuestro nombre. Pero hay cosas inevitables en las que hay que pensar al elegir el nombre de un inocente. La mejor forma de defender a un ser humano contra la adversidad es escoger un nombre más o menos bien pensado.

Ah, qué la tecnología…


 

Nunca había sido más difícil comunicarse que en esta era. Mientras más medios de tenemos, más frustraciones encontramos. Antes teníamos que llegar a casa para saber si alguien nos había buscado. Si funcionaba la contestadora —cuando la hubo—, llegar a una casa vacía no implicaba haberse perdido los recados. Y sabías que, dependiendo quién recibiera la llamada sabías si te darían o no el recado. Aquello era un volado. Depender de la contestadora, del tránsito, de la distancia y de que el otro se encontrara en su casa para poder hablar brindaba una paz que ahora desconocemos.

Antes tenías que ir al correo para mandar una carta. Dependías del horario y de la oportunidad. Y había que esperar no sé cuánto tiempo para tener una respuesta: días. Era lindo llegar a casa y descubrir que el cartero traía noticias de los hermanos o los tíos o los primos de fuera. Era bueno para nuestra salud emocional saber que estábamos esperando una respuesta, pero no saber cuándo llegaría.

Luego llegaron internet y los teléfonos celulares y todo fue diferente. Pero incluso entonces había un ritmo más relajado que el de hoy. Tenías que llegar a casa o a la escuela o a la oficina de tu papá para poder leer tus mails. Y llamar por celular era algo que reservábamos para una emergencia, para invitaciones y cancelaciones de último minuto, para decir algo muy concreto. Eran las llamadas de casa a casa las que se hacían sólo para saludar, para saber cómo estás o para decirle cosas lindas al niño que te gusta.

Ahora somos esclavos de un aparato que empezó buscando hacerse cada vez más pequeño y ahora es cada vez más grande. Ahora tenemos internet en el teléfono y por una (no tan) módica cantidad podemos chatear, leer correos, tuitear, feisbukear, instagramear, bloguear y hablar todo el tiempo que queramos. Si usted quiere, se puede obsesionar con todas estas, o puede padecer la obsesión de su elección. Mis debilidades son el whatsapp, el tuiter y las estadísticas de este su blog.

Pero lo más perturbador del tema es que ya no podemos esperar. Cuando mandamos un mensaje esperamos respuesta inmediata. Cuando marcamos sin suerte esperamos que nos devuelvan la llamada en cuestión de segundos. Cuando un teléfono está apagado o no tiene señal se nos hace un nudo en la panza. Quedarte sin pila es motivo de ansiedad. En el momento en que te quedas solo, mandas un mensaje. A la menor provocación le marcas a una amiga. Cualquier cosa se vuelve relevante y digna de contarse. Todo lo que haces, lo que piensas, lo que ves, lo que escuchas es comentable. No dejamos espacio para el silencio. Tenemos siete llamadas perdidas, cuatro nuevos correos, dos menciones en tuiter. Ayer me marcó mi madre y no entró la llamada. Antier me marcó un amigo cuatro o cinco veces y no lográbamos escucharnos bien. Hoy me dejaron plantada y estoy decidida a culpar a Telcel antes que a un amigo. Nunca había sido tan difícil comunicarnos porque nunca habíamos tenido todos los medios tan a la mano, porque no estábamos acostumbrados a la inmediatez, porque evaluábamos las comunicaciones como importantes o no. Antes “una llamada perdida” era irrelevante. Si llamaban a tu casa el teléfono podía sonar hasta el cansancio y nunca te enterabas. Ahora tienes la certeza de si llamó o no llamó, de que te plantaron, de que saben que llamaste y no te contestaron. Yo no sé si sea cierto que usar mucho el celular pueda causar cáncer en el cerebro, pero entre la frustración, la prisa y el desengaño tanta comunicación sólo puede hacernos daño.

¿Andamos solos?


Hace unos días organizaron en mi oficina una visita guiada a una exposición de samuráis en el Museo de Antropología. Mi única misión era pasar la voz y anotar cuántas personas asistirían. Fui con cada miembro de mi equipo: los que me contestaron que sí sólo me pedían que les confirmara el día y la hora. De los que me decían que me dijeron que no, la mayoría me dieron sus razones: “he estado enferma y no puedo ir”, “tengo muchísimo trabajo y no creo terminar a tiempo”, “tengo que cuidar a mi mamá”, “mis hijos están en exámenes y tengo que sentarme a estudiar con ellos”…

Francamente, prefiero a los que dan explicaciones que a quienes responden con monosílabos, es manía muy personal. El tema que me llama la atención es que tanta gente me contara la razón por la que no iría al museo. No es una obligación, no hay nada que justificar, no soy la jefa, no los estoy invitando yo. ¿Por qué me platican?

Yo misma doy muchas explicaciones que nadie me pide. Creo que tiene que ver con la necesidad de conversar, aunque sea de alguna banalidad con cualquier extraño. Me descubro contando la nueva gracia que hizo el perro, la batalla del metrobús o del tránsito, el encuentro agradable o desagradable del día, lo que leo… Pero que lo haga yo no me ayuda a explicarme por qué lo hacen los demás. A veces creo que lo hago porque estoy sola. Pero con el celular puedo contarle a cualquiera de mis hermanas las cosas en segundos y me contestan, puedo llamar a alguien por teléfono o puedo escribirlo en este espacio que me resulta tan reconfortante… Sin embargo, decido contárselo a los colegas que no necesariamente son mis amigos, o a los amigos de mis amigos que me encuentro por ahí.

Hoy, de camino a la oficina, en el metrobús, una señora que no estaba segura de dónde se tenía que bajar para trasbordar y luego qué tenía que hacer para llegar a su destino. Preguntó y una chica le explicó. Entonces la mujer nos empezó a contar, como si todas fuéramos un grupo de conocidas, que iba a casa de una de sus hermanas y que pensaba ir el taxi pero que le habían sugerido el metrobús. Que normalmente va con su hermana grande que sí sabe llegar, pero como la hermana grande se enojó, decidió irse sola.

Tengo una colaboradora que es muy linda y muy buena en su trabajo. No la veo con tanta frecuencia, tal vez una o dos veces al mes. Siempre que viene me cuenta lo que piensa, lo que se imagina, lo que pasa con sus hijos, su historia de años, enfermedades, pleitos, divorcios y hasta peinados. Me cae bien, la aprecio. Pero me intriga qué la lleva a platicarme todo eso.

Yo platico cosas. Usted platica cosas. Casi todos ellos platican cosas. Y muchos hemos caído en contarle a gente que no conocemos, sin saber por qué nos escucha, ni si le importa.

He pensado en ocasiones, como ya dije, que es la soledad. Pero creo que casi siempre se trata más bien de un golpe de adrenalina: un susto, un coraje, un hecho increíble, una sorpresa, una alegría espontánea, una duda repentina, un problema inminente, una noticia inesperada, un chisme, una traición, un temblor, una tormenta, un accidente, un embarazo, un hallazgo…

Entonces no es la soledad, sino la urgencia por compartirlo todo antes de explotar. Tal vez somos mucho más gregarios de lo que pensaba. Tal vez parte de nuestra felicidad o de nuestra tranquilidad está en compartir, tanto lo bueno como lo malo. Tal vez es que a pesar de la falta de aceptación del prójimo, en el fondo tenemos muy claro que todos tenemos algo de hermanos, algo de iguales, algo de amigos, incluso sin querer. Somos animalitos sociales y a veces no podemos evitarlo.

Todo puede pasar


Vivo en un mundo de libros y películas, sin embargo tengo claro que por mucho que mi realidad se parezca a la ficción sigue siendo un poquito distinta. Una vez Rodrigo Johnson dijo que no existo, que soy un personaje inventado por Carmina Narro. A veces siento que vivo en un drama decimonónico, a veces en una película de terror, otras en una comedia adolescente y, cuando tengo suerte, en una glamorosa comedia romántica. También hay veces en que siento que estoy en un aburridísimo libro de 160 páginas eterno, lleno de lugares comunes y pérdidas de tiempo. Aunque sí me queda claro que esta vida, con todas sus altas y sus bajas, está muy llena de cosas, y entre sorpresas, planes y sueños se me ocurren un millón de tonterías.

Imagine usted, por ejemplo, que el cantante favorito de su madre hace una gira por los Estados Unidos. No hay dinero para ir, mucho menos para invitar a la madre, pero qué bien estaría reservar un hotel, treparse en un avión y aparecer una tarde en… digamos Las Vegas.

Ahora imagine las atracciones de la ciudad, todo lo que hemos visto en las películas: el Black Jack, las maquinitas, los shows, los neones, las bailarinas, las piscinas, los cocteles… Aceptemos de una vez que Frank Sinatra nos timó a todos, Nueva York no es la ciudad que nunca duerme. Sospecho que Las Vegas puede serlo. Creo, de hecho, que puede ser la capital de la gente rara, con y sin onda. Divertido, sin duda.

Hoteles temáticos, una fuente que baila al ritmo de “New York, New York”, una imitación de CSI donde puedes resolver tu propio caso, museos de historia natural y de los neones, paseos al desierto, shopping, buena y mala comida y, con seguridad, mucha bebida, algunos la conocen como Disneylandia para adultos. ¿Qué tal que las fechas coincidieran y pudiera yo asistir a un numerito de speed dating? Siempre me han intrigado muchísimo. No tengo la menor idea, pero imagínese usted que el temita existe, y que es cierto que si eres aeromoza eres más atractiva que si eres abogada, y que puedes decir todas las mentiras que quieras. O no, tal vez puedas ser honesta y ver qué pasa. Tal vez, como en las películas, hay gente rescatable y no sólo un montón de perdedores solitarios y aburridos. ¿Qué tal que ahí conozco al gran amor de mi vida? ¿Qué tal que tras un magnífico romance epistolar vuelvo a verlo y además de guapo y simpático es listo y generoso? Tendrá que ser gringo… O tal vez no, puede ser extranjero, igual que yo.

Tal vez gane en la ruleta y salga para comprar todo tipo de cositas necesarias y no. Tal vez tras ganar un dineral en las mesas de juego me lo pueda botar todititito en botas, zapatos, tablets, ropa, regalos y tonterías. Tal vez al final del concierto, el cantante en cuestión cene en el mismo sitio que yo y no sólo me firme un autógrafo o se tome una foto conmigo. Quizá se tome unos whiskies y me hable de su vida, y nos hagamos amigos de Facebook y compartamos millones de historias.

Tal vez me haga acompañar por una de mis mejores amigas y entre unas cosas y otras no nos dé tiempo ni de apostar, ni de comprar, ni de deitear, ni de cenar. Tal vez nada de esto pase jamás. ¿Cómo podría escapar de mi realidad lo suficiente como para pasear con el pretexto de un concierto, apostar y ganar, deitear y enamorarme —que es lo mismo—, cantar y bailar? Así y todo, me gusta creer que planes, sueños y sorpresas también pueden pasar.

Cadena de adjetivos


El día de hoy tuve un encuentro cercano del tercer tipo con un ser que me parece casi extraterrestre. Se trata del típico que no te saluda a menos que te tope en compañía de alguien a quien él considera digno de su saludo y su atención. Un típico caso de “no sé quién eres ni me importa hasta que no tengas algo que yo necesito”.

La verdad es que mi prudencia es bastante poca, y a veces digo cosas y descubro que no debo decirlas ya que salen de mi enorme boca. En esos caso ya me he descubierto varias veces comentando lo rara que es esta persona. Yo dije que es distraído, alguien me contestó que es grosero. Yo dije que es tonto y alguien me más contestó que es “espeso” (creo que quiso decir aburrido o pesado, pero no me atrevo a firmarlo). Dije que es raro y me dijeron que no es así, que en realidad se siente superior al resto de los mortales.

Después de tanto comentario tuve el dichoso encuentro y, para acabarla de amolar, el encontrado se refirió a un tercero como “tonto y desagradable”. ¡TOING! Creo que mi corazón se saltó un latido. ¿Qué puede significar que alguien a quien yo considero tonto y desagradable se refiera a alguien más con esas mismas palabras? Como siempre, eché a volar mi imaginación y terminé echando mi duda a volar en Twitter.

Según yo, hay tres posibilidades. La primera es que existe una tercera persona que es MÁS tonta y MÁS desagradable que la que te desagrada a ti. La segunda es que la tercera persona es totalmente distinta a la segunda y muy parecida a la primera —yo, en este caso—. La tercera, que la segunda y la tercera sean tan parecidas que despiertan lo peor una de la otra convirtiéndose en tontos desagradables uno a la vista del otro.

Mi querida ‏‪@tiziamoon opina que quizá “la tontera y desagradabilidad de la primera persona se eleva a la décima potencia”. Es probable.

Y a juzgar de mi querido @chuckpee, cuando una persona que tú consideras tonta y desagradable se refiere a alguien más en esos términos, “un hada pierde sus alas”. Tengo que admitir que me dio cierta paz saber que no muere un marino. Al parecer eso sólo ocurre cuando un baboso habla de un baboso que habla de un baboso, es decir, cuando contamos chismes.

Yo sospecho, so riesgo de estar muy equivocada, que en realidad todos somos un montón de arrogantes y que todos tendemos a pensar que los demás —en especial quienes no son nuestros amigos o familiares— son más tontos y menos agradables que nosotros. ¿O usted qué opina?

Juntas, temblores, sirenas y otros simulacros


Algunas mañanas son menos aburridas que otras. La de hoy, ciertamente ha sido agotadora, hemos perdido el tiempo de formas varias y no hay ninguna conclusión. Tengo muchísimo que leer antes del lunes (y ya sé que se está usted preguntando qué hago escribiendo esto si tengo tanto que hacer). Había un simulacro planeado para todo el edificio a la misma hora que una importantísima junta con importantísimas personas en importantísimo sitio y pregunté: “¿Se pospondrá la junta por el simulacro?”, y la respuesta fue: “Los que se juntan no simulan”.

Pues ahí va su servidora al importantísimo sitio y se encuentra con los locales reunidos junto a una columna esperando que sonara la alarma para salir. Decidimos, pues, bajar del Olimpo a donde habitan el resto de los mortales y simular con nuestros iguales.

Curioso fenómeno el del simulacro: veinte minutos antes había gente con chalecos y cascos y radios y megáfonos y una lista de gente. Cinco minutos antes de que sonara la alarma ya había gente bajando por las escaleras. Claro que para cuando nos tocó bajar a nosotros había un apelotonamiento en la angostísima escalera. De ahí caminamos al punto de encuentro. Había oficiales deteniendo el tránsito y un megáfono sonaba una sirena. La gente en la calle nos preguntaba lo que estaba pasando. Claro que hubo quien se sacó mucho de onda.

Si hubiera temblado en realidad, ¿cuánto habrían tardado los brigadistas en tomar su equipo fluorescente? ¿Qué habría pasado cuando nos quedamos amontonados en la escalera? ¿Cuál sería el destino de viejitos y embarazadas que salieron cinco minutos después de todos los demás? ¿Los brigadistas se pondrían de acuerdo? ¿Habría gente en pánico? ¿Habríamos tardado los mismos cinco minutos en llegar al punto de reunión? ¿Sería eso lo suficientemente rápido?

En el punto de reunión seguía sonando la sirena de un megáfono, por lo que no alcanzábamos a escuchar ni las instrucciones ni nuestro nombre cuando pasaban lista. Cuando íbamos de regreso, seguía sonando la misma sirena y había brigadistas deteniendo el tránsito para que los simuladores volviéramos a nuestras funciones con absoluta comodidad. Ya podrá usted imaginar lo que significa que en cierta zona céntrica de la ciudad cierren tres calles en lo que cruzan 900 personas.

Pues bien, todos sobrevivimos al simulacro. Ahora hay que ponerse a trabajar. Pero claro que todos tenemos mucho que comentar. Luego sigo en stand by para la importantísima junta. Y mientras escribo esta entrada de blog me voy llenando de estrés porque me quedan como 120 cuartillas de español traducido por japoneses que leer y corregir.

Creo que lo único que me brinda cierta calma es saber que ya es viernes. Seguiré simulando que trabajo, mientras se simula la reorganización de una junta y los brigadistas se sienten orgullosos por haber simulado que salvaron nuestras vidas.

Sigo en el intento


Tratando de no desanimarme en el intento de poner el dichoso negocio me echo un montón de porras. La realidad es que me estoy aventando con algo (es muy pronto para decirles qué) de lo que sé muy poco y mi paciencia es uno de mis peores enemigos. La ventaja es que todo el tema me divierte y me emociona. Me encanta el equipo formado y me encanta el tema a trabajar. Me asusta mucho el fracaso, pero creo que si trabajo mucho, mucho y no quito el dedo del renglón puede funcionar.

Insisto mucho en que seremos exitosas y millonarias, en que daremos empleo a otras personas y en que todo será hermoso y glamoroso. A ratos pienso que presiono mucho a mis compañeras de equipo, pero una de ellas me dijo que le parece bien que haya alguien recordándoles que es necesario avanzar para que esto funcione. Yo también necesito que alguien me recuerde que tengo que avanzar, en especial cuando entra el miedo al fracaso y prefiero sentarme a ver la tele que trabajar. Luego me acuerdo de lo que es importante y vuelvo a dedicarme. Pero el resultado de mi trabajo es espantoso y me vuelvo a decepcionar. Luego veo que hay gente que la arma y lo intento otra vez.

La realidad es que llevamos poco más de un mes trabajando en algo que poco a poco va tomando forma aunque todavía no es una realidad. Es poco tiempo como para decidir que lo hago mal y que estamos destinadas al fracaso. Hay mucho que aprender, y definitivamente el camino será divertido y emocionante. Si falta compromiso será cosa que cada una deberá evaluar por su parte. Si triunfaremos depende mucho de cuánto tiempo dediquemos a trabajar. No es fácil. El otro día iba caminando con un amigo y me dijo: “Entonces la vida es básicamente comer, dormir y trabajar, ¿no?”. Tal vez tiene algo de razón. Pero me gusta pensar que hay algo más y eso sólo depende de nuestras aspiraciones, nuestros sueños, y los planes para alcanzar esos objetivos. Hay que saber lo que nos gusta y hacer todo lo posible por acercarnos a eso: ir al cine, leer libros, escribir cuentos, tejer chambritas, hacer pozole… No importa lo que te guste, lo importante es que lo hagas. No sé si de eso pueda surgir un proyecto personal o no, pero pienso que sí. Mi vida sin proyecto sería en efecto sólo dormir, trabajar, comer y ver la tele. Se me ocurren en cambio un millón de cosas que hacer y el día no me dura. Me frustra mucho no tener terminadas muchas cosas, pero me impulsa empezar nuevas. De alguna manera creo que me estoy moviendo hacia mi objetivo. La última vez que me senté a platicar con una de mis compañeras de equipo le pregunté: “¿Qué pasa cuando deje de ser divertido?” y su sabia respuesta fue: “Será un negocio”.

Mi plan: que no deje de ser divertido, lograr la calidad que deseo, que cuando sea un negocio mis socias sigan siendo mis amigas, que alcanzado el objetivo me pueda hacer el tiempo para buscar y alcanzar nuevos objetivos, no olvidar nunca que lo que me mueve y lo que hace mi vida valiosa es, precisamente, tener un montón de sueños e ilusiones y el impulso de alcanzarlos; recordar siempre que el tema es el viaje, no sólo el destino.

La autopublicación


Tomar la decisión de abrir un blog, por el motivo que sea, es cosa seria. Yo decidí abrirlo porque me di cuenta de que no estaba escribiendo nadita y me pareció un interesante ejercicio que me haría escribir con frecuencia. Ha funcionado puesto que escribo con relativa frecuencia. Sin embargo, no ha funcionado del todo pues no me ha llevado a crear mi ficción o similares.

El otro día leí que cerca del 90 por ciento de las páginas web sólo son visitadas por sus creadores. Hace poco más de un año me ofrecieron un empleo escribiendo para un sitio de soft news y luego me lo desofrecieron porque no soy una famosa locutora, escritora o dj cuyo nombre resuene en el inconsciente colectivo de las masas y atraiga clicks a diestra y siniestra. En pocas palabras, soy una de esas personas con un website que es visitado sólo por su creador.

Es chistoso, porque cuando empiezas con esto del blog buscas hacerlo atractivo: una foto linda, una letra amigable, un texto de cierto tamaño, un tema simpático, un diseño agradable… Y jala, poquito a poco jala. Un día, de la nada, te visitan más de 70 personas. Y entonces piensas que funcionó.

Luego revisas esta bonita herramienta de wordpress que te cuenta con qué frases llegó la gente a tu blog y te das cuenta de que la mayoría no querían leerte a ti. Al día siguiente descubres que esa mayoría no regresó. De pura casualidad llegaron a tu blog y se fueron decepcionados porque no resolviste su duda. Es más, se sintieron timados porque buscaban soluciones reales, un poco de pornografía o verdaderas recetas y tú sólo dices lo que estás pensando…

Entonces, claro, quieres a tus lectores de vuelta. Estos 70 u otros, pero que te lean. Y empiezas a ver qué es lo que más ha atraído a tu “público”. ¿Ecología? ¿Economía personal? ¿Política? ¿Chismes de oficina? ¿Relaciones sentimentales? ¿Literatura? La verdad es que después de casi tres años no atino saber qué es lo que mis lectores prefieren. Tengo épocas en que entran cientos y épocas en que entro sólo yo. Confieso que los textos que más me han gustado son los que menos han llamado la atención de ustedes. Y les comento que veo con cierta tristeza que nadie ha dicho nada de la fotografía que desapareció.

Era el glaciar Perito Moreno, en la Patagonia argentina. Era única porque la tomé yo. Digo “era” porque estaba guardada en la computadora que se robaron aquella vez que entraron a una mi ex casa. Yo espero en un par de semanas poder poner otra foto, una nueva que cuente una nueva historia, la historia de 2012.

Siempre que llega diciembre empiezo con los recuentos, las listas, los proyectos, las limpiezas… Como saben, ya hice mi proyecto de lecturas para 2012. Los propósitos son titularme, distraerme menos y aprender a tejer. El recuento luego les cuento. Las limpiezas: ya hice la del cajón en la oficina. Esta tarde toca el refrigerador. El fin de semana el closet. El nuevo año no puede llegar con tanta cosa acumulada.

Para 2011 me propuse escribir diariamente. Lo logré poquísimo. Hubo semanas enteras en que estuve desaparecida. El año entrante no prometo nada parecido, porque ya vi que no triunfo. Pero conforme vaya cumpliendo mis propósitos los iré compartiendo con ustedes, a ver qué tanto de interesante se cuenta en 2012.

Durante el Simposio del Libro Electrónico


Libros y libros electrónicos. Literatura y ciberliteratura. Alberto Chimal nos invita a pensar sobre las herramientas electrónicas y digitales que hemos usado antes. Sentimos que la era digital nos está devorando. Sabemos, como autores, como editores y como personas, que nos estamos quedando atrás en cuanto al uso de la tecnología. Los blogs (como el presente) han pasado de moda. Ahora la literatura, el periodismo y la opinión se difunden en 140 caracteres.
Sin embargo, por muy twitstar que uno fuera, eso no significa que su ‘literatura’ tenga calidad, que se le considere un autor o que el mismo twitstar se considere miembro de una elite cultural o literaria.
El asunto ‘ciber’ es una herramienta. Tenemos que aprender a usarla y tenemos que saber sacarle provecho. Pero no podemos basar nuestra confianza y toda nuestra cultura ahí.
Asumo que soy un alma vieja. Me resisto un poco al cambio. Hago uso de la tecnología que me resulta amigable. No tengo kindle o ipad, ni gadget parecido, francamente, porque en mi economía es un lujo imposible.
Sé que hay un montón de cosas que podría leer por ese medio. Sé que hay algunas cosas por las que preferiría pagar 5 dólares que 200 pesos. Sé que me sentiría livianita si pudiera viajar con uno de estos aparatos. Creo que las siguientes mudanzas se volverían menos imposibles. Pero creo, también, que mi enamoramiento con el libro como objeto es imposible de superar.
Hablaba Naief Yehya del concepto ‘publicar’ y cómo al transformarse éste se transforma el concepto de crítica y recompensa. Cierto. Yo escribo en este medio una, dos, cinco, veinte veces al mes. Sin embargo, no soy una escritora publicada. Aunque el medio sea público y pueda leerlo quien quiera, hasta no ver una portada con mi nombre, una cuarta comentando mi textoy un prólogo de alguien que generosamente hable de mi obra, no seré una escritora publicada.
Algunos dicen que se acerca el apocalipsis. Que es el fin del mundo como lo conocemos. Otros dicen que el cambio es paulatino. Ciertamente el futuro nos devora. Pero todavía alcanzamos a sentir las mordidas del pasado en el culo. Este es un tiempo de cambios, tal vez más acelerados que en el pasado, pero no más aterradores. Estamos dando vuelta a la página, pero no desaparece lo que conocemos, lo que sabemos usar, ni la memoria. Y tampoco es el fin. Tal vez, estamos tan rezagados en este cambio, que vale la pena esperar la siguiente ola, agarrarla desde el principio y aparecer a la vanguardia.

O más pena, o más gloria


Ayer cumplí un año en este empleo. Oficialmente, ayer fue el aniversario del primer día del resto de mi vida. Ayer hace un año me caí a la mitad de la calle porque me metí el pie yo sola. Y hoy me doy cuenta que llevaba la misma combinación de ropa ayer que hace un año, no las mismas prendas porque el clima no fue igual. Ayer hace un año que empecé el camino hacia la independencia de una relación que no me estaba dejando nada bueno. Ayer empecé el camino hacia la total separación de un alguien del que he pasado más tiempo separada que pegada. Ayer fue un aniversario importante para mí y lo pasé sin pena ni gloria por estar pensando en otra cosa. Era un día de gloria y lo único en lo que pude pensar es en quién me bloqueó en gtalk, quién me sacó de su vida, quién me plantó, quién no quiso celebrar algo importante de su vida conmigo, quién dejó de querer compartir hace tiempo mis adquisiciones, mis cambios, mis fortunas.

Ayer le pregunté al I Ching sobre el futuro y confieso que ahora sí no le entendí nada. Creo que está tan confundido como yo. Creo que el I Ching, por más sabio que sea, no ha sabido decir si debo cruzar el gran río o no. Tampoco él ha podido decidir si soy el gran hombre o el gran hombre es mi adversario. Tampoco él ha podido decidir si estoy lista para el cambio o no. Tampoco ha podido decirme si vale más la pena la paciencia o dar un salto. Tampoco me dijo si estoy bien aquí, en mi empleo de aniversario, o si me muevo. No supo decirme si lo importante ya pasó. I Ching, el gran sabio, no me respondió. Tal vez supone que la respuesta la tengo yo. Que las listas que he hecho en ocasiones anteriores serán las que me saquen del apuro. Pros y contras de mi empelo vs el que me ofrecieron. Pros y contras de apurarme a hacer lo que no hice en un año. Pros y contras de olvidarme de buscar apoyo donde sólo hay rechazo. Pros y contras de jugar la carta de la dignidad. Pros y contras de celebrar mis aniversarios sola. Pros y contras de vivir mi vida bajo la premisa de que todo lo demás (y todos los demás) va y viene, que la gente y los empleos entran y salen y llegan y desaparecen, pero yo tengo que seguir en una línea recta, sin desviaciones, sin detenerme a esperar al que se va quedando, sin detenerme en largas despedidas, sin detenerme a pasar lutos y plantar un árbol por cada muerto en mi camino.

Ayer fue mi aniversario alegre y lo pasé llorando. Ayer el I Ching no supo responderme, probablemente porque la verdadera pregunta en mi corazón no era la que formulé. Ayer empecé a disfrutar de mi vida como es realmente. Ayer me sacudí las etiquetas, los juicios y las preocupaciones. Ayer vi de qué color son mis amigas. Y entendí que el siguiente 6 de septiembre tendré que evaluar mi crecimiento, mis avances y mis demoras a partir de todo lo que pasó ayer.

Da miedo que el I Ching no pueda decirme qué hago para estar mejor el año entrante. Da miedo no poder adivinar el futuro, ni siquiera comprender el presente. Da miedo tener esta capacidad tan absoluta de perder el tiempo en tonterías, de no regocijarme en lo bueno que he tenido, de llorar porque un perrito cojo y amarillo no quiso ser mi amigo. Es como vivir en el limbo, en una sopa tibia, en un día neutro, en un castigo a medias y una celebración a solas.

Tengo una amiga que repite con frecuencia que ya quiere que pase algo. La onda es tal vez fijarnos en lo que sí está pasando. Es aburrido gastar el tiempo como lo he gastado. No me gusta esta sensación sin futuro. Definitivamente necesito o más pena, o más gloria…