Dicen por ahí que la información es poder. Cierto. Nos da poder de decisión estar informados sobre los candidatos para poder votar. Nos da poder de opinión saber de arte, política y futbol. Nos da poder de conversación leer los periódicos, ver películas, leer libros, escuchar a la gente. Nos da poder sobre otras personas saber sus secretos truculentos. Nos vuelve la persona más emocionante de la mesa en la cantina conocernos al derecho y al revés los chismes de la farándula, la elite intelectual o las secres de la oficina.
Pero existe la información de segunda mano, la que va precedida de “No te miento”. Ejemplo: A Fulanito le gusta tomarse un té de granada todas las mañanas frente a la televisión, desnudo, viendo infomerciales en lo que se calienta el agua para darse un regaderazo. ¿Eso qué? ¿Usted cómo sabe? No le miento. ¡Claro que no! Quien mintió es la persona que se lo contó. Pasar información de segunda mano como si fuera cierto es como decir “Personalmente no lo he leído, pero sé que es muy bueno” cuando hablamos de un libro o un autor.
Hay un personaje misterioso en mi oficina, un hombre de edad muuuuy avanzada. Dicen que tiene 80. Mi papá tiene 83 y, si me dejo llevar por las apariencias, tendría que decir que el hombre de mi oficina tiene 166 años. El señor tiene Parkinson, llega a la oficina a ver películas —es el encargado de los videoclubes— y luego se va a su casa. Todos los días lleva la misma ropa, o ropa idéntica y le encanta contar historias. Supongo que es cosa de viejos contar historias, porque suelen fascinarnos sus recuerdos y tal vez creen que es la única forma de llamar nuestra atención.
Se dice que el hombre es millonario. Que tiene un par de casas en la ciudad, una en Francia y otra en Cuernavaca. Se dice que viaja cada tanto a no sé qué sofisticada ciudad de Europa a que le hagan un tratamiento en la sangre para mantenerse joven —vivo, diría yo. Se dice que tiene en su casa una sala de proyección y que es dueño de la colección de cine mexicano más grande del mundo. Se dice que no tiene hijos, que nunca se casó y que es gay. Se dice que en un viaje por África caminaba con su pareja cuando un elefante los atacó, atrapó con la trompa al novio y lo levantó por los aires azotándolo una y otra vez contra el piso. Se dice que mientras esto ocurría, el señor filmaba la terrible escena. Se dice que vendió la película a su regreso y así se hizo de su gran fortuna. ¡No les miento! Todo esto se dice.
Pero ahí no para la historia. ¡Hay más! Y esto sí lo escuché yo de su no muy ronco pecho: él hizo a Herzog. Afirma, y no les miento, que fue él quien escribió las películas del afamado director alemán. Y, se dice —claro que esto no lo dijo él— que organizó los primeros festivales de cine alemán en México, hasta que la embajada prohibió que se le prestara una sola película más porque todas se las robaba.
No les miento. Todo esto lo escuché. Probablemente quien me lo contó mintió. Yo acabo de ventilar a diestra y siniestra la vida de un señor que ni conozco. Es posible que todo lo dicho sea inventado. No uso nombres para evitar perjudicados. Y cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia, ya que —de verdad— nada de lo que escribí hoy me consta. Personalmente, no lo he visto, pero me lo contaron y no me queda más que usar la información para atraer su atención.