Antier una mujer que conozco salió a correr, como todas las mañanas, acompañada de sus dos perritos, un macho y una hembrita que son parte importante de su familia. Hacia el final de su recorrido se encontré unas pequeñas bolas de pelo, pero no de las que aterran, sino de las que dan ternura y curiosidad. Se acercó con cuidadito y descubrió que eran dos, que eran unas perritas y asumió que, aunque eran muy distintas, lo más seguro es que fueran hermanas. Pues las cargó y se las llevó a su casa. Ese día en el trabajo anunció la existencia de los animalitos, preguntando quién podría ofrecerles un hogar. Ni tarda ni perezosa y porque, además de amante de los canes, soy una atrabancada, dije ¡yo!
Ayer la trajo a la oficina. De contrabando y como queriendo que la ley no se diera cuenta, aprovechó que es chiquititita y la cargó desde la calle hasta nuestro lugar de trabajo. Cuando llegué, ellas ya estaban aquí. Vi a la perrita y caí en el amor automáticamente. ¿Cómo puede alguien dejar a un ser tan chiquito, tan bonito y tan simpático a su suerte? No entiendo.
Pasamos el día en el trabajo. A ratos dormía en mis piernas, luego le daba calor y buscaba un sitio más fresco. Luego le extendí una toalla en el piso y se recostó encima de ella. Durmió muchísimo. Comió, como debe de ser, y después de comer, beber y dormir hizo caca y pipi, como es pertinente.
A la salida la metí en una caja acompañada de dos carnazas, un costal de dos kilos de croquetas y la dichosa toalla. Salí muy decidida rumbo a un veterinario, quería que me dijeran que su corazón y sus pulmones funcionan, que su edad es aproximadamente dos meses y medio, que crecerá más o menos a la altura de mi rodilla, que la desparasitaran y me planearan de una vez el calendario de vacunas. En un sitio me batearon. Dijeron que tengo que vivir con mi animalita mínimo ocho días. Los mandé por un tubo. En el segundo sitio nos abrieron un expediente y todo fue mejor.
La cachorrita se llama Nora. Saliendo del médico nos trepamos a un taxi para ir a cenar a mi casa. Nada parece intimidar a esta creatura. Contenta, chucha, caminado un poco del lado —como hacen los cachorros— y robando a su paso un trapo y las hojitas caídas en una maceta, se apropió de mi casa y la hizo suya. Es muy pequeña, es muy noble y creo que vamos a ser muy felices juntas. Estamos aprendiendo a coordinar nuestros horarios y tenemos que disciplinarnos con el tema de ir al baño, en especial ella porque yo ya hace rato que entendí cómo es la cosa.
En este momento estoy en mi oficina y ya me urge por llegar a casa a verla. Chiquita peluda y graciosa, espero que no esté furiosa por haberse quedado tan solita…
Mientras, vivo un curioso fenómeno. Desde ayer soy como la más popular de mi oficina. Todo el mundo me pregunta por la cachorrita, a todo el mundo parece importarle cómo pasé la noche. Todos quieren saber si fuimos al doctor y qué nos dijeron. Todo el mundo me visita, aunque hoy un poco menos que ayer. Hay gente que en dos años no me ha dado ni una vez los buenos días y ahora tan atentos y cordiales se interesan en la bebé.
Es gracioso, cuando yo me enfermo casi nadie me pregunta qué dijo el doctor. Cuando yo tengo hambre no hacen cara de ternura mientras me extienden una mano con galletas. Cuando tengo sed no buscan un poco de agua para mí. Si me duermo en la oficina, me ven raro. Y no quiero ni pensar lo que pasaría si me hiciera pis a la mitad de todo. Pero claro, como Nora es chiquita y tiene la nariz mojada, todo mundo quiere tener algo que ver con ella.