Archivos diarios: 12 julio 2012

¿Negocios o placer?


Por mucho tiempo he tenido ganas de tener mi propio negocio. Se me antoja muchísimo —como a casi todos— vivir de mis rentas, trabajar en lo que me gusta, tener la posibilidad de dar empleo y disfrutar del placer de tener algo que sea mío, construido por mí. Plantar un árbol, escribir un libro, tener un hijo… y formar un negocio.

De lo que más ganas tengo es de formar un despacho de servicios editoriales: tener un mega equipo de traductores de casi todos los idiomas; un grupo de expertos en la lengua que sepan corregir, redactar y organizar ensayos, libros, revistas y reseñas; gente creativa que escriba publirreportajes con onda (de esos que a todos nos da hueva leer, pero bien hechos), formadores, diseñadores, editores… El paraíso editorial al que recurran las grandes casas editoriales cuando se les viene el tiempo encima, cuando todos los demás les han fallado, cuando busquen la calidad y el precio que suman la felicidad.

Además del mundo editorial, tengo experiencia en bares y restaurantes. No sé todo, pero sí sé mucho y, aunque no me atrevería a querer administrarlo sola, se me ocurren los dóndes, los cómos y los qués para echar a andar un sitio agradable y divertido. Incluso se me ocurre con quién me gustaría hacerlo.

Naturalmente, me ha pasado por la cabeza tener una librería como la de Kathleen Kelly (Meg Ryan) en You’ve got Mail, la papelería tipo la Papelera Palermo, una cafetería como Central Perk… y un largo etcéteras de negocios que requieren de una gran inversión, mucho trabajo y cuyo futuro no está de ningún modo garantizado. De hecho, casi todo ese tipo de lugares están más bien condenados al fracaso, al menos en esta economía, al menos fuera del televisor.

Total que, después de varios años de darle vueltas al tema de iniciar un proyecto, sola o acompañada decidí lo que quiero hacer. Es un poco pronto para contarles de cabo a rabo de qué se va a tratar. Lo que sí puedo decir es lo divertidas que han sido las juntas para ponerle un nombre a nuestra hipotética empresa. La cantidad de cosas espectaculares que se nos ocurren y las pocas que hemos logrado. La cantidad de sueños e ilusiones que nos impulsan a trabajar en ellos y cuántos cuestionamientos pasan por mi mente cada día.

Me estoy metiendo en algo que no sé y no conozco. Elegí algo que siempre me ha llamado la atención, pero de lo que no he estudiado nada. Bueno, ahora ya llevo cerca de tres meses aprendiendo y practicando. Lo difícil no es sentarme a hacer lo que hago, sino ponerle precio al trabajo. Sé cobrar una traducción o una corrección. Sé cobrar un pastel. Sé cobrar cuadernos y fotocopias. Estoy aprendiendo a cobrar libros. ¿Pero cómo diablos cobro una hora de trabajo que puede ser recopilando, planeando, armando, desarmando o entregando? Ya sé que para que puedan contestarme esta pregunta necesitarían saber de qué va el negocio. Pero, como les decía, todavía es muy pronto.

Ahora, precisamente por lo difícil que ha sido poner precio al trabajo y por lo divertidas que han sido las reuniones de “socias”, temo por lo que puede pasar. Por un lado, si no nos organizamos bien y bonito, vamos a terminar quebradas y del chongo. Por el otro, podemos seguir divirtiéndonos sin invertir ni mucho dinero ni mucho tiempo y que jamás sea un negocio. O podemos intentarlo, trabajar en serio, planear gastos y estrategias y que se convierta en un peso más en la vida, pero nos ayude a pagar la renta. Muy complicado… Si tan solo pudiéramos lograr ese equilibrio entre negocio y placer, ¡ganarnos la papa y seguir echando risas!