Archivos Mensuales: marzo 2013

Por el D.F. en bici


¿Usted leyó Diarios de bicicleta de David Byrne? Yo no,  pero sé que el señor lleva algo de razón porque dice que “La mayoría de las ciudades norteamericanas no son nada acogedoras para los ciclistas. Tampoco lo son para los peatones”. Y en estricto sentido, y bajo esta descripción, la ciudad de México es norteamericana.

Si usted vive en esta ciudad o la ha visitado —no importa hace cuánto— sabe que nuestras avenidas (mal pavimentadas, que se inundan en la temporada de lluvias y tienen los semáforos hechos un desastre) tienen prioridad sobre todo lo demás. Tenemos un Periférico de verdad, ahora con segundo piso. Tenemos hartos ejes viales que van en todas las direcciones. Tenemos viaductos, acueductos, puentes y túneles. Ni ríos ni montañas han detenido el crecimiento de esta ciudad, en especial cuando se trata de construir otra vialidad. Y pareciera un complot, porque aparentemente es regaladísimo que te den un crédito para sacar un carro en pequeñas mensualidades.

A últimas fechas se ha hecho gran promoción del ciclismo urbano en la ciudad de México. Nos pusieron bicis públicas y usarlas es bastante más barato que andar en taxi, que pagar estacionamientos o parquímetros, seguro y tenencia. Quienes pueden, quieren y le saben, se compraron su bici y andan de un lado a otro de la ciudad: van a trabajar, van a cenar, van a visitar amigos, transportan víveres, niños, perros… Y es verdad que la felicidad está en una bici. Lo que no termina de quedar claro es si esa bici está en esta ciudad.

Unos dicen que los ciclistas no deben ir por las banquetas. Yo estoy de acuerdo. Es peligroso tanto para los ciclistas como para los peatones. Además de que las banquetas de esta ciudad son un peligro, incluso para quien anda a pie.

Pero hay peatones que se bajan de la banqueta. Entonces, cuando vas en la bici los topas de frente en un minúsculo espacio que queda entre los autos y las banquetas. ¿Por qué prefieren caminar por la calle si al peatón sí le han construido un espacio propio (al menos en ciertos barrios)? Es un misterio.

Luego los ciclistas nos sentimos agredidos —me incluyo porque lo he sentido en la bici— por motociclistas, automovilistas y microbuseros. Nos hacen run, run, nos “echan lámina”, nos rebasan sin dejar mucho espacio entre su espejo lateral y nosotros, hacen como que nos tienen paciencia pero no guardan una distancia prudente y nos tocan el claxon sin frenar.

Pero también los ciclistas tenemos mucho que aprender de vialidad en dos ruedas. Hoy vi a uno sin casco, con audífonos, pasándose el alto cuando venían los coches del otro lado. Si nosotros no valoramos nuestra vida, ¿cómo podemos esperar que otros la valoren?

El problema, como tantos otros, no es de ahorita ni empezó con la ecobici. Este asunto viene de antaño: cuando la ciudad de México dejó de ser un pueblo bicicletero y la bici se convirtió en un juguete y no en un medio de transporte. Nos llevaron al parque a aprender. Sólo había que cuidarse de no caerse, de no estrellarse contra un árbol, y de los amiguetes ciclistas. Ahora hay que afinar un montón de detalles. Tenemos que preguntarnos si lo estamos haciendo bien por nosotros y por los demás.

En principio, la bicicleta, como todos los otros medios de transporte, debe apegarse al reglamento de tránsito: hay que respetar las señales, el sentido de las calles y nunca transitar por la banqueta. Algunas otras reglas de seguridad son cuestión de sentido común. Y otras, si sentiste miedo, pregúntate qué podrías cambiar para que no te vuelva a suceder. Habla con otros ciclistas, obsérvalos y toma lo bueno. No se trata de ser más intrépido y sólo a veces se trata de llegar más rápido. Pero siempre se trata de que transportarse sea saludable, ecológico y divertido, incluso en contra de lo que crean quienes planearon y planean nuestra ciudad.

¿Cuánto tarda una persona en adaptarse al cambio?


Cuando eliges un nuevo depa para mudarte tomas varios factores en cuenta. Te fijas dónde está el súper, la tiendita, la tintorería, la lavandería, el parque, el cafecito, si hay metro, metrobus, si es amigable para las bicicletas o para los perros o para los niños, cuáles son las avenidas principales más cercanas y quiénes de tus amigos viven por ahí… Así, una vez mudado, te dedicas a disfrutar de tu nuevo barrio.

Cuando cambias de coche o de computadora, tardas en adaptarte al nuevo tablero o al nuevo teclado. Pero a base de usarlo diariamente, te vas aprendiendo las nuevas características y pronto lo diferente ya no es para nada desconocido.

Cuando cambias de medio de transporte —dejas el metro por el metrobús, el micro por el taxi, las patas por la bici— hay que tomar muchas cosas en cuenta: tiempos, gasto, horas pico, y a todas las otras personas junto con el medio de transporte de tu elección.

Cualquier cambio en tu rutina significa pequeños esfuerzos: horarios, rutas, medios de transporte, formas de relacionarte, hábitos alimenticios y de sueño…

Cambiar de empleo significa desapegarte de la gente con la que solías comer, bromear y trabajar, despedirte de la fondita de la esquina y ubicar el nuevo lugar bueno, medio limpio y barato donde puedas comer casi diario, descubrir las rutas de evacuación en caso de incendio, adaptar tu sensibilidad a los nuevos tratos, elegir un nuevo medio de transporte y la ruta perfecta para hacer el menor tiempo posible en el trayecto gastando menos pesos…

Cambiar de empleo es, tal vez, como cambiar de pareja. Te tienes que acostumbrar a muchas cosas. Ya no se llama Pedro, ahora se llama Juan, y ya no vive en la Roma, ahora vive en Polanco, es fan del cine, pero siempre prefiere el 3D, habla menos y baila más, no tiene tantos amigos, prefiere la electrónica sobre la salsa y adora a tu perro pero es alérgico a tu gato…

Cuando dejé cierta afamada revista entré a otra medio tiempo y las tardes las usaba para estudiar. Dejé esa segunda revista y me dediqué a estudiar de tiempo completo. Terminé mis materias y tuve un breve periodo de transición en el que traducía como freelance, intentaba avanzar con la tesis y veía mucha televisión. Luego entré al INAH para trabajar de tiempo completo como editora de los catálogos de las exposiciones. No fue un shock de entrada porque venía de estudiar y había vivido un periodo de transición. Me tardé en descubrir que estaba haciendo los libros más bonitos del mundo con el jefe más sabio de todos y me tardé en agarrarle la onda a la gente. Pero el rumbo me era súper familiar y no tuve que inventar cuestiones relacionadas con las comidas, las actividades extracurriculares, las rutas y las distancias.

Ahora cambio de nuevo. Me levanto poco más de hora y media antes, hago 30 minutos más de camino —si bien me va— necesito más energía para cocinar en las noches porque no he encontrado un sitio dónde comer al menos cada tercer día, tengo que bajar el switch de la edición, las buenas palabras y las reglas gramaticales y prender el de la vida comercial. Como sola, viajo sola, trabajo en grupo, pero sola y mi nueva mejor amiga es una lap top. Tardaré en agarrarle la onda tanto como tardé la vez pasada, pero aprenderé a disfrutarlo y a kickear lots of ass en mi nuevo trabajo. Es cosa de paciencia y un poco de equilibrio, seguro. Pero definitivamente creo que me faltó mi etapa de luto por el antiguo trabajo.

Ahora entiendo que hay una razón por la que se sugiere guardar un periodo de luto entre novio y novio. Más que un luto es la oportunidad para que tu mente, tu cuerpo y tu alma pierdan la costumbre del otro, que no se te crucen los cables y que no puedas comparar ni besos, ni risas, ni miedos.

¡Arriba los asaltos, hijos de las manos, esto es una guayaba!


Suena a chiste, y la incredulidad me hace reír en ocasiones. Pero la realidad no es chistosa. Este fin de semana me encontré con dos tipos que me pidieron dinero de manera pasiva-agresiva, disfrazada de servicio, como si se lo hubieran ganado…

El viernes fui a cenar a un lugarcito muy lindo de la Roma (ese que reúne las tres bes). Llegué en auto con un amigo. Bajamos y el viene-viene de esos 10m2 ya estaba negociando su tarifa con mi cuate. Me acerqué a escuchar lo que se decía. El viene-viene preguntaba cuánto nos íbamos a tardar. ¿Para qué necesita saber? “Porque así puedo cuidarle su carro”. Pues si lo vas a cuidar, da lo mismo que me tarde 10 minutos o dos horas, igual te estás ofreciendo a cuidarlo. ¿De qué? Ni él mismo lo sabe. Pero equivocó encabronadamente cuando dijo “Es por su seguridad”. ¡Pero ya había dicho que era para un refresco! ¿Mi seguridad? ¿Por qué? Si me van a asaltar entre el restaurante y el coche, ¿le digo al asaltante “¡Momento! Yo ya le di diez pesos a un viene-viene”? Le pregunté pues: “¿Por mi seguridad o para un refresco?”  Y dijo el pobre hombrecillo “Las dos”. Mi amigo se estaba poniendo nervioso. Yo me estaba enojando. Y cuando iba a gritar “¿¡Me estás amenazando!?” entró en mí un pedacito de prudencia y me limité a decirle “Así no se piden las cosas”. Me sentí como mamá de adolescente. Pero qué le pasa a este tipo que me dice “Dame diez pesos o no me hago responsable de lo que te pase” cuando creo que podría darle 300 y de todas formas no se haría responsable de nada…

Pues al día siguiente me volvió a pasar. Fui a una fiesta en el cerro de Lomas Altas, allá donde Constituyentes se quiere juntar con Reforma. Me dio sueño antes que a mi ride y en la urgencia de volver a casa pregunté dónde había un taxi. Había un grupo de taxistas cerca de la puerta. Muy amables, súbale por acá. Me subí y me preguntó para dónde iba. Luego me dijo “Serían 220 pesos”. Pregunté por su taxímetro y dijo que era una tarifa fija. Le dije que era una barbaridad y respondió, literalmente, “lo que le ofrecemos es su seguridad”. ¡No lo puedo creer! ¡Es la segunda vez en dos días que alguien me pide dinero a cambio de mi seguridad! ¿Que me está diciendo? ¿Que si no le doy los 220 me los quita a mano armada? ¿Que con esos 220 mágicos pesos blindamos el auto? ¿Que sólo así evitamos que se suban unos tunantes a la mitad del camino y nos bajen los pantalones a él y a mí? ¿Que podría cobrarme con taxímetro, pero entonces tendría que violarme? ¡DIOSANTO!

Pasan muchas cosas: en primer lugar, todos queremos ganar más dinero porque la vida se está poniendo muy cara. En segundo lugar, el trabajo es pesado y nadie quiere hacerlo. En tercer lugar, en esta era carente de modelos a imitar, los héroes son narcos, bandidos, gente que se sale con la suya chantajeando y amenazando… ¿pero qué paso con la elegancia?

Va. Tomemos como ejemplo a los mafiosos de la tele, pero analicemos por qué los grandes chantajistas de la historia que amenazan al prójimo se salen con la suya. No basta con repetir la fórmula. Hay que entenderla.

El gángster de la tele me mira a los ojos mientras habla de mi seguridad, viste con gusto, habla con elegancia, es incluso un poquito seductor. El viene-viene en bermudas con audífonos al cuello que mira hacia la izquierda mientras habla de mi seguridad no está comprometido, ni conmigo, ni con mi auto, ni con su refresco. El taxista que dice que cobra una fortuna por mi seguridad cuenta con que estoy lejos de casa y muy cansada. Cree que pagaré lo que sea con tal de llegar a casa cuanto antes. Pero eso se llama abuso: hay unas maquinitas que se llaman taxímetros que sirven para que patanes como él no me roben lo que me ahorré en las chelas yendo a esa fiesta en casa del carambas.

El escándalo no es que roben. Eso lo han hecho siempre. El escándalo es que usen las palabras “por su seguridad” mientras lo hacen, y que se crean Tony Soprano o una especie de Padrino cuando no han podido entender qué hace a estos delincuentes tan carismáticos.