¿Usted leyó Diarios de bicicleta de David Byrne? Yo no, pero sé que el señor lleva algo de razón porque dice que “La mayoría de las ciudades norteamericanas no son nada acogedoras para los ciclistas. Tampoco lo son para los peatones”. Y en estricto sentido, y bajo esta descripción, la ciudad de México es norteamericana.
Si usted vive en esta ciudad o la ha visitado —no importa hace cuánto— sabe que nuestras avenidas (mal pavimentadas, que se inundan en la temporada de lluvias y tienen los semáforos hechos un desastre) tienen prioridad sobre todo lo demás. Tenemos un Periférico de verdad, ahora con segundo piso. Tenemos hartos ejes viales que van en todas las direcciones. Tenemos viaductos, acueductos, puentes y túneles. Ni ríos ni montañas han detenido el crecimiento de esta ciudad, en especial cuando se trata de construir otra vialidad. Y pareciera un complot, porque aparentemente es regaladísimo que te den un crédito para sacar un carro en pequeñas mensualidades.
A últimas fechas se ha hecho gran promoción del ciclismo urbano en la ciudad de México. Nos pusieron bicis públicas y usarlas es bastante más barato que andar en taxi, que pagar estacionamientos o parquímetros, seguro y tenencia. Quienes pueden, quieren y le saben, se compraron su bici y andan de un lado a otro de la ciudad: van a trabajar, van a cenar, van a visitar amigos, transportan víveres, niños, perros… Y es verdad que la felicidad está en una bici. Lo que no termina de quedar claro es si esa bici está en esta ciudad.
Unos dicen que los ciclistas no deben ir por las banquetas. Yo estoy de acuerdo. Es peligroso tanto para los ciclistas como para los peatones. Además de que las banquetas de esta ciudad son un peligro, incluso para quien anda a pie.
Pero hay peatones que se bajan de la banqueta. Entonces, cuando vas en la bici los topas de frente en un minúsculo espacio que queda entre los autos y las banquetas. ¿Por qué prefieren caminar por la calle si al peatón sí le han construido un espacio propio (al menos en ciertos barrios)? Es un misterio.
Luego los ciclistas nos sentimos agredidos —me incluyo porque lo he sentido en la bici— por motociclistas, automovilistas y microbuseros. Nos hacen run, run, nos “echan lámina”, nos rebasan sin dejar mucho espacio entre su espejo lateral y nosotros, hacen como que nos tienen paciencia pero no guardan una distancia prudente y nos tocan el claxon sin frenar.
Pero también los ciclistas tenemos mucho que aprender de vialidad en dos ruedas. Hoy vi a uno sin casco, con audífonos, pasándose el alto cuando venían los coches del otro lado. Si nosotros no valoramos nuestra vida, ¿cómo podemos esperar que otros la valoren?
El problema, como tantos otros, no es de ahorita ni empezó con la ecobici. Este asunto viene de antaño: cuando la ciudad de México dejó de ser un pueblo bicicletero y la bici se convirtió en un juguete y no en un medio de transporte. Nos llevaron al parque a aprender. Sólo había que cuidarse de no caerse, de no estrellarse contra un árbol, y de los amiguetes ciclistas. Ahora hay que afinar un montón de detalles. Tenemos que preguntarnos si lo estamos haciendo bien por nosotros y por los demás.
En principio, la bicicleta, como todos los otros medios de transporte, debe apegarse al reglamento de tránsito: hay que respetar las señales, el sentido de las calles y nunca transitar por la banqueta. Algunas otras reglas de seguridad son cuestión de sentido común. Y otras, si sentiste miedo, pregúntate qué podrías cambiar para que no te vuelva a suceder. Habla con otros ciclistas, obsérvalos y toma lo bueno. No se trata de ser más intrépido y sólo a veces se trata de llegar más rápido. Pero siempre se trata de que transportarse sea saludable, ecológico y divertido, incluso en contra de lo que crean quienes planearon y planean nuestra ciudad.