Que los bebés se mueven cuando están en el útero lo sabemos todos. Benditos movimientos que te permiten saber que tu bebé está vivo, despierto y que tiene habilidades motrices. Benditos movimientos que te recuerdan que debes tomarte la “Materna” cada mañana, que no estás sola, que te ayudan a aguantar el ansia hasta el siguiente ultrasonido, y que despiertan tantos nervios, tantas preguntas y tantas ganas de conocerlo/a YA… ¡Cuánta responsabilidad para esos movimientos tan pequeñitos!
Bueno… tal vez no es correcto llamarlos pequeñitos. Al principio, sí. Se sienten como palomillas revoloteando dentro de un frasco. Luego los movimientos van tomando forma, va siendo más fácil imaginar (aunque todo pueda ser una enorme ficción) con qué parte de su cuerpo se manifiesta la criatura.
De pronto un día tienes chueca la barriga. Primero crees que estás alucinando, que seguramente tú estás chueca. Te acomodas, reacomodas, giras. Te miras en el espejo, piensas que puede ser el ángulo desde el que te ves. Lo comentas con una amiga y te da la razón: tienes la panza chueca. Probablemente la cabeza o el culiflín de tu bebé están recargados del lado derecho del útero haciendo que ese lado se vea más grande.
El aleteo de las palomillas deja de sentirse como tal, convirtiéndose en una espesa burbuja de lodo o lava o chapopote que crece y se revienta. Crece y crece y ¡pop! como de caricatura. ¡Y se ve! Puedes notarlo a través de la ropa, en especial cuando estás sentada o recostada en paz. Crece y revienta. Crece y revienta. Podrías creer que tienes serios desajustes gástricos. Pero lo más probable es que sea tu hijo.
Luego, un buen día, algo pasa que te acuerdas de ese capítulo de Friends en el que Phoebe está embarazada de los trillizos de su hermano, se asoma por su propio escote y grita “Don’t make me go in there!”. Jovencito (o señorita): esas se llaman patadas y esta a quien usted patea es su madre. Tengo que confesar que, en general, me parece muy divertida la sensación. Es un problema porque me distrae y cuando estoy trabajando me cuesta trabajo concentrarme y me dan ganas de comer algo delicioso que le contagie mi alegría, o bailar, o reír a carcajadas o alguna otra de esas cosas que he descubierto que despiertan a mi ninja baby. Lo único que se siente raro/feo es cuando entierra alguna extremidad —se me antoja que sea su pie izquierdo— en una de mis costillas. Esa sensación no está tan padre.
De ahí en fuera, mi bebé y yo nos comunicamos a las patadas. Es la forma que tenemos para vincularnos e irnos conociendo, por ahora. Patea una vez si quieres uvas, patea dos si prefieres guayabas.
He descubierto que le gusta el chocolate bueno, con harto cacao. Le gusta cuando su mamá canta —o aúlla— las canciones con las que creció. Le gusta especialmente “Orange Colored Sky”. Le gusta cuando bailo las canciones que más me dan contento, tiene una debilidad por ciertas argentinas moviditas que a mí también me resultan divertidas. Y le fascina cuando recibo buenas noticias que me llenan de felicidad.
Benditos movimientos que me van dando una probadita del carácter de mi cría: activo, saludable, divertido, con buenos gustos y —mi favorito— una personita que se manifiesta, a favor o en contra de lo que hace su mamá. ¡Yey!
Falta esa parte tremenda en que ya no cabe y sus movimientos son más fuertes y entonces sí que se te entierra en los huesos. Pero mientras llega ese pedazo de la acción, celebro infinitamente cada acción/reacción entre mi bebé y yo.