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Hablando de citas


Primero quiero ofrecer una disculpa, porque ya sé que este tema lo tengo muy manoseado. Pero es que de verdad no deja de sorprenderme. Hace poco hablaba con uno de mis más amigos sobre un tipo que los dos conocemos: él decía que es un tipo raro, que por temporadas es muy constante y afectuoso y luego desaparece por años. Un día, sin importar que tú vivas en un extremo de la ciudad y él en otro, te da un aventón a tu casa. La siguiente semana difícilmente te saluda. Un día habla de su vida, comparte historias familiares, pareciera darte toda su confianza, luego pareciera que ni te conoce. Le conté a mi amigo que lo exacto mismo hizo conmigo. Y entonces me preguntó si alguna vez me había tirado la onda. “No”, contesté muy confiada. Luego de dos segundos dije “No sé”. El tipo es suficientemente raro como para que yo no tenga la certeza de si me tiró la onda o no, a lo que mi amigo repuso: “Yo creo que es bastante obvio, cuando alguien te tira la onda, sabes”.

No puedo más que pensar qué afortunado es mi amigo. Tiene una claridad que yo no siempre he tenido. Hay quienes parecen creer que cualquier ocasión en que un chico invita a una chica, es una cita. Hay quienes preferimos pensar que existen salidas de cuates y salidas de parejitas. Y que, por ejemplo, si tienes una pareja puedes salir con un cuate a tomar algo, pero no si sabes que el cuate espera unos besos al final de la noche. Me gusta creer que hay amistades entre hombres y mujeres, pero también tengo muy presente la discusión al respecto durante toda la película When Harry Met Sally.

Harry le dice a Sally que un hombre y una mujer nunca podrán ser amigos porque él siempre querrá sexo, sea ella guapa o fea. En su siguiente encuentro le dice que no pueden ser amigos aun cuando los dos tienen pareja, porque entonces el problema no es que él quiera sexo, sino que a la esposa de él le surgirán preguntas como “¿Para qué quieres esa amiga si me tienes a mi?” Un buen día, ella le dice que cree que se están volviendo amigos, a lo que él responde: “Una amiga mujer, qué interesante”

Total que, cuando finalmente ambos admiten que pueden ser amigos y empiezan a permitir que esta amistad crezca, terminan encamados. ¿Qué pasó ahí? Se han conocido por años. De alguna manera los dos estaban seguros de que no se sentían atraídos uno por el otro. Ambos han hablado de citas y parejas, cosa que siempre pareciera ser señal de cierto desinterés romántico. Y claro, después de eso ya no saben cómo hablarse, cómo mirarse, como relacionarse. Y es que la realidad es que mujeres y hombres sí podemos ser amigos, podemos salir al cine o por cervezas sin que exista interés romántico o sexual alguno. Errores como el de éstos dos los hemos cometido todos alguna vez. Y odio admitir esto —todos saben que es una de mis más favoritas películas en el mundo— pero es probable que al final terminan emparejados como medio para justificar haber sexeado tan tarde en su amistad, cuando el cariño que se tenían ya era de otro tipo.

Ojo, que Friends argumentaría que la amistad previa al romance lleva a una cercanía inigualable. Pero esto tampoco significa que cada varón que hace buenas migas con una mujer quiera romancear o viceversa. (Aclaremos que un nuevo “amigo” debe saber ser amigo, porque si no es pretendiente y la amistad no procede.)

Total que nunca sabré si aquel tipo raro me tiraba la onda. Sigo sin saber distinguir entre una salida con un compa y una cita, y nunca voy a entender por qué una pareja mía tendría que salir con una amiga nueva sin mí. Pero, mientras no estoy de acuerdo con mi amigo en la obviedad de la cita, sigo sintiéndome halagada por ser invitada, procurada y consentida.

La otra mujer


No me refiero a lo que normalmente conocemos como “la otra”. No quiero hablar aquí de la chata que anda de manera no oficial con un señor que tiene compromiso previo. Estoy pensando en la otra mujer de la película.

Soy fan desde siempre de la comedia romántica. Creo en los finales felices, en los que están hechos uno para el otro, en que no importa lo que pase y cuánto tarde, cada uno habrá de terminar con la persona correcta.

Pero en esas películas suele haber otra mujer, la novia/esposa/prometida en turno del galán de la historia. Y estas suelen ser personas mucho menos padres que las principales. Son jetonas, son celosas, no son divertidas, son mandonas, son interesadas, no son tan bonitas… y al final las dejan, como es natural, por la maravillosa y simpática que a todos los espectadores nos cae de moda.

Estoy pensando, por ejemplo, en la abogada horrenda que le truena los dedos a Mr. Darcy en Bridget Jones; en la trigueña que, si bien al final termina de amiga de Elle Woods, es grosera, insegura y horrible persona en Legally Blonde. En When Harry Met Sally no es tan claro, porque la aparición de Helen es brevísima, pero es una terrible persona que nunca lo quiso, lo dejó por otro y al final ni le importa. En 13 Going on 30, la prometida de Mat podría haber sido una chata normal, hasta que deja ver que en realidad no le importa medio comino la profesión del novio ni está dispuesta a ceder medio centímetro.

En fin… la lista es tan larga como la de comedias románticas en el mundo. Siempre me han gustado este tipo de películas, siempre aplaudo en el primer beso, siempre me alegro al final, siempre siento que, como en el romanticismo, los buenos son premiados y los malos son castigados y los enamorados viven felices para siempre y así es como debe ser el orden de las cosas.

Pero no puedo evitar pensar en “la otra mujer”, la abandonada… Tal vez algunos piensan que se merece lo que le pase. O quizá ni importa. Pero yo —que siempre quiero sentirme identificada con la de la sonrisa encantadora, la sensible y generosa, la chistosa y amorosa— no puedo evitar preguntarme que va a pasar con “la otra”. La que se va a quedar sin Mark Ruffalo o Colin Firth (creo que todas podemos prescindir toda la vida de Billy Crystal) por un defecto horrendo del que no se ha percatado… ¡Y peor! ¿Qué tal que yo soy esa otra?