Hemos oído de actos sexistas varios. Sabemos de actos históricos increíbles. Es un hecho que todavía en el siglo XXI hay gente que divide las actividades entre las muy masculinas y las “propias de nuestro sexo”. Sin embargo, no pensé que fuera tan evidente, pensé que a estas alturas los varoncitos se sentirían avergonzados de este tipo de cosas.
Hoy estaba parada afuera de una tienda de discos esperando a que abrieran para comprar boletos para Pixies —por cierto, no triunfé— y merodeaban por ahí tres sujetos. Pasó entonces un ñor —que, sí, peinaba canas pero que no mame— que les repartió calendarios para el mundial. Le dio uno a cada uno, me miró y se fue. Todavía me volvió a ver mientras se alejaba, tal vez dudando si me daba uno para mi papá…
Me sorprende, aunque no tengo muy claro por qué. Tengo amigos listos y respetables que se asombran porque sus mujeres quieren sentarse a ver los juegos. Tal vez se debe a que hay mujeres que se aburren, o porque hay otras que enfrían las chelas, preparan las botanas y se retiran a sus aposentos para dejar ese espacio al varón de la casa. Pero es una cuestión es gustos, ¡no de género!
Si mi abuela era aficionada al box y a las carreras de coches, ¿cómo puede haber todavía sujetos que piensen que el futbol es exclusivo para ellos? En mi casa soy yo la que empezó el álbum del mundial. Soy yo la que disfruta del estadio. Soy yo la que toma el café sin azúcar, la que acompaña el tequila con cerveza. Y eso no sorprende a nadie, al menos a nadie que se haya sentado en una mesa conmigo… ¡Tampoco me convierte en un señor! Me gustan esas cosas, las comparto con mis amigos y mis amigas de igual modo. El único a estas alturas que no quiere compartir es el ñor que reparte los calendarios en Plaza Loreto.