Archivos Mensuales: diciembre 2011

Un reto al que ya no le entro


Llegó la época decembrina y en la ciudad de México han instaurado un alcoholímetro las 24 horas hasta el 6 de enero. ¿Entienden, verdad? El Guadalupe-Reyes tiene aterrada a la autoridad. Es chistoso, porque eso del Guadalupe-Reyes siempre me sonó a cosa de adolescentes. Era casi como un reto, una competencia. A ver quién lograba de verdad beber los 26 días sin parar. Yo confieso que lo intenté varia vez (al menos toda mi prepa) y confieso que nunca lo logré. Se me atravesaba una gripa, mi madre, un viajecito tranki, y mi eterno ánimo de devorar en dos semanas los libros que no terminé durante el año.

Supongo que quienes lo logran tienen técnicas. Contarán chelas con amigos, posadas, comidas familiares, reuniones con colegas y una que otra de buró. Yo no pude entonces y, claramente, no puedo ahora. Ahora si bebo un día al día siguiente debo guardarme, si me desvelo no puedo levantarme temprano al día siguiente, si bebo no me concentro para trabajar después… En fin, que me estoy haciendo vieja y se me nota especialmente en eso de la fiesta y la bebida.

¿Cómo hacen entonces quienes siguen rigurosamente el Guadalupe-Reyes? ¿Cuál es el secreto? ¿Riopan-AlkaSetlzer-chilaquiles? ¿Hay algo suicida detrás del Guadalupe-Reyes? ¿Cuenta una sola chela o cuenta a partir de que se te barre la lengua? ¿La onda es el reventón o la peda? ¿Y quiénes son los miembros del clan del Guadalupe-Reyes?

¿Son hombres o mujeres?

¿16-19 años? ¿20-25? ¿26-35? ¿36-40? ¿41-50? ¿51 años o más?

¿Son de clase media baja, media media, media alta o alta alta?

¿Solteros, casados, divorciados, viudos, vueltos a casar o separados?

¿Son hijos únicos, hijos menores, hijos mayores o hijos de en medio?

¿Pertenecen a familias funcionales, disfuncionales o todo lo contrario?

¿Tienen mascotas? ¿Perros? ¿Gatos? ¿Peces? ¿Tortugas? ¿Gansos?

¿Son padres de familia?

¿Trabajan o estudian? ¿Son ninis? ¿Con qué pagan las chelas?

¿Cuál es su preferencia sexual? ¿Su profesión? ¿Su religión? ¿Su raza?

¿Beben en cantinas? ¿Bares? ¿Restaurantes? ¿Teibols? ¿Cabarets? ¿Banquetas?

¿Salen de día? ¿De noche? ¿Beben desde medio día?

Y, lo que más le interesa a las autoridades: ¿Conducen cuando han bebido?

Y lo que me interesa a mí: Si conducen después de haber bebido, pasan por el alcoholímetro, los detienen y los mandan al Torito, ¿quedan automáticamente descalificados de la competencia? De ser así, sugiero que quienes todavía tengan la fuerza para seguir con rigor el Guadalupe-Reyes se consigan un sitio de confianza y llamen al taxi. Piensen que, además, ahorrarán en valets y estacionamientos.

Aquí un par de números en caso de que decidan seguir mi consejo (Tengo los teléfonos, pero no sé los nombres):

5660 1122

5634 2936

5574 3520

5634 9912

Por lo demás, les deseo mucha suerte, muchas felicidades, ¡y todo el éxito en el Guadalupe-Reyes!

La importancia del calendario


Es chistoso cómo damos especial importancia al calendario, la agenda, las fechas, las celebraciones, los feriados. Recordamos con tristeza los aniversarios luctuosos de la gente querida —y en ocasiones también de las mascotas—. Celebramos el aniversario de nuestro nacimiento y el de las personas cercanas. Llega febrero y nos invaden los corazones. Llega septiembre y los mexicanos ponemos banderas. Llega noviembre y los gringos ponen calabazas. Llega diciembre y el mundo se llena de Santa Closes.

Les damos importancia a pesar de que ahora los feriados ni siquiera son el día que se celebra, sino el lunes o viernes más cercano. Es curioso porque las celebraciones cumpleañiles olvidamos que se trata de brindar porque alguien está vivo, y nos ponemos una guarapeta y nos peleamos y queremos regalos y todo se va al caño. Pero lo más cabrón son esas fechas que TODO el mundo celebra porque hay que celebrarlas, porque la televisión lo dicta, porque es una costumbre heredada o porque después de un año nos hemos olvidado de lo mal que la pasamos el año anterior.

El 14 de febrero: qué suplicio tan grande, en especial para los adolescentes. Que negociazo para quienes hacen paletas de corazón. Y qué balcón para quienes son padres de niños nacidos en noviembre.

El 10 de mayo: creo que pocas veces en la vida he visto a mi madre tan incómoda, tan enojada y con tan mala leche como los días de la madre. Entre el calor, el tránsito, los tiempos de espera para una mesa y mi padre que no atinaba a regalarle algo que no fuera un electrodoméstico… Pésima opción el día de madres.

Navidad: Bueno, creo que pocos males son tan grandes como la Navidad. Justo cuando cambia el reloj de las 11:59 pm del 30 de noviembre a las 12:00 am del 1 de diciembre es como si se desatara un maleficio sobre la población mundial. De pronto el tiempo de amar y perdonar se llena de mentadas de madre. En la época de paz se respira estrés y angustia. En el tiempo de convivir y disfrutar nos dedicamos a sufrir y consumir. Los días de reflexión se vuelven días de borrachera y el tiempo de estar con los seres queridos lo convertimos en salidas chafísimas con quienes denominamos nuestros colegas. Total, fatal.

Cae el aguinaldo y nos lo gastamos en pendejadas. Nos estresamos porque hay que aprovechar las ofertas mientras duren, hay que aprovechar todas las ventas nocturnas aunque las compras estén fuera de nuestro alcance. Hay que planear una cena que impresione a más gente que la del año anterior. Hay que romper el record propio: cocinar mejor, verse mejor, que los hijos propios sean más listos, más simpáticos… comprar mejores regalos, servir el mejor ponche, rellenar la mejor piñata, cantar las mejores letanías y comer caña con más elegancia.

Hay que salir. Hay que ver a todo el mundo. No puede terminar el año sin que abraces a las amigas de la prepa a las que no les tiraste un lazo en los últimos 12 meses. Hay que ir a la escuela al festival de los niños, y luego hay que ir a las posadas familiares, sociales, laborales, institucionales. Hay que cruzar la ciudad para ver a las tías que nunca salen. Hay que subir al cerro para ver a los compadres del empleo anterior. Hay que ir al aeropuerto por la abuela que llega. Hay que ir a la Tapo por las primas. Hay que ir a Taxqueña por la cuñada. Hay que ir a la salida a Querétaro porque ahí hay un outlet para comprar los regalos a buenos precios. Hay que conseguir atuendos para todas las ocasiones. Hay que hacer brindis con las de la danza, las del yoga, las del macramé y las del club de lectura. Hay que salir. Hay que gastar. Hay que enojarse y con suerte nos dé un infarto.

Es increíble cómo llega diciembre y toda la gente se aloca, se oyen más claxons, los trayectos se eternizan, la socialización se complica, las almendras suben de precio y la sociedad entera empieza a hablar de enflacar mientras traga y de ahorrar mientras gasta; de lo terrible que es enero entre su cuesta y los kilitos de más y de lo bueno que está este pavo, y los regalos que quedan por comprar.

¿Por dónde empezar?


Ayer les comentaba que mis propósitos para el año entrante son titularme, distraerme menos y aprender a tejer. Claro que a eso hay que agregar leer 52 libros. Y estos propósitos se dividen a su vez en subpropósitos. Explico:

Tengo cuatro libreros que no están muy ordenados, aunque siguen cierta lógica. Uno es literatura escrita originalmente en español, crítica y teoría. Otro es literatura originalmente escrita en inglés, poesía y libros de referencia. El tercero está conformado por literatura traducida al español y libros en francés. El más pequeño tiene el corpus de mi tesis.

Pues bueno, ya hice una revisión de cuáles libros de la lista de los 100 están en mi casa. Son varios. Ayer me paré frente a uno de mis libreros y pensé en la segunda quincena de diciembre: vacaciones, tiempo libre, lecturas y mucha felicidad. ¿Qué escojo? Mi primera opción es leer algo que no haya leído a lo que le traiga ganas y que no esté en la lista de los 100. Mi segunda opción es escoger algo de los 100, pero que ya haya leído antes. La tercera opción es que sean tres libros: uno en español, uno en inglés y uno en francés. Una novela, uno de cuento y uno de poesía. Uno para la mesita de noche, uno para la bolsa y uno para el baño. La otra es cerrar los ojos y tomar un libro a ciegas, esperando que no sea Redacción sin dolor o The Secret Diary of Adrian Mole Aged 13 ¾, que es una maravilla pero no como para releerlo a los 33.

Lo que sé es que parte de los propósitos del 2012 será no comprar libros a menos que sea necesario. Tengo muchos en casa que no he leído. Tengo muchos que quiero volver a leer. Sé que muchos llegarán vestidos de regalos. Sé que si salgo del país compraré algo. Lo que debo evitar es caer en la tentación de entrar a las librerías de siempre, pasearlas y merodearlas, escoger al que me haga ojitos y permitir que se me pegue cuando en casa tengo varios cientos que necesitan un poco de mi atención.

Es probable que cumpliendo este inciso del propósito lecturas cumpla también el imposible propósito de todos los años: ahorrar. Si dejo de comprar tres libros al mes —de los cuales sólo leo uno— dejaré de gastar poco más de 600 pesos. Al final del año tendré 7200 que, bajita la mano, es la mitad del seguro de gastos médicos.

Definitivamente, esto de la planeación me conviene.

¿Ustedes cómo van con esos propósitos? Hay que pensarlos con tiempo y calma, para que no terminen siendo los de siempre: viajar, bajar de peso, hacer ejercicio, dejar de fumar, pelear menos con mi mamá y aprender a hablar otro idioma. Creo que si planeamos con tiempo podemos crear la estrategia que nos permita realizar los propósitos pasito a paso.

La autopublicación


Tomar la decisión de abrir un blog, por el motivo que sea, es cosa seria. Yo decidí abrirlo porque me di cuenta de que no estaba escribiendo nadita y me pareció un interesante ejercicio que me haría escribir con frecuencia. Ha funcionado puesto que escribo con relativa frecuencia. Sin embargo, no ha funcionado del todo pues no me ha llevado a crear mi ficción o similares.

El otro día leí que cerca del 90 por ciento de las páginas web sólo son visitadas por sus creadores. Hace poco más de un año me ofrecieron un empleo escribiendo para un sitio de soft news y luego me lo desofrecieron porque no soy una famosa locutora, escritora o dj cuyo nombre resuene en el inconsciente colectivo de las masas y atraiga clicks a diestra y siniestra. En pocas palabras, soy una de esas personas con un website que es visitado sólo por su creador.

Es chistoso, porque cuando empiezas con esto del blog buscas hacerlo atractivo: una foto linda, una letra amigable, un texto de cierto tamaño, un tema simpático, un diseño agradable… Y jala, poquito a poco jala. Un día, de la nada, te visitan más de 70 personas. Y entonces piensas que funcionó.

Luego revisas esta bonita herramienta de wordpress que te cuenta con qué frases llegó la gente a tu blog y te das cuenta de que la mayoría no querían leerte a ti. Al día siguiente descubres que esa mayoría no regresó. De pura casualidad llegaron a tu blog y se fueron decepcionados porque no resolviste su duda. Es más, se sintieron timados porque buscaban soluciones reales, un poco de pornografía o verdaderas recetas y tú sólo dices lo que estás pensando…

Entonces, claro, quieres a tus lectores de vuelta. Estos 70 u otros, pero que te lean. Y empiezas a ver qué es lo que más ha atraído a tu “público”. ¿Ecología? ¿Economía personal? ¿Política? ¿Chismes de oficina? ¿Relaciones sentimentales? ¿Literatura? La verdad es que después de casi tres años no atino saber qué es lo que mis lectores prefieren. Tengo épocas en que entran cientos y épocas en que entro sólo yo. Confieso que los textos que más me han gustado son los que menos han llamado la atención de ustedes. Y les comento que veo con cierta tristeza que nadie ha dicho nada de la fotografía que desapareció.

Era el glaciar Perito Moreno, en la Patagonia argentina. Era única porque la tomé yo. Digo “era” porque estaba guardada en la computadora que se robaron aquella vez que entraron a una mi ex casa. Yo espero en un par de semanas poder poner otra foto, una nueva que cuente una nueva historia, la historia de 2012.

Siempre que llega diciembre empiezo con los recuentos, las listas, los proyectos, las limpiezas… Como saben, ya hice mi proyecto de lecturas para 2012. Los propósitos son titularme, distraerme menos y aprender a tejer. El recuento luego les cuento. Las limpiezas: ya hice la del cajón en la oficina. Esta tarde toca el refrigerador. El fin de semana el closet. El nuevo año no puede llegar con tanta cosa acumulada.

Para 2011 me propuse escribir diariamente. Lo logré poquísimo. Hubo semanas enteras en que estuve desaparecida. El año entrante no prometo nada parecido, porque ya vi que no triunfo. Pero conforme vaya cumpliendo mis propósitos los iré compartiendo con ustedes, a ver qué tanto de interesante se cuenta en 2012.

Y sigue la mata dando…


El asunto de Peña Nieto ha rebotado por todos lados. Esta mañana El Universal amaneció con la columna de Loret de Mola en la que el periodista menciona la posibilidad de que haya capital detrás de las burlas al precandidato priista. Hasta ahí, todo bien. Tener dudas en cuestiones electorales es más que normal. No asegura nada, sólo plantea una posibilidad. El asunto que tira todo al piso es su último párrafo: “Me parece una bajeza inaceptable que rebasa de nuevo cualquier frontera ética el atacar a una menor de edad e incluirla, con rango de adulto y casi de contendiente, en la campaña política”. Se refiere, como usted sabrá, al tuit publicado por Paulina Peña —o el novio o la amiga o quien haya sido— “defendiendo” a Enrique Peña Nieto de las burlas de los tuiteros.

Tengo un par de cosas que decir. El primer lugar, la menor de edad utilizó un lenguaje adulto para dirigirse a los mexicanos, lo cual la introduce automáticamente en el mundo de los adultos, como comentaba esta mañana la tuitera @MissRoxyMusic. En segundo lugar, no se nos olvide que el que se lleva se aguanta, y las faltas al respeto no acostumbran ser unidireccionales. En tercer lugar, la señorita está demostrando su ideología: Paulina Peña piensa que los mexicanos que critican a la clase gobernante son unos pendejos. Opina que no somos dignos de atención o de respeto porque somos “la prole”. Le parece que nuestro criterio es inferior al suyo, por alguna —sospechosa— razón.

Lo cierto es que Peña Nieto se equivocó y nos brindó horas y horas de diversión. También es cierto que cualquiera se equivoca (aunque, como ya dije, no en la FIL y no cualquiera que busque la presidencia). Es cierto también que Paulina Peña no debería ser juzgada puesto que su inmadurez limita sus recursos para reaccionar ante la crítica. Pero lo que es cierto y que sí me parece digno de tomarse en cuenta es que una de las personas que busca gobernar nuestro país ha criado a una jovencita que opina que los mexicanos son una bola de pendejos, y con eso me basta para saber que ese señor no merece ser nuestro presidente.

Yo no sé quién pueda dirigir este pobre México de la forma adecuada. Pero sí estoy convencida de que quien merece tan importante cargo es alguien que sepa educar a la propia familia, enseñándoles a amar y a respetar a este país, empezando por sus habitantes. No pierda usted de vista (como también he dicho ya), que el presidente es el empleado de todos los mexicanos, y como servidor público ni él, ni su familia, ni sus amigos cercanos pueden faltar al respeto a sus empleadores.

Que si fue la hija o fue el novio de la hija quien tuieteó “defendiendo” al precandidato es lo de menos. El punto es que usaron un medio de comunicación abierto a todo el público e hicieron uso de su libertad de expresión para faltar al respeto a la sociedad mexicana y demostrar lo que opinan. Sí, los tuiteros estaban burlándose de Peña Nieto. Pero, siendo realistas, el que no está listo para que se burlen de él no está hecho para ser político; y si los mexicanos no podemos usar las redes sociales para decir lo que pensamos, ¿entonces para qué las queremos?

Uno que lea


Después de lo que he confesado en las entradas de la semana pasada, tal vez yo no sea la persona indicada para mofarme de el precandidato a la presidencia de México, Enrique Peña Nieto. Pero diré a mi favor que al menos sé los títulos y los autores de los libros que he leído, y hasta los de algunos que no he leído.

Cuando supe que el señor había Confundido a Carlos Fuentes con Enrique Krauze me dio taquicardia. Luego abrí twitter y me morí de risa. Luego me emocionó que Paulina Peña, hija del priista, dijera que los que critican a su papá son “la prole”. Pensé que es buenísimo que sea la propia hija quien le ayude al ex gobernador del Estado de México a cavar su tumba electoral. Más tarde vi que hay en la misma red gente que defiende a Peña Nieto. Dicen que no creen que quienes lo critican sepan mucho más. En todo caso es tristísimo que un miembro de la “élite” gobernadora no haya leído un libro.

Aquí hay varios temas. En primer lugar, el punto no es ser un ignorante, sino ser un ignorante que quiere ser presidente. En segundo lugar, si vas a viajar a la FIL de Guadalajara, haz tu tarea: averíguate tres autores que vayan a presentar libro, tres presentadores, tres editores… ¡algo! Luego: no quieras parecer más de lo que eres. Limítate a los títulos y no menciones autores. Si Peña Nieto hubiera dicho “Riquete el del copete”, “Barba Azul” y “Caperucita Roja” quizá nadie lo hubiera criticado. Si hubiera dicho Cien años de soledad nadie le hubiera pedido que nombrara al autor, con todo y que es probable que lo hubiera confundido con Octavio Paz… ¡Es más! Si se hubiera limitado a decir “La Biblia y La silla del águila”, nadie se habría dado cuenta de que no tiene idea de quién escribió el libro que supuestamente lo marcó para siempre.

Es cierto que todos cometemos errores, muchos tenemos mala memoria, algunos, en efecto, no leen. He oído a gente que recomienda un libro sin recordar el título, pero es capaz de contar la historia. Como dijo Gabriel Zaid, en México estamos “organizados para no leer” y muchos de nuestros intelectuales van de sabelotodo y no leen nada: van a presentaciones de libros, a las ferias, cargan el último libro de Tal, critican premios, becas y decisiones editoriales, pero no participan realmente en la literatura mexicana. Sin embargo, hacen su tarea: pareciera que saben de lo que están hablando.

Dicen las estadísticas que cada mexicano lee 2.8 libros al año. Sabemos que de los más de 112 millones de habitantes que contó el INEGI el año pasado, 20 millones son analfabetas. Así, hay por ahí al menos 20 millones de mexicanos que leen 5.6 libros al año. Pero algo me hace sospechar que hay mexicanos que están haciéndole la tarea a otros que sí saben leer. Los que leen un libro en las vacaciones, los que leen sólo en el baño y los que leen en la sala de espera del doctor han de leer más o menos tres libros al año. Aclaremos que quienes leemos porque vivimos de eso no contamos lo que editamos entre nuestras lecturas anuales. Así, yo no puedo decir que haya leído muchísimo en 2011, pero sí le hice la tarea a por lo menos ocho mexicanos. Sé que entre éstos no se encuentra Peña Nieto, porque no leí ni La Biblia ni La silla del águila —y nunca he leído un libro de Enrique Krauze—.

A México le urge un buen dirigente: alguien que mire hacia el campo, que se preocupe por la economía, pero no sólo la suya propia. Necesitamos un líder que valore la educación y eso sólo se logra siendo educado. No basta con haber estudiado en la mejor universidad, se necesita tener mucho civismo (que no es el Manual de urbanidad y buenas costumbres de Carreño) y un espíritu generoso que busque el bienestar de todos. Seguramente hay muchos medios para obtener y difundir cultura, educación e interés en el prójimo. Es probable que haya muchas respuestas para quien busca un bienestar general para los mexicanos. Tal vez en algún lugar exista alguien capaz de llevar a nuestro país un pasito hacia delante. Lo que es cierto es que quien lo haga será alguien que conozca su historia, la de México y la del mundo, alguien que sepa un poco de literatura, alguien que haya tenido al menos un mínimo interés en el resto de la humanidad.

Confesiones de una estudiante de letras


Debido a mi entrada del 28 de noviembre acerca de mi proyecto de lectura para 2012, me siento obligada a confesar que hay libros clásicos, multicitados y fundamentales, que habitan el inconsciente colectivo y que yo no he leído. Hasta el día de hoy puedo atreverme a decir que leí Pedro Páramo. Como lo leen: tan breve, tan comentado y tan maravilloso, Pedro Páramo no había pasado por mis ojos antes de esta semana.

¿Qué otros libros no he leído y me avergüenza decirlo? Verán (sólo prometan no reírse):

De La divina comedia sólo leí el Infierno. De El Decamerón sólo leí las primeras cuatro historias. No he leído Ficciones de Borges, ni El extranjero de Camus. No leí más que fragmentos del Quijote y ni siquiera he tenido en mis manos un ejemplar de Viaje al fin de la noche. De Dostoyevsky sólo leí El jugador y de Flaubert, Madame Bovary.

Ya que estamos en las confesiones, les voy a decir con todas sus letras que Faulkner me choca. Es de las pocas cosas que leí en la universidad sin gusto, por pura obligación.

Tengo, pero no he leído, La montaña mágica de Thomas Mann y Las metamorfosis de Ovidio. No me he dado el tiempo para leer En busca del tiempo perdido, con el pretexto de que no he llegado a la edad para leerlo. Me salté Tristram Shandy porque no lo vimos en mi clase de Historia Literaria del XVIII. De Los viajes de Gulliver nomás me acuerdo de los Houyhnhnms, así que supongo que sólo leí eso.

De Tolstoy —y estoy consciente de lo fuerte de la siguiente aseveración— no he leído nada. Tampoco leí To the Lihgthouse, aunque sí me considero muy fan de Virginia Woolf.

En mi defensa diré que hay el mismo número de libros igual de clásicos e importantes que he leído (todos tomados de la misma lista) y otros tantos que no han llegado a esta lista pero que conservo cerquita de mi corazón como grandes lecturas favoritas de siempre. También citaré a mi profesor de la SOGEM, Juan Miguel de Mora, que decía: “Señorita, hay bibliotecas enteras llenas de cosas que ignoro” y es uno de los hombres más cultos que conocí en la vida.

¿Por qué me confieso? En primer lugar porque creo que es una ventaja tener claro que falta mucho por leer. En segundo, porque si bien la lista de los 100 mejores libros de la historia es una excelente guía de lecturas, no es la única ruta para un proyecto de lectura. De hecho, quien limitara sus lecturas a estos cien libros se estaría perdiendo de grandes joyas. Creo que más sabio sería seguir las lecturas de Borges. Y más sabio aun seguir el propio instinto: tomar una guía, que puede ser esta lista u otra, la carrera de letras, todo lo escrito por un solo autor, o el librero de la casa materna; y de ahí arrancarse sobre la línea de lo que a cada quien le gusta.

Me confieso para motivar a los lectores. Yo me considero lectora, y me avergüenza un poco no haber leído lo antes mencionado. Pero también creo que mientras esté viva puedo leer y releer lo que sea, y que cada proyecto es personal. Haga el suyo. Procure calidad y ante la duda, pregunte. Planear las lecturas para el año es empezar un proyecto divertidísimo. Para mí lo está siendo y, de hecho, quiero empezarlo ya.