El mal de vivir en el futuro

Empieza una época de mucho desear y ver hacia delante. Temporadas como estas las disfruto un montón porque me encanta imaginarme lo que pasará. Pero también tengo ese nudito en la barriga que dan los nervios y el deseo ansioso y las ganas de que ya pasen las cosas, pero que no se acabe la temporada de novedades.

El sábado daré un taller de Amistad femenina en el Instituto Simone de Beauvoir en la ciudad de México. Nunca he sido muy buena para hablar en público, y temo que los nervios me traicionen. Sin embargo, estoy súper emocionada de tener al fin un grupo de personas dispuestas a escuchar mi propuesta de amistad femenina y la importancia de la literatura en nuestra vida. ¡Qué contenta!

El plan de montar el negocito sigue viento en popa y con más fuerza que nunca. Ya se habla de IMPI y notarios y logos y estampados. Ya se habla de altas en el SAT y facturas y misión, visión y objetivos. Sí… sé que esto último es cero emocionante. ¿Pero lo primero qué tal? Pronto seré como la del anuncio que “ya tengo mi propia empresa”.

Voy a cumplir años. Se acerca el único día del año en que quiero juntar a toda la gente querida, quiero estrenar aunque sea calcetines, quiero verme linda, conversar, reír, comer delicioso y olvidarme de todos los pendientes. No sé todavía cómo quiero celebrarme este año, pero sé que será un cumpleaños lindo en el que no sobrará nadie porque todo será amor. Tal vez alguien me falte. Es casi seguro. Pero cada quien que tome su decisión. ¿No?

Ayer me llamó una amiga muy querida. Que andan buscando a alguien para el trabajo de luego les cuento qué en luego les cuento dónde. Suena bien. Es una de esas cosas que no quieres que se ceben, pero tampoco estás segura de que sea lo mejor. ¿Me explico? Quiero que se haga, porque siempre es bueno cambiar de aires. Me entusiasma porque todos los principios son hermosos, con ilusiones y conflictos que se resuelven con toda facilidad. Pero me pregunto qué pasará si estos nuevos aires traen un jefe muy diferente al que tengo ahora. Sólo tengo una queja de mi trabajo actual, y es la sola cosa que la nueva propuesta resuelve de forma maravillosa. No quiero adelantarme. Necesito esperar a que me vena, me llamen, me conozcan y se convenzan de que soy la mejor candidata para el puesto. Pero mientras tanto no dejo de pensar si me mudaría para vivir más cerca del nuevo trabajo, y con eso ya estoy pensando cómo quiero una casa nueva y quiénes serían mis vecinos y cómo me iría al trabajo nuevo y si tendría tiempo libre y qué haría yo con él… Nervios que nomás provocan más ganas y ganas que nomás provocan más nervios.

Por lo pronto, tendría yo que apelar al pequeño budista que todos llevamos dentro y vivir el presente. “No la riegues”, me digo todo el tiempo. Me queda todavía un libro por cerrar, me quedan varios proyectos por concluir y me queda un asuntito sentimental que rescatar. Lo que no sé es cómo convenzo a mi mente de hacerle caso al pequeño budista. ¿Cómo le hago para dejar de pensar en el aviso oportuno, en la reservación para comer en mi cumple y en las fantásticas cosas maravillosas que se vienen con mi negocito lindo?

Trataré de no pensar en eso. Parte del propósito de escribir esta entrada es eso: desahogar un poco de la presión en mi barriga para poder seguir haciendo lo que sí tendría que estar haciendo hoy…

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