Archivos Mensuales: diciembre 2012

El aguinaldo y otras confusiones


Es tiempo de un montón de cosas: piñatas, colaciones, ponche, cañas y tejocotes. Es tiempo de gastar, de engordar y de salir con los amigos. Estas son fechas de usar sombreros, abrigos y bufandas. Es tiempo de amar y perdonar. Es tiempo de compartir y remendar. Es tiempo de calzones rojos o amarillos, de estrenar, de muérdago y besitos. Pero también —muy importante— es tiempo de aguinaldos que, igual que el resto de las cosas decembrinas, despierta sentimientos encontrados.

Lo esperamos ansiosos. Queremos usarlo para pagar liquidar tooodas las deudas, para comprar regalitos, para salir a cenar, para escaparnos un fin de semana a cualquier parte, para ir al museo, al cine, al zoológico, al teatro, a bailar y por unas chelas. Pero hay un pequeño problema, al menos para quienes no hacemos más que unos pocos centavos: o compras regalos o pagas las chelas o te escapas a Puebla o liquidas la tarjeta. Y si no te organizas o si le bajas la cortina a la prudencia, te acabas el aguinaldo en una suerte de operación hormiga y te quedas chiflando en la loma, con regalos súper pinches, las exactas mismas deudas, un par de salidas al cine (que en esta temporada suelen ser bastante piteras) y una cruda de ahí te encargo, si no física al menos moral por tanto desparpajo.

El punto es que hay muchos riesgos que contemplar. Hay que cuidarse de las ofertas. Un amigo me recomendó una peli y me dijo que la tenían en 50 pesos en cierta-tienda-de-discos. Fui, encontré la peli recomendada y otras cinco —no todas del mismo precio—, y en vez de gastar 50 pesos me gasté casi 600… Y ya estando en el centro comercial todo pareces fácil, el shopping-monster se apodera de la mente, del cuerpo y de la billetera.

Mientras caminaba por aquellos pasillos iluminados llenos de gente ávida de gastar lo que no tiene pensaba: Si encuentro un suéter así y así lo compro de una vez para poder usarlo con la falda no sé cuál. De una vez voy a ver qué le regalo a mi mamá. Me gustaría comprarme un nuevo barniz para las uñas. Qué bien me vendrían unos pantalones negros. Hace mucho que tengo ganas de un triciclo, veré si tienen. Hay cosas súper bonitas para el perro. Necesito una nueva cortina para la regadera. Uy, unas toallas a juego. Y de paso, un nuevo tapete. ¡Qué bonita se vería mi recámara con este edredón morado!¡Pero qué buenas están estas cajitas para organizar los cajones! Uf, qué bien se vería esta lámpara junto a mi sillón, y más si comprara también esa mesita de centro. Ay, ¡y en la compra de un juego de sábanas te regalan dos almohadas! Sería buenísimo estrenar almohadas… Pero con lo linda que va a quedar mi recámara, estaría de lujo cambiar mi televisión por una pantalla plana!

En fin, querido lector, que en menos de 20 minutos vi un millón de cosas lindas, feas, prácticas, innecesarias, necesarias, costosas, económicas, baratas, carísimas y absolutamente todo se me quería pegar. Por suerte, tuve unas ganas inminentes de hacer pipí y hube de abandonar los abarrotados pasillos y su bullicio mareador. La soledad del baño público, que es —hasta ahora— el único sitio donde no tratan de venderte nada, me devolvió la prudencia. Ninguna de las cosas que me estaban haciendo ojitos es mas necesaria que un seguro de gastos médicos, o que liquidar mis deudas. Salí del baño sin mirar a los lados y me alejé rápidamente del centro comercial, decidida a no volver a pisar uno en lo que resta del invierno.

Recordemos que un dinerito extra no significa que tengamos que gastarlo, ni que sobre, ni que podemos hacer de la vida un papalote. Lo recibido en este mes tiene que rendir hasta finales de enero. Mucho ya se debe, y lo demás ya está gastado porque los compromisos superan suelen superar los ingresos monetarios. Así que usted dirá, ¿es el aguinaldo una bendición o una locura?

El Guadalupe-Reyes


México es un país de tradiciones. Nos encanta el tequila en septiembre y el cempasúchil en noviembre. En diciembre le hacemos a un montón de cosas pero nuestro favorito es en Guadalupe-Reyes.

Yo no triunfo con la intensidad que demanda esta tradición… ya no. Pero sé que muchos de ustedes sí, porque tienen otro horario, otras fuerzas, más amigos, otras edades, otros ímpetus o un empleo mejor remunerado… Porque todavía les dan ganas, pues. O porque celebran todos los días, nomás que entre el 12 de diciembre y el 7 de enero lo hacen con más conciencia.

En últimos tiempos nos hemos vuelto súper adictos a la ayuda que tuiter nos proporciona respecto a los alcoholímetros. O bueno, se han vuelto quienes beben y conducen. Como ya sabe usted, yo dejé de usar el coche hace como 12 años y sólo una emergencia me hace manejar —no lo digan muy fuerte porque nunca renové la licencia de conducir—. Y sí, cuando paseo con amigos con coche me fijo por dónde hay que ir para no topar un retén de la alcoholemia, pero es mala política y todos lo sabemos bien. No sé (ni me voy a fijar) si el número de borrachazos a disminuido desde que instauraron el alcoholímetro. Me imagino que sí, y quiero pensar que se debe más a que nos hemos hecho más concientes, y no a que quienes están ciegos de tan pedos son detenidos y pasan la noche en “El Torito”.

Pues bueno, el chiste es que, como dice el tequila: “Conocer es no excederse”. Pero como ya sabemos que quienes se exceden seguirán excediéndose, apelo a la inmensa sabiduría de la televisión y le suplico: “Si toma, no maneje”. Sí, me preocupa su seguridad y la mía y la de mis padres y la de mis hermanas. Recuerde que son básicamente los borrachos descuidados los que vacían estas fiestas de toda paz y alegría. Nadie quiere tener un accidente, ni terminar en la delegación o en el hospital. Nomás es cosa de acordarse cuando ya se le pasaron las cucharadas.

Y claro, papá gobierno ya está haciendo su parte. No es que Mancera desconfíe de nuestro sentido común, sólo que hay 17 mil policías que no tienen nada mejor que hacer. Así que habrá alcoholímetro las 24 horas desde ayer en la mañana y hasta que lleguen los Reyes Magos, y va a haber un montón y la intención no es chingar sino que usted no mate ni sea matado.

La verdad es que hasta es práctico, si lo piensa detenidamente: Dejar el coche guardado para salir de fiesta le ahorrará kilómetros recorridos y postergará el siguiente servicio, ahorrará gasolina, contaminará bastante menos, no perderá tiempo buscando estacionamiento, reducirá el riesgo del cristalazo y de la cajuela forzada, se evitará el trato de valets, viene-vienes, y que los amiguetes lo agarren de autobús escolar. Pero más importante aún: podrá celebrar como a usted le gusta, con muchas ganas, muchas carcajadas, ¡y muchas piñas coladas!

Busque el sitio de taxis más cercano a su hogar, hágase del teléfono de algún radiotaxi de confianza y, sobre todo, conserve la paciencia. Es mejor diez minutos tarde al reven que pasar la noche enjaulado con un montón de borrachos desconocidos.

Si usted anda por aquí cerquita, le dejo un par de números de radio taxis que nunca me han dejado tirada:

DELTA: 5771-37731 /3741 / 5862 / 3176

TAXIMEX: 5634-9912

El árbol navideño ecológico


Muchas de las personas con quienes he platicado en estos días concuerdan en una cosa: poner el árbol es emocionante y divertido, quitarlo es sólo labor de quien quiere volver a ver su casa en orden —generalmente, las mamás—. Luego por ahí del 8 o 9 de enero las banquetas se llenan de pinos secos que luego, a bordo del camión de la basura, harán un viaje directo al Bordo de Xochiaca o lugar por el estilo.

Entiendo que no somos fans del arbolito de plástico. Si acaso, en la oficina. Pero la casa quiere ser elegante, oler a pino frondoso y que todos los visitantes la elogien. ¿Y quién soy yo para criticar el pinito natural con base de madera? Si ya les conté que de niños nos llevaban a Amecameca a cortar el arbolito en procesión de primos y vecinos…Pero también es cierto que de niños la conciencia ecológica depende de nuestros padres y de nuestros maestros; y los míos no tenían de eso. No se usaba.

Cuando estaba en la prepa, una de mis amigas empezó a promover que las familias compraran pinitos en maceta. Podrían cuidarlo todo el año y en decorarlo en diciembre. Si lo hacían bien, cada año tendrían un árbol de navidad más grande y lucidor. Hoy en día existen asociaciones como Siempre Verde que promueven la renta de pinos. La verdad es que hacen la vida más fácil para quienes desean poner un arbolito de navidad en su casa y para los arbolitos. Sacan el árbol de la tierra con sumo cuidado, lo colocan en una maceta y lo llevan hasta tu casa. Cuando terminan las fiestas decembrinas, van por el árbol hasta tu casa y lo devuelven a un bosque protegido. Tu chamba se limita decorarlo y quitarle las decoraciones. Suena bien, no?

Otra opción es decorar un árbol o planta que ya esté en casa. Sé que parte del chiste es que sea un pino, para tener la ilusión completa de que vendrá el viejo gordo vestido de rojo con unos renos y que tendremos una blanca navidad a pesar de que vivimos en una ciudad donde simplemente no va a nevar. Si tenemos la maravillosa capacidad de tropicalizarlo todo, ¿por qué no nos animamos a tropicalizar el árbol de navidad? En casa de mi madre hay una palmita y esa es la planta que se decora. Puros adornos livianitos, porque las hojas no son especialmente resistentes, pero manda el mensaje.

No cuestionaré los motivos que cada uno tenga para poner un árbol de navidad en su casa. Yo no pongo por mi adormecido espíritu navideño, porque no recibo visitas y porque soy una flojaza. Pero si hubiera una persona chiquita en mi vida, decoraría, por la ilusión que les hace a los chamacos, porque hay que evitar contagiar la amargura propia a los hijos ajenos, porque en una de esas Santa Clós se confunde y me deja algo ahí muy bien acomodado.

Sé que por mucho que lo intente no voy a lograr que reutilicen bolsas y papeles en los que recibieron regalos durante este año. Sé que quien decora su casa de acuerdo con la fiesta de la época lo seguirá haciendo. Sé que quien es consumista lo será para siempre. Y sé que, como ya dije, todos tenemos la creencia de que dejar de contaminar es misión de todos los demás. Pero no pierdo nada con sugerir que el arbolito este año se conserve en una maceta y que se procure que, pino o no, viva el resto del año, y que el próximo diciembre vuelva la alegría de las fiestas en color verde para todos.

Si se animan la página de los pinitos vivos es http://siempreverde.mx y su tuiter es @SiempreVerdeMX. ¡Anímese! Que averiguar no cuesta nada.

Intercambio de regalos, ¿dulce o travesura?


No he participado en muchos intercambios de regalos navideños. Los tres o cuatro años que trabajé en restaurantes y bares sí tengo claro que hicimos papelitos y rifas e intercambios y regalos. Y ahí se notó quienes eran más observadores que otros. En todo ese tiempo, creo que el mejor regalo que recibí fue el Surfer Rosa de Pixies. Claro que no tiene mucho chiste porque yo lo pedí. Pero venía muy monamente envuelto y el chavo que me lo dio parece haberlo dado con gusto.

En mi familia casi nunca es necesario el intercambio porque somos muy pocos —o somos muchos pero estamos regados por todo el mundo—. Si acaso un par de veces se ha hecho el intercambio. Cuando más, nos juntamos once. Esta vez, por ejemplo, seremos ocho. Es bueno porque en vez de comprar siete regalos más o menos, compras uno padre. Y en vez de irte a casa con siete cosas que no te gustan, te llevas sólo una. Ya ayer me llamaron “amargosita”, y a la hora de la cena me dijeron que lo negativo lo llevo en (el Rh de) la sangre. Da igual.

La familia de mi comadre tiene una dinámica padre. El 24 de diciembre no sólo celebran la Noche buena, también es el cumpleaños de una de ellas. Entonces se sienta un familión enorme alrededor de una mesota. Cada quien lleva un regalo envuelto navideñamente, pero todos son de broma. He visto pasar en esa mesa ladrillos, dulces de camote, muñecas rotas, marcos para foto súper kitsch, biberones de juguete, adornos horrorosos para la casa… Y se lo toman muy en serio. Algunos de ellos conservan durante todo el año el regalo de broma que recibieron y el siguiente diciembre lo envuelven precioso y lo vuelven a presentar ante la concurrencia. El chiste es que  cada quien tira los dados y si sale el número que pidió tiene derecho a quitarle su regalo a otro de los comensales. Y no hay límites. Un solo jugador se puede quedar con cinco, siete o diez regalos. Y muchos pueden irse a casa con las manos vacías.

La ventaja es que este es un juego, y todos de una forma u otra reciben algo lindo de alguien en Navidad.

Veo que la gente sigue entusiasmándose con el tema del intercambio de regalos. No puedo decir que lo entienda muy bien. Si siempre te vas a casa con algo que ni quieres ni necesitas ni te gusta. Son realmente pocas las personas observadoras que sabrán elegir una prenda de vestir que te guste y te quede. Son pocos quienes optarán por algo impersonal pero lindo, como un juego para masajear, exfoliar y humectar los pies, o unas pulseras que se parezcan a las que están de moda, o un colguije que tenga el estilo de lo que sueles colgarte. Quienes opten por chocolates y galletas podrán elegir calidad sobre cantidad o viceversa, pero no siempre podemos estar seguros de que el chocolate será un gran regalo. Y mire que este año yo recibí una cajita con unos de-li-cio-sos.

Hay que tomar muchas cosas en cuenta cuando se organiza el intercambio, de modo que todo mundo se vaya medianamente satisfecho y nadie se sienta timado. Poner un máximo y un mínimo de precio, tal vez. O lo que hicieron en mi bar de confianza este año: cada uno dio tres opciones de lo que le gustaría recibir. A mi amigo cantinero le tocó un libro que yo le recomendé hace años y está felizote con lo que le tocó.

En mi casa habrá intercambio. Yo hice un poco de trampa —¿para qué me piden que yo lo organice?— y le daré regalo a mi madre. No muy me acuerdo de quién me da a mí, pero creo que tampoco es importante. La mitad de los regalos los comprará mi hermana M porque la mitad de la familia son ella, su esposo y sus hijos, así que da un poco igual. El chiste es que te lo den el mero día, que venga envuelto y que siempre sea una sorpresa.

Mi invierno, mi contaminación


Hoy en tuiter me encontré con una notita que da recomendaciones preventivas para mejorar la calidad del aire en esta temporada invernal. Es valioso el esfuerzo que hacen algunas personas por difundir información al respecto, aunque en ocasiones es muy elemental y en otras muy ingenua. Pero es que a estas alturas no hay mucho más que hacer. La ciudad está contaminada, el efecto invernadero no nos ayuda en absolutamente nada y la mayoría de las personas por una u otra razón parecen creer que no contaminar es labor de todos los demás.

Entre los consejos que leí están:

Disminuir el uso del vehículo y evitar viajes innecesarios: La relación del chilango promedio con su auto es compleja, estrecha y delicada. Lo usamos porque lo queremos, aunque nos quejemos del tránsito y las horas perdidas… o bueno, quien conduce. Yo renuncié al coche hace poco más de 10 años.

Programar las compras para las festividades con anticipación: ¿Bromeas? La anticipación y esta ciudad no la llevan. Necesitas tiempo, dinero y fuerzas para ir de compras. Eso la mayoría no lo tendrá antes de que se conjugue el elemento aguinaldo con el elemento vacación.

Usar focos y adornos con bajo consumo de energía: De entrada, si se empeñan en llenar las fachadas de su casa con lucecitas de colores, algo está mal. Yo doy por decorada mi casa con el árbol que hay a la entrada de mi edificio y las nochebuenas que los vecinos han tenido a bien colocar afuera de sus depas.

No encender fogatas al aire libre: ¡Está peor encender fogatas en interiores! En cualquiera de los casos, quien lo haga porque se ve bonito, le valdrá gorro la contaminación; y quien lo haga por mantenerse calientito, con más razón.

No quemar llantas ni residuos: Misma cosa. Quienes no necesiten quemar nada para mantenerse calientes, no lo harán. Pero si las opciones son hipotermia o quemar una llanta, me parece bastante claro que quemarán la llanta.

Evitar el uso de chimeneas: En efecto, habrá quien tenga una chimenea y no necesite encenderla. Muchos ya las tienen eléctricas o de gas, que son bastante más amables con el ambiente. Muchas chimeneas son meramente decorativas y resguardan libros, revistas, botellas o la camita del perro. ¡Son buenas ideas!

Evitar la quema de cohetes y fuegos pirotécnicos: Ah, la pirotecnia… siempre me han molestado los que hacen mucho ruido, me espantan. Pero soy muy fan de las chispas de colores por los aires en las fiestas de pueblo. Tuve un GRAN amigo que de niño perdió cuatro deditos porque un cohete reventó antes de tiempo. Anoche, en una posada, me tronaron uno entre los pies y casi los mato.

¿A qué voy con todo esto? Pues bueno, querido lector, a que claramente los que sabemos qué tenemos que hacer y qué debemos evitar ya lo sabemos y quienes no lo saben no lo sabrán por este medio, porque tuiter no somos todos. A que sí, está bien tratar de evitar cambios bruscos de temperatura y casi todos tenemos claro que, si de por sí es malo fumar, hacerlo cuando hace frío es doblemente perjudicial. A que seguimos haciendo lo que nos da la gana aun sabiendo que está mal. Bajo la premisa de que no hay cosa más buena ni más sana que cada quien haga lo que se le dé la gana la gente anda en auto con el vidrio abajo, el radio a todo volumen, conduciendo desnuda en sentido contrario mientras avienta palomas y brujitas y prende luces de bengala y se toma unas chelas y enciende las llantas… hasta que llega sano y salvo a su casa, con el corazón respirando medio latido más lento y habiendo matado 17 pajaritos en el camino. Pero a estas alturas, ni quien se dé cuenta.

Aguas con la pre-posada


Esta es la temporada favorita de todo el oficinista promedio, tiempo de esparcimiento y felicidad, gasto innecesario y buenas imitaciones de amistad. Es el mes en que juegan al amigo secreto, se dejan pistas y detalles hasta que llega el gran día de la comida de oficina en que se revela quién es el “amigo” de quién, intercambian regalos y en medio de risas y gritos hacen de cuenta que celebran muy bien. Es el mes en el que los jefes beben con los subalternos, los colegas se deschongan y bailan y cantan y ríen a carcajadas unos con otros. Los empleados esperan ansiosos la fecha de la comida de fin de año para ponerse sus mejores trapos y comer con la misma gente que ven cinco o seis días a la semana durante al menos ocho horas. Ese día, al son de unos tequilas, el de las copias perdona al fin a la señora que le gritó hace siete meses. Ese día todo el mundo trabaja medio tiempo. O eso dicen, porque en realidad se les va la mañana en ponerse de acuerdo en quién se va con quién y cuál es la mejor ruta, en criticar los perifollos de otros, en convencer al amargado de que no sea gacho y vaya, en pasar por el súper para comprar el Bacardi y las cocas para las cubas que les alegrarán la tarde. Los muchachos se acercan a las muchachas y les preguntan si bailan la cumbia. Las muchachas, halagadas corren al baño a retocarse el maquillaje, arreglarse el peinado y decidir si se pintan los labios o los dejan al natural. Se siente la emoción en el ambiente. La fauna Godínez es liberada y peor que en viernes de quincena porque hoy pasean en masa.

La semana pasada pasé por mi bar de confianza y no pude quedarme a tomar ni un vasito de agua sin hielos porque había un grupo oficinista haciendo su intercambio navideño. Comieron ahí y les iban enfilando las botellas que se terminaban. Seis o siete champañas, cinco herraduras, tres Ballantines. Eso más lo que algunos comensales pedían directamente en la barra. Se veían contentos. Bromas y carcajadas. Gente que se ve todos los días, pero hoy con más ganas… tantas que algunos ya ven doble.

Yo seré muy fan de la bebida, el bailongo y las risotadas pero nomás con mis cuates; no pertenezco a su grupo ni me identifico en lo absoluto con el intercambio de regalos. Salí despavorida, pero no sin antes comentar el punto con algunos de los muchachos que trabajan en dicho bar. La gerente me dijo que no me asustara, que ya casi se iban. El cantinero me dijo “no están tan mal, aunque sí se les nota que no salen mucho a pasear”. El mesero me dijo “Son mal educados, los llevan a un restaurante bonito y creen que tienen que ser mamones con los meseros para sentirse a la altura del lugar”. El gerente del siguiente turno me dijo “querías tomarte un vinito tranquila”.

Sí. Si usted llega sin previo aviso a un restaurante o bar y se topa con una celebración navideña de oficina, corra. No disfrutará su cena, ni sus vinos, ni su café, ni su libro. No podrá escuchar sus pensamientos ni los de su interlocutor, en caso de que lo haya. Serán horas de suplicio a cambio de casi nada. Dejemos que los Godínez sean felices. Es tiempo de dar, démosles su espacio. Faltan sólo 15 días para Navidad. Después de eso todo volverá casi a la normalidad. Procure las reuniones caseras, las salidas discretas a lugares pequeños que los oficinistas ignoran. Evite bares y cantinas, en especial en zonas donde hay muchas oficinas —Condesa, Polanco y Santa Fe vienen a mi mente—. Desintoxíquese. Escuche la música que le gusta en la comodidad de su hogar. Procure que los gritos y las carcajadas provengan de gente que está cerca de su corazón. Cómprese unas cañas y unos tejocotes y prepare un ponche o rellene una piñata. No importa lo que haga, sólo evite que lo atrape la noche en medio de la comunidad Godínez.

Perro nuevo en la familia x 2


Este año no todo fueron pérdidas. Llegaron dos nuevos miembros a mi familia: Nora y Fraizier. Ella una cachorrita encontrada en la basura, él un cachorrito de Airdale terrier que le regalaron a mi hermana cuando sólo tenía tres meses de edad. Ella, blanca con amarillito. Él, negro con café. Los dos súper peludos, pero ella muy despeinada y él con pelos chinos. Ella larguirucha está a punto de terminar de mudar dientes. Él, acolchonadito, parece todavía una pantufla. Está claro que son muy queridos y consentidos y que ya ni mi hermana ni yo nos imaginamos la vida sin estos dos perros. Hay días en que creo que a Nora le van a salir alas en las patitas y la voy a aventar por la ventana, básicamente porque ladra fuerte y agudo a cada ruido que oye, a cada perro que ve en la tele o por la ventana, a cada vecino que pasa por mi puerta y, a veces, también a los espíritus que nomás ella ve.

Todavía no logro decidir si es un animalito listo o si es un desastre nadando en tarugada. Llegó a mi casa y en menos de un día había entendido dónde está el baño. Tanto, que ahora no hace pipí en la calle… solo en el baño. Muy rápidamente entendió qué significa “siéntate”, “echada” y “mío”, no he logrado que entienda “quieta” y se le complica muchísimo entender que yo tengo una cama y ella otra. En general es bastante respetuosa de lo ajeno, comparada al menos con otros animalillos que he conocido, al menos. Rompió el zoclo de una esquinita de la sala. Por suerte es la esquinita donde se unen dos pedacitos de 30 cm cada uno que pueden reemplazarse fácilmente. Lo malo es que esa esquina le gustó como para que se comuniquen la sala y mi habitación, y cuando terminó con el zoclo se siguió con el yeso hasta que, aparentemente, topó con cemento y ya no pudo seguir.

Usó el cable de cablevisión como mordedera contra la furia que le genera mudar dientes. Me dejó sin teléfono y sin internet. Por suerte —para ella— puedo seguir viendo mis telenovelas.

Rompió una de mis pantuflas. Mi reacción fue regalársela y sacar unas alpargatas viejas. Rompió una de estas también. Me puse entonces la pantufla restante en un pie, y la alpargata sobreviviente en el otro, hasta que pude hacerme de un nuevo par que va del closet a mis pies y de regreso evitando en la medida de lo posible los alfileritos destructores que tiene Nora en la boca.

Del día que llegó hasta inicios de esta semana tenía la guerra decididamente declarada en contra de su peor enemigo que son mis manos, apenas está entendiendo que soy una creatura frágil y sangro y duele. Sólo le queda un colmillo de bebé y pronto su arma de tortura habrá desaparecido del todo. Ahora ha emprendido una nueva batalla contra el sesto de la ropa sucia. Ya hay pajitas tiradas por toda mi casa y las agarraderas del sesto han perdido toda funcionalidad. No es correcto. Esa muchachita tiene que aprender que no todas las cosas son para romperse. Pero mi trabajo de desapego de ciertas cosas y varias personas me ayuda a sobrellevar estas pérdidas. Tengo cuatro años con esta canastita de mimbre, tal vez la destrucción es señal de que es tiempo de cambiarla por otra cosa.

Confieso que si no tuviera el recuerdo de mi Tutus mordiendo, corriendo, jugando y destruyendo, no estoy segura de que no le hubieran salido alas en las patitas ya. Frazier es el primer perro que vive con mi hermana y con el que ella se encariña. Las dos primeras semanas han sido la antesala del infierno: primero el llanto y la orina, luego una enfermedad estomacal. Espero que en lo que mi hermana se acostumbra a vivir con un cachorro y el cachorro entiende el tipo de familia al que ha llegado, nadie se vuelva completamente loco. Muero de ganas por que Nora conozca a Frazier y lo revuelque jugando antes de que él mida el doble de lo que mide ella.

Los villancicos y las navidades pasadas


Anoche iba de regreso a mi casa y en la calle escuché a una niñita que iba de la mano de una mujer decir “Otro día me compras una película de Santá Clós, abue?”. Y la abuela dijo que sí. Qué película de Santa Clós está padre y de dónde la va a sacar la abuelita, no lo sé… Ahora que empieza a despertar, bastante entumido, mi espíritu navideño estoy decidida a recolectar nuevos recuerdos y borrar algunas navidades pasadas. Dicen los budistas que es una chamba individual elegir cada recuerdo. Entonces, yo tengo que decidir si todas las navidades anteriores estuvieron pinches o si hubo cosas buenas y cosas malas, y cuáles fueron cuáles y con cuáles me quiero quedar.

Hay muchas cosas que creo haber olvidado, o combinado, o bloqueado, porque definitivamente no puedo contar 34 navidades. Bah, sé que la primera la pasé con una familia ajena, pero naturalmente no la recuerdo. Sé que alguna la pasé en San Antonio y que era muy pequeña y me dio mucha emoción que Santa Clós supiera en qué habitación de qué hotel estaba yo. Llegaron mis tres primeras Barbies y la casa armable y un montón de accesorios. Y, a pesar de que no sé qué año fue, es una navidad que recuerdo con especial cariño. Años más tarde supe que mi Santa ese año fue mi hermano el mayor.

Hay algún recuerdo del kínder con un Santa que escuchaba las peticiones de tooodos los niños. Y algunos otros años vestida totalmente invernal con gorro y chamarra y guantes (mittens, no gloves) del mismo color que los de mis compañeritos de escuela, dando vueltas en el patio cantando Frosty the Snowman o Let it Snow para entretener a las mamás que seguro tenían frío, y probablemente hueva, pero jamás faltaban a vernos cantar y bailar.

Recuerdo casi con ternura las cartas que escribía pidiendo regalos. Siempre pedía algo para mi papá y para mi mamá. Y conforme me fui haciendo grande y me enteré de ese secreto… ¿ya saben? Que Santa Clós… ¡ESO! Aprovechaba esas cartas para mandarles mensajes “subliminales” a mis padres. Cosas como “que no nos vayamos a vivir a tal otro lado”, “que mi papá no se enoje tanto”, “que me dejen ir a la fiesta de Fulanita”, “que no tenga yo que acompañarlos a no sé dónde”… Pero mucho antes de que sufriera yo aquel terrible baño de realidad, recuerdo que los Reyes Magos me dejaron un vale por una bicicleta. ¡Lo más emocionante es que el papel tenía mi nombre en serigrafía rosa! Mucho tiempo después volví a ver esos papelitos: habían sobrado de mis recuerdos de bautizo. Pero ese momento fue increíble “¡Mamá, el papel tiene mi nombre!” sin detenerme ni un segundo a preguntarme por qué la letra de alguno de los reyes era idéntica a la de mi mamá.

De chicos siempre nos da mucha emoción aprendernos una canción nueva, y nos creemos los muy muys presumiendo que nos la sabemos completita. A mí me dio especial emoción aprenderme The Twelve Days of Christmas, y me apena enormemente confesar que ya no me acuerdo más que de pedacitos.

Supongo que el amor por el villancico cuando eres chiquito tiene que ver con que lo cantas en grupo. Todo el mundo se sabe esas canciones, y cantándolas formas un lazo con los compañeritos y amigos del colegio, con la mamá, con los vecinos, con tus hermanos, con los papás de tus amigos y con los amigos de tus papás.

Y sí, odio y odiaré los villancicos siempre que no sea diciembre. Los de las series de lucecitas me parecen fastidiosos. Creo que algunos, como Jingle Bells, deberían vetarse al menos un par de años. Y si van a poner a los enanos a cantar Adeste fideles, tómense la molestia de contarles qué dice en español, no?

Christmas Reloaded


Hace mucho que la Navidad dejó de ser de mi agrado. Cuando era una celebración estrictamente familiar mi madre superaba todas las expectativas: hacía pavo con relleno y gravy y jalea de arándanos. Cocinaba un bacalao a la vizcaína que quedaba increíble a pesar de que ella detestaba el olor del pescado en su cocina y tampoco le agradaba el sabor —pero era un antojo de mi padre que, por encima de todas las cosas, era consentido—. Hacía la famosa ensalada de Noche Buena que llevaba betabeles y naranjas y jícamas y cacahuates que no sé por qué me resultaba tan espantosa si ahora que nombro los ingredientes me parecen todos apetecibles. Preparaba con semanas de antelación unos fruitcakes que dejaba en el frigo envueltos en manta y aluminio, los bañaba cada tercer día con el mejor cognac que hubiera entre las botellas de mi padre —tal vez ahí empezó la historia de su divorcio— y eran un lujoso y delicioso postre navideño…

Pero éramos tres personas: dos adultos y una niña. Me encantaba la mesa tan preparada, tan elegantemente montada y tan ocupada por deliciosos platillos que mi madre cocinaba. Era divertido emperifollarse para el numerito Me emocionaba que en algún momento antes del postre llegaría Santa Clós y dejaría los regalos sobre mi cama. Y aunque mi madre estaba evidentemente agotada después de tanta cocina y mi padre terminaba invariablemente pasadito de copas, mis recuerdos de aquellos días no son desagradables, sólo muy aburridos. Los recuerdos placenteros tienen más que ver con mi madre y los preparativos. Poner un enorme nacimiento con heno y musgo y un riachuelo, puentes, gallinas, vacas, ovejas y hasta un perrito, los reyes magos, un ángel y el bebecito. Poner un árbol traído de Amecameca, que montamos en el toldo del auto en una excursión con todos los vecinos: cuatro autos yendo y viniendo juntos con árboles que decoraríamos con muchísima ilusión, porque olían a pino y porque eran tan bonitos y porque la mamá —la mía al menos— nos dejaba ayudar dándole el toque infantil a la decoración navideña de la casa.

Pero creo que un día también mis padres se aburrieron. O ella se cansó de preparar tanta comida que recalentábamos y recalentábamos hasta marzo, o él decidió que no éramos lo que mejor acompañaba su bebida. Decidieron entonces aceptar la invitación a casa de unos amigos, la familia extendida de mi padre. Para mi mamá y para mí eran personas amorosas y generosas que nos recibían en su casa y nos daban un magnífico trato. Pasábamos la noche contentos. Algunos conversaban y reían, otros bailaban. Había otros niños y estaba bien tener con quien jugar. Cuando volvíamos a casa, Santa Clós ya había llegado y se había ido. Eso era emocionante, y hacía el regreso a casa un poco más llevadero. Me asustaba que los demás conductores manejaran el mismo alcoholito que mi papá, tenía frío y tenía sueño y él repetía la misma pregunta cada cinco o siete minutos.

Cuando mi padre se fue, mi madre y yo acordamos que la Noche Buena era nuestra y que podíamos hacer con ella lo que nos diera la gana. Mientras estuvimos juntas merendábamos cualquier cosita, intercambiábamos un regalo y nos subíamos a ver películas hasta que nos daba la hora de dormir. Cuando se rompió una taza y cada una tuvo su casa dejamos toda celebración para la tarde del 25, cuando mis hermanas podían acompañarnos. Eso fue aún mejor: Noche buena jugando sudoku y viendo pelis con mi mejor amigo, no había necesidad de sonreír y salir y disfrazarse y conseguir regalos y compartir. Era una más de las 365 noches del año.

Ahora vuelve la navidad, y viene recargada: dos hermanas, dos cuñados, dos sobrinos y una madre. La familia reunida, y lo que me dejó 2012 — que la familia extendida no siempre es la mejor—, volvió mi hermana la de en medio y somos más hermaniles que nunca, ahora deseo compartir más con mi madre aquello que a ella le gusta compartir. Me está pegando tanto el estúpido, estúpido espíritu navideño que hasta estoy tramando hacer galletas de jengibre en forma de monito…

Méndigas gripas


Pues ya salió el sol, y donde sale el sol nos da calor. Pero el aire está frío. Y sospecho que contaminado. Y la gente dice “Es sólo una gripa” y se lanza al trabajo. “Es sólo una gripa” y no les dan permiso de ausentarse. ¡Pero no existe sólo una gripa!

Mocos flotando en el cuerpo nublan la vista y el pensamiento. No es fácil entender lo que se lee, ni oír lo que se dice, ni trabajar en general cuando tienes los oídos tapados, la nariz escurriendo, el estornudo al tiro, los ojos picosos, el cuerpo adolorido, la cabeza retumbando…

Es sólo una gripa, pero la van compartiendo por todos lados. Cierran las ventanas del Metrobús para que no les dé frío y, a cambio, respiramos los vahos de todos los demás —cosa de por sí asquerosa sin necesidad de que haya un enfermo en el camión—. Hay personas que creen que si van solas por la calle pueden toser y estornudar sin taparse el hociquito, como si el estornudo anónimo no contagiara. Señores y señoras, taparse la boca no es sólo para que los demás no vean lo mal educado que eres, es para evitar pasar babas y bichos a todos los demás. En las oficinas estornuda uno y al día siguiente estornudan tres y al siguiente son siete y es cuento de nunca acabar, porque entonces el primero se medio cura, pero el penúltimo lo contagia nuevamente.

En el síntoma está el remedio, estoy segura de que ya se lo había dicho. El cuerpo pide calorcito, líquidos, cama, aspirinas… Sea noble y dele al cuerpo lo que pide. Quédese en la cama, prenda la tele aunque la fiebre no le permita tener los ojos abiertos, nomás para sentirse acompañado. Cómprese su Redoxón y su Aderogyl, su jugo antigripal con harta guayaba, sus aspirinas y una caja de Kleenex de esas que dicen que matan el bicho para que no se contamine toda la casa con sus mocos.

Haga un pacto de no agresión con su perro, para que le permita descansar al menos un día completo. Y haga un pacto de solidaridad con el vecino para que, en caso de que el perro no cumpla con su parte del acuerdo, tenga usted a quien recurrir para pedir ayuda. Ponga a hervir un montón de verduras como apio, papa, chayote y zanahoria y cuando esté listo el caldo, échele harto limón y se lo come bien caliente en la camita. Tome tecito de jengibre para limpiar vías respiratorias y de Canela para sudar toda la noche y que se le salga el méndigo bicho por los poros. Por los trastes no se preocupe: casi todo es miel y limón y ya podrá lavarlo mañana. ¡No se bañe! Y, si lo hace, no salga a la calle. Séquese muy bien el pelo antes de volver a la cama. Use calcetines, no ande descalzo.

Échele limón a todo: al jugo de arándano, al té, a la sopa, a la ensalada, a la carne, al pescado, a las chelas… no, a las chelas no. Evítese las chelas un par de días, nomás en lo que recupera fuerzas. Ser inmune a la chela nos vuelve vulnerables a casi todo lo demás.

No se pare bajo el sol, pero tampoco deje que le dé el aire. Tome muchos líquidos, pero nada frío. Sude mucho, pero no haga ejercicio, no se bañe después de sudar y no se exponga a cambios de temperatura. No importa lo mal que se vea, ¡tápese! Ya lo dijo Góngora: “Ándeme yo caliente / y ríase la gente”.