Archivos diarios: 2 diciembre 2012

Pura patada de ahogado


Este fue un año de muchos lutos. De noviembre a noviembre perdí cuatro amigas, dos conocidas, un novio, un entenado y una sobrina. Todos siguen vivos, pero todos me cerraron la cortina (salvo por el entenado y la sobrina que son muy jóvenes, alguien más lo hizo por ellos). No puedo evitar pensar que de alguna manera todas estas pérdidas están relacionadas, que hay un común denominador que no soy yo. Supongo que a eso se refería el horóscopo chino cuando dijo que este año no sería lo duro sino lo tupido. Pinches chinos, ¿se tienen que salir con la suya todo el tiempo? Tal vez es cosa de Ludovica Squirru y su libro carísimo de París que compro año con año, pero el próximo año ya no.

Quizá sea hora de empezar a verle las ventajas a las pérdidas. Dicen que de lo perdido, lo encontrado. Pues bien. Yo perdí ocho personas y hasta ahora sólo he encontrado tristeza, decepción y desasosiego. Y si sigo buscando, encuentro pura justificación despechada. Como el novio que le dice a la novia que es una pendeja cuando dice que ya no quiere verlo más. Como la examiga que le dice a la examiga que tiene que resolver su propia vida y no tiene tiempo de resolver la de otros. Como quien después de un pleito casi a muerte dice que el otro tiene 90 por ciento de razón. Pura patada de ahogado: son al menos cinco regalos menos de navidad, cinco regalos menos de cumpleaños el año entrante, siete fiestas, reuniones o compromisos menos que atender, cuatro sensibilidades menos que cuidar, varias cenas menos que organizar, muchas botellas de vino menos que tomar… Estoy dejando de fumar y sin todas esas fumadoras junto será mucho más fácil. Tener menos gente que salga contigo a tomar algo significa salir menos, gastar menos. Mi madre se sentirá contenta de que haya dos, tres y hasta cuatro bocas menos que alimentar en la mesa familiar.

Pura patada de ahogado.

Toda la vida he disfrutado muchísimo de compartir con mis queridos y queridas. Me encantan las sobremesas largas y la familia extendida. Disfruté toneladas de las risas y el amor recibido de las personas ahora desaparecidas. Me gustaría pensar que lo que di tampoco se fue en un saco roto. Pero también me habrían gustado las explicaciones, las conversaciones y las oportunidades. Odio los teléfonos que no responden y los mensajes que no se contestan, y ser muy clara en ocasiones y evasiva en otras, pero es que creo que desde un avión se nota cuando ando que me lleva el tren.

He llorado todas mis pérdidas, unas más que otras. Hay amigas que duelen como hermanas y amigas que duelen como amantes. Hay amantes que duelen como novios y entenados que duelen como si fueran hijos propios. Repaso dos, tres y mil veces cada episodio. Algunos me los explico y con otros no lo logro. Se me duermen las manos y algo se me atora en el pescuezo. Lloro como charro en cantina mientras imagino conversaciones que nunca ocurrieron, y no hago cosas radicales como borrar a esas personas de mi vida —física y virtual—, quitarlos del teléfono, del mail, del chat, del Twitter, del FB, del Pinterest, del Goodreads, del linkedin, del whatsapp, del skype, del instagram y de mi mente. Quité las fotos del librero, sí. Y devolví todo lo que debía. Sólo así puedo empezar a imaginar mi nueva y depurada vida.

Ya hice la paz con una parte de todo esto aunque, como quinceañera, sigo esperando a que una de las ocho personas me llame y diga “Fui un imbécil. ¿Me perdonas?”. O, que en su caso, me abrieran poquitito la puerta para yo decir lo propio. Ya se verá. De lo que estoy muy segura es que lo que siga por fuerza tiene que ser mejor.