Archivos Mensuales: noviembre 2012

La vida, pura tomadura de pelo


Es curiosa la dinámica de las peluquerías. La gente va cuando necesita verse mejor, cuando necesita un cambio y cuando anda buscando un apapacho. Es bien sabido que si una anda tristona, el mejor sitio que puede visitar es su estética de confianza. Podrá usted argumentar que el bar, la casa de un amigo o hasta la iglesia sean mejores opciones. Pero ni todos somos creyentes, ni todos tenemos amigos ni todos podemos manejar la cruda al día siguiente. Llevo más de diez años cortándome el pelo con la misma chava. Me gusta lo que puede hacer con mis pelos de baba de camello, me cae bien y me encanta el masaje capilar que hace la chava que lava el pelo.

Es probable que el cantinero y el curita sean tan buenos escuchas como el barbero, y seguro saben mejores historias. Pero el cura no puede contarlas y el cantinero una de cada dos debe simular no haberlas oído. Son tres sitios donde surge una extraña confianza y muchos —seguro que no todos— nos permitimos indiscreciones de diferentes tamaños.

No ha de ser gratuito que existan tantas historias de estética. Así, de primera, pienso en Magnolias de aceroCaramel y Legally Blonde —goodness gracious… I know!—. Tres historias totalmente distintas, contadas de formas diferentes pero que nos llevan a un asunto de confianza, de amor propio y de intimidad.

De la peluquera siempre salgo acelerada: a veces a la regadera, a veces a cenar, a veces al bar —para no romper el mood del momento— y a veces a darle 18 vueltas a la manzana. A veces salgo sintiéndome hermosa y radiante, con ganas de toparme al último infame que me bateó. A veces con ganas de meterme a la cama, con la esperanza de que el día siguiente sea mejor. La última vez salí con ganas de que pasen las cosas ya. Me explico:

Como en toda conversación desordenada que se trata básicamente de nada brindamos de un tema al otro. Me puso de pie y me cortó un tanto así, me sentó y me cortó otro tanto. Me hizo un fleco y me dijo que no hablara, no respirara y no abriera los ojos. Entonces ella habló. Se oía la musiquita que ella pone para trabajar y nos tomábamos una cervecita por compartir, para brindar por mi cumpleaños.

Vaya usted a saber si fue por la chela, por Amy Winehouse o por los 20 cm que me cortaron de pelo, pero empezamos a hablar de la curiosidad. Si a la Winehouse le habrá dado curiosidad qué seguía en el viaje, si las adicciones son soledades o miedos, si lo tenía todo o justo fue porque le faltaba. Ella dijo que le da mucha curiosidad saber lo que pasa después de la muerte, yo dije que a mí me da mucha curiosidad simplemente saber qué viene después. Sí, querido lector, estoy consciente de que sueno como anuncio de GNP “porque vivir es increíble”, ¡pero es verdad!

Puede que el siguiente viaje esté cagado y puede que lo que pase después de la muerte sea maravilloso. Pero el siguiente viaje va a ser en extremos parecido al anterior y eso de después de la muerte igual nos vamos a enterar pasado mañana, en siete años o en treinta. Le dije a la peluquera: “A mí me emociona lo que sigue el día de hoy”. Y claro que pensé que puede ser que me atropelle el metrobús, pero también puede ser que se arme la tesis y el posgrado y la novela y el hijo y la casa con jardín y el negocito… Y si no, pues se armarán unas chelas, unas risas, unas idas al cine, unos tacos, unas clases de macramé, de costura o de fotografía. El chiste es justo ese: que no sé que sigue, ni si está chafa o está padre. Pero me muero por irlo descubriendo poco a poco, seguirme quejando por deporte mientras, muy en el fondo, sigo sintiéndome la misma niña afortunada. Sobreviví al cumpleaños y a la pérdida del cabello. ¡Qué venga lo que tenga que seguir, aunque sea pura tomadura de pelo!

Celebra, Sagitario


Todos los pre-cumpleaños son más o menos iguales. Por suerte las diferencias se notan el mero día, cuando se me quitan los nervios de invitar o no invitar a alguien, de si llegarán o no llegarán, de si ese día me sentiré bien y contenta o cansada y de malas. Cuando es el mero día y dejo que todo fluya.

En el último par de años he resuelto muchas cosas, he depurado mi lista de pendientes y objetivos, la de sueños e ilusiones, y la de invitados a mi cumple. Este año perdí tres o cuatro amigas, pero recuperé dos. Este año tampoco terminé la tesis, pero ya veo cerca el final. El año que viene tiene que ser mejor que éste, por muchas cosas; en primer lugar, porque ya lo decidí.

La semana pasada me sentía muy triste, muy sacada de onda. No es para menos, las cosas han cambiado diametralmente. Lunes o martes de esta semana lloraba yo por quienes no se sentarán a la mesa conmigo este 24. Ayer entendí que estará quien tenga que estar, que quienes son importantes en mi vida y me ayudan a subrayar lo positivo y me han acompañado en buenas y malas estarán en esa mesa. Hoy hasta me siento emocionada. Quiero salir corriendo a comprar un pastel, unos vinos, servilletas, tenedores, velas, serpentinas, globos… Quiero hacer una lista de música, rentar un karaoke, practicar un paso de baile y mi risa social. Quiero cargar la cámara y el cigarro eléctrico porque va a haber fiesta. Quiero que llegue todo mundo… y otra vez…

Vuelvo a sentirme nerviosa porque invité a un montón de personas y algunas ni siquiera han contestado. Me siento nerviosa porque pienso en multitudes, hordas, marabunta, y no sé cómo entretener a tantas personas. La ventaja es que este año no me empeñé en invitar a cada persona que me cae medio bien, sólo a quienes me quieren mucho. Otra ventaja es que ya no me importa si mi reven les da hueva. Es mi fiesta y, si quiero, lloro. Es un día para celebrar con mi madre que parió sin anestesia. Es un día para pedir deseos y ahora me toca uno más que el año pasado. Es un día para compartir unas risas y alguna buena idea. Es un día de comer pastel, apagar velitas y recibir obsequios. Dicen los que creen que saben que Sagitario es libre y decidido. El pre-cumpleaños siempre es tortuoso, pero este año el 24 será increíble, en primer lugar, porque ya lo decidí.

 

To the apple of my eye


Hace años, como veinte, tuve un gran amigo, una de mis personas favoritas en todo el mundo, probablemente una de las más grandes influencias en mi vida, para bien o para mal. Él tenía 52, yo tenía 14. Él era un gringo griego que me daba clase de literatura en inglés y yo era una estudiante de secundaria. Él había estado en Vietnam donde manifestaba haber perdido a su mejor amigo. Yo solamente tenía que librar las batallas diarias de una adolescente. Me regaló mi primera pluma fuente, una Parker que él usaba con tinta verde y yo siempre usé con tinta café. Decía ser sobrino nieto de Nikos Kazantzakis y creo que era verdad. Un día me encontré en una revista en la sala de espera del dentista una entrevista que le hacían a este mi profe sobre su tío abuelo. El retrato de Nick en la revista —no de Nikos— era hermoso: su rostro, tomado de tres cuartos, inclinado sobre su mano derecha que sostiene un cigarro. Ése es él, y años más tarde me descubrí en la exacta misma postura, hasta ahora que intento dejar de fumar. Es él quien me acercó a T.S. Eliot y quien trató en vano de mantenerme lejos de Sylvia Plath.

Sé que muchas personas pasaron por donde yo pasé y guardan en un lugar especial de su corazón a este hombre. Y claro, sé también de quienes nunca lo quisieron y tal vez ni lo recuerden. Hace no tanto conocí a un chico que tiene la place de identificación que llevaba Nick al cuello en Vietnam. Me corroe la envidia. ¡Debería tenerla yo! En realidad debería tenerla uno de sus hijos… Me daría menos envidia.

To the apple of my eye, me dedicaba los libros que me regalaba; y les suplico que si a usted, querido lector, le hizo la misma dedicatoria, no me lo diga. En algún lugar me gusta pensar que la nuestra era una amistad especial.

Una de mis hermanas tenía muy confundido el concepto. Yo le contaba que tomábamos café y hablábamos de poesía, que íbamos a desayunar uno que otro fin de semana y luego me llevaba a mi casa. Mi hermana no entendía. Pensaba que aquello era a escondidas y que el señor tenía segundas y terceras secretas intenciones. Nunca fue así.

Sé también que mi hermana no fue la única confundida. Pero tengo la absoluta certeza de que aquellos confundidos estuvieron siempre equivocados. Seguro se preguntaban qué tendría que hacer un hombre tan mayor con una escuincla de secundaria. Yo creo que tenían muy poca fe en sus hijas. No era un viejito rabo-verde. Era un profesor y amigo.

No sé por qué hoy desperté pensando en él. Salí de aquella escuela, terminé la secundaria, a él lo despidieron por aquellos chismes malintencionados, entró a dar clases en otra escuela, lo volví a ver como diez veces, conoció al hombre que heredaría su placa de identificación… No sé si vive todavía. Después del tiempo, Vietnam, el cáncer y esta ciudad caótica, lo dudo. Conservo sus notas, aquel artículo de revista con su retrato y el precioso recuerdo. Conservo los libros dedicados, la pluma Parker y el deseo de que donde quiera que esté sepa que lo pienso y que estoy bien.

¿Me quitaron el piso o nunca lo tuve?


Yo no sé si es la inflación, el precumpleaños, que me cortaron el teléfono, la crisis europea, lo grave del IMECA, las pérdidas de los últimos siete meses, que apenas es 14 y ya me quedé sin dinero para el mes, la confusión, alguna culpa, el cansancio, la zozobra laboral, la alineación de los astros, que no me he tenido mucho en mente, los millones de olvidos, necesitar un corte de pelo, haber abandonado los rituales  o que extravié los motivos para un montón de cosas.

En algún momento entre el jueves y ayer empecé a sentirme tranquila: entregué el 90% de las chambitas que tenía pendientes, ahora me puedo volcar a la tesis. Tan volcada estoy que ya voy a la mitad. Pero justo en este instante vuelve el miedo, la desconfianza, la duda de la sinápsis, de si estoy pensando claramente. No me concentro más que en todas las cosas que no importan.

Es como si un pedacito de mí pensara que cuando salgo de una habitación las cosas se ponen en pausa, y al enterarme de que la vida sigue me desconformo, me desencajo y me desentiendo. Como si todo fuera mucho más grande de lo que es en realidad. Lo malo, muy malo y lo bueno, muy bueno. Lo frío, helado y lo caliente arde de las mil chingadas. Camino como si tuviera dos o tres ampollas en cada pie, no hay forma de que deje de dolerme, ni zapato que me acomode. No hay ruta sencilla.

Todo era un poco mejor antes, cuando no sentía que tuviera nada que reclamarle a nadie. Cuando tenía ahorros. Cuando me sentía acompañada, cobijada, contenida. De pronto es como si alguien hubiera quitado el tapete y al más puro estilo Scooby Doo me hubiera caído en un hoyo. Pero no es cualquier hoyo, es como el de Alicia. Pero en ningún momento pienso que llegaré a China donde todos caminan de cabeza, y el sitio al que llego tiene poco de maravilloso aunque mucho de increíble.

Eso. Creo que acabo de dar en el clavo. Es como si me hubieran quitado el tapete —no me lo movieron, me lo quitaron— y hubiera llegado a este sitio donde hay un conejo demandante que pide cosas sin sentido y una pinche señora gorda que a todo mundo quiere cortarle la cabeza, otro que está como un tomate y le hablas y le explicas pero ni te escucha ni te entiende, sólo habla y habla de lo que a nadie le interesa y canta su canción una y otra vez. Un gato a rayas que aconseja desde su sonrisa socarrona y ante cualquier pregunta, desaparece. Unos gemelos gordinflones que por parecerse tanto resultan antagónicos y terminan por confundirme peor. Un pacheco desquiciado lleno de “buenas ideas” y mensajes “profundos” que me da muy mala espina y no termina por decir nunca nada. Un pájaro nalgón de  una especie en extinción que se baña en mis lágrimas y al final de la carrera como premio me dio, únicamente, aquello con lo que vine. Unas flores hermosas de voces falsas y juiciosas que parecieran entender todo protocolo pero no lo siguen del todo. En fin, un mundo que no entiendo donde nada ni nadie es lo que parece y sólo me pregunto a qué hora se termina este sueño. Me cambiaron las reglas.

No soy tan inocente como Alicia, aunque sí —igual que ella— me merezco lo que me pase por desobediente. Ya estaba de dios, supongo que siendo la única en mi familia que no se llama como ella, algún impuestito tenía que pagar. ¿En el nombre de mis hermanas llevo la penitencia? Vivo dándome buenos consejos. En teoría, tengo muy aprendidas mis lecciones. Y de todas formas sigo metiendo la pata más que de vez en cuando.

Yo no sé si es la inflación, la crisis o el IMECA. No sé si es este extraño mundo de fantasía o si soy yo. No sé si es cosa de ahora o de siempre. No sé qué tan descabellado sea sentirme como personaje de Lewis Carroll a estas alturas. No sé qué tengan que ver con mis ansiedades y mis tristezas la chamba, Scooby Doo y los gusanos —pachecos— de maguey. Lo que sí puedo ir pidiendo es que alguien me despierte.

Cómo hemos cambiado


Hace años, cuando estaba en la prepa, siempre teníamos comidas: cumpleaños, graduaciones, reventones pa juntar lana para no sé qué historia, no nos faltaban pretextos, nos sobraba gente, nos sobraba vodka y nos sobraba energía. Cuando se terminó la prepa las comidas empezaron a espaciarse —seguramente no es que ya no se hagan comidas, sino que ya no nos invitan— y la concurrencia empezó a volverse un poco más selecta, éramos menos y podíamos convivir mejor… o sólo diferente.

Un buen día a la comida llegaron dos bambinetos. Ya nos habíamos hecho menos y era momento de empezar a hacernos más. Y aquellos dos bambinetos fueron los primeros de muchos que iban a llegar. Yo todavía era muy joven. Calculo que tendría como 22 años. Ahora hay un montón de bambinetos, carreolas, sillitas de bebé, juguetes, piñatas, cumpleaños infantiles. Se habla de otras cosas: escuelas, colegiaturas, pediatras… Los horarios han cambiado. Tenemos que vernos en condiciones aptas para menores y no siempre se puede porque un niño se enfermó, otro anda en exámenes y otro tiene una de sus mil actividades extraescolares.

La última comida de esta gran familia de amigos me puso a pensar en otra cosa. Ya no es extraño que haya un montón de chamacos. Es más extraño que haya quien no llega con chamacos. Y no es en absoluto sorprendente el que se cae, el que se pega, el que se pelea, el que llora, el que quiere el pastel, el que se come todo el chocolate y deja el resto del pastel, el que no sabe muy bien si es el cumpleaños de la madre o la hija, el que no quiere jugar con los demás y al que no invitan a jugar porque todo lo rompe…

La novedad es que ahora cuando metes la mano a la hielera te fijas si la cerveza es normal o sin alcohol. Nos campechaneamos un vasito de vino y un vasito con agua para no perder tan pronto. La mayoría se despide temprano porque hay que ir a atender las labores domésticas. Y, lo mejor: casi todas llegamos con un cigarro electrónico a la fiesta.

Una de nosotras llegó con un cigarro “latte” que sabe a postre muy chistoso. Otra llevaba dos: ambos sabor Marlboro, otro era sabor naranja. Los que ya dejaron de fumar, los que están empezando a dejarlo, los que aseguran que prefieren dejar de fumar engordando, los que se pusieron parches, los que siguen fumando pero sólo de vez en cuando… Parece que 2012 trajo una conciencia colectiva y todos, de una u otra forma, algunos más radicales que otros, hemos decidido cuidar un poco más nuestra salud. Tal vez es cierto que nos estamos haciendo viejos y cada vez falta un poco menos para que nos sentemos en el porche a tejer en mecedoras. Mi imagen incluía whiskey y cigarro, pero al parecer será té descafeinado.

Después del taller


Pues les cuento brevemente. Di mi taller. No llegaron más de cinco, pero tampoco me ganaron los nervios. Me la pasé muy bien, de hecho. Les conté la historia de Margaret Cavendish y les conté las historias que ella escribió. Les pregunté de ellas, de sus amigas, de sus películas, de su literatura y ellas me preguntaron de las mías. Hasta hubo un ratito de terapia de grupo, que no estaba contemplado pero quedó muy bien. Dos de las chicas venían de Chihuahua y se regresaban al día siguiente.  Es probable que otra de ellas haya trabajado con uno de mis hermanos, pero ya aprendí que no es prudente mencionar a toda la gente que puedes tener en común.

Eso de hablar frente a gente que no conozco siempre se me ha complicado. Pensé que esta vez me pasaría como cuando iba al radio una vez por semana hace años: se me quebraba la voz, me ponía roja, roja, tartamudeaba un poquito y cuando salía, después de mi intervención de cómo diez minutos, me sentía totalmente agotada. Entre aquella experiencia en radio y hoy he dado otras clases y otros talleres, expuse en la universidad cuando regresé a terminar mis materias, me divorcié dos veces y media, he asistido a juntas con gente “picuda” del medio antropológico y ya casi nunca me sonrojo, es raro que tartamudee y me canso igual pero me quejo menos.

¿Será que algo he madurado? Tal vez hay una edad en que no puedes negar que ya eres una señora, que no puede darte pena hablar en público, y mucho menos de un tema que dominas. Me hice cargo y salí muy contenta.

La directora del instituto me dijo que quería hacerme algunos comentarios respecto al taller. Quiere que nos tomemos un café después. Eso también lo tomo como buena señal: ¿para qué me iba a hacer comentarios si no le interesa que vuelva a platicar en su instituto?

Las conclusiones: en efecto, las mujeres en la ficción que no tienen amigas viven vidas trágicas. Las mujeres en la vida real que no tienen amigas viven tristes. Las mujeres, tanto en la ficción como en la realidad, que confunden cualquier otra cosa con amistad son apuñaladas. Las mujeres que tienen una amiga son muy exitosas y nunca están solas.

Una de las alumnitas preguntaba si en verdad existe la amistad entre mujeres. Es difícil responder esa pregunta con toda certeza. Creo que yo que encontrar una buena amiga para tu vida es como descubrir el amor verdadero con otro: es cuestión de suerte, implica un poco de trabajo y mucho compromiso. Hoy en día no sé quién sea el amor de mi vida, no sé si ya lo conozco, no sé si ya hasta lo perdí. Lo sabré un día cuando esté vieja y mire hacia atrás. Así, igualito, podré saber si existe la amistad entre mujeres cuando mire hacia atrás y cuente a las personas con quienes cuento y he contado. Hoy sé que estoy depurando mi lista, y que recomiendo lo mismo para todas las personas que un día se sintieron muy acompañadas y al siguiente un poquito traicionadas. A ratos creo que parte de esta depuración surge de mi investigación de tesis. He tenido que poner tantos puntos sobre tantas íes, que definir tantas cosas, que argumentar tantas otras que se me fueron abriendo los ojos. De todas formas creo que es mejor leer y meditar sobre el tema, e ir depurando mi listita, que seguir rodeada de mujeres que parecían muy amigas y en el fondo no eran amigas ni de ellas mismas.

El mal de vivir en el futuro


Empieza una época de mucho desear y ver hacia delante. Temporadas como estas las disfruto un montón porque me encanta imaginarme lo que pasará. Pero también tengo ese nudito en la barriga que dan los nervios y el deseo ansioso y las ganas de que ya pasen las cosas, pero que no se acabe la temporada de novedades.

El sábado daré un taller de Amistad femenina en el Instituto Simone de Beauvoir en la ciudad de México. Nunca he sido muy buena para hablar en público, y temo que los nervios me traicionen. Sin embargo, estoy súper emocionada de tener al fin un grupo de personas dispuestas a escuchar mi propuesta de amistad femenina y la importancia de la literatura en nuestra vida. ¡Qué contenta!

El plan de montar el negocito sigue viento en popa y con más fuerza que nunca. Ya se habla de IMPI y notarios y logos y estampados. Ya se habla de altas en el SAT y facturas y misión, visión y objetivos. Sí… sé que esto último es cero emocionante. ¿Pero lo primero qué tal? Pronto seré como la del anuncio que “ya tengo mi propia empresa”.

Voy a cumplir años. Se acerca el único día del año en que quiero juntar a toda la gente querida, quiero estrenar aunque sea calcetines, quiero verme linda, conversar, reír, comer delicioso y olvidarme de todos los pendientes. No sé todavía cómo quiero celebrarme este año, pero sé que será un cumpleaños lindo en el que no sobrará nadie porque todo será amor. Tal vez alguien me falte. Es casi seguro. Pero cada quien que tome su decisión. ¿No?

Ayer me llamó una amiga muy querida. Que andan buscando a alguien para el trabajo de luego les cuento qué en luego les cuento dónde. Suena bien. Es una de esas cosas que no quieres que se ceben, pero tampoco estás segura de que sea lo mejor. ¿Me explico? Quiero que se haga, porque siempre es bueno cambiar de aires. Me entusiasma porque todos los principios son hermosos, con ilusiones y conflictos que se resuelven con toda facilidad. Pero me pregunto qué pasará si estos nuevos aires traen un jefe muy diferente al que tengo ahora. Sólo tengo una queja de mi trabajo actual, y es la sola cosa que la nueva propuesta resuelve de forma maravillosa. No quiero adelantarme. Necesito esperar a que me vena, me llamen, me conozcan y se convenzan de que soy la mejor candidata para el puesto. Pero mientras tanto no dejo de pensar si me mudaría para vivir más cerca del nuevo trabajo, y con eso ya estoy pensando cómo quiero una casa nueva y quiénes serían mis vecinos y cómo me iría al trabajo nuevo y si tendría tiempo libre y qué haría yo con él… Nervios que nomás provocan más ganas y ganas que nomás provocan más nervios.

Por lo pronto, tendría yo que apelar al pequeño budista que todos llevamos dentro y vivir el presente. “No la riegues”, me digo todo el tiempo. Me queda todavía un libro por cerrar, me quedan varios proyectos por concluir y me queda un asuntito sentimental que rescatar. Lo que no sé es cómo convenzo a mi mente de hacerle caso al pequeño budista. ¿Cómo le hago para dejar de pensar en el aviso oportuno, en la reservación para comer en mi cumple y en las fantásticas cosas maravillosas que se vienen con mi negocito lindo?

Trataré de no pensar en eso. Parte del propósito de escribir esta entrada es eso: desahogar un poco de la presión en mi barriga para poder seguir haciendo lo que sí tendría que estar haciendo hoy…