Es curiosa la dinámica de las peluquerías. La gente va cuando necesita verse mejor, cuando necesita un cambio y cuando anda buscando un apapacho. Es bien sabido que si una anda tristona, el mejor sitio que puede visitar es su estética de confianza. Podrá usted argumentar que el bar, la casa de un amigo o hasta la iglesia sean mejores opciones. Pero ni todos somos creyentes, ni todos tenemos amigos ni todos podemos manejar la cruda al día siguiente. Llevo más de diez años cortándome el pelo con la misma chava. Me gusta lo que puede hacer con mis pelos de baba de camello, me cae bien y me encanta el masaje capilar que hace la chava que lava el pelo.
Es probable que el cantinero y el curita sean tan buenos escuchas como el barbero, y seguro saben mejores historias. Pero el cura no puede contarlas y el cantinero una de cada dos debe simular no haberlas oído. Son tres sitios donde surge una extraña confianza y muchos —seguro que no todos— nos permitimos indiscreciones de diferentes tamaños.
No ha de ser gratuito que existan tantas historias de estética. Así, de primera, pienso en Magnolias de acero, Caramel y Legally Blonde —goodness gracious… I know!—. Tres historias totalmente distintas, contadas de formas diferentes pero que nos llevan a un asunto de confianza, de amor propio y de intimidad.
De la peluquera siempre salgo acelerada: a veces a la regadera, a veces a cenar, a veces al bar —para no romper el mood del momento— y a veces a darle 18 vueltas a la manzana. A veces salgo sintiéndome hermosa y radiante, con ganas de toparme al último infame que me bateó. A veces con ganas de meterme a la cama, con la esperanza de que el día siguiente sea mejor. La última vez salí con ganas de que pasen las cosas ya. Me explico:
Como en toda conversación desordenada que se trata básicamente de nada brindamos de un tema al otro. Me puso de pie y me cortó un tanto así, me sentó y me cortó otro tanto. Me hizo un fleco y me dijo que no hablara, no respirara y no abriera los ojos. Entonces ella habló. Se oía la musiquita que ella pone para trabajar y nos tomábamos una cervecita por compartir, para brindar por mi cumpleaños.
Vaya usted a saber si fue por la chela, por Amy Winehouse o por los 20 cm que me cortaron de pelo, pero empezamos a hablar de la curiosidad. Si a la Winehouse le habrá dado curiosidad qué seguía en el viaje, si las adicciones son soledades o miedos, si lo tenía todo o justo fue porque le faltaba. Ella dijo que le da mucha curiosidad saber lo que pasa después de la muerte, yo dije que a mí me da mucha curiosidad simplemente saber qué viene después. Sí, querido lector, estoy consciente de que sueno como anuncio de GNP “porque vivir es increíble”, ¡pero es verdad!
Puede que el siguiente viaje esté cagado y puede que lo que pase después de la muerte sea maravilloso. Pero el siguiente viaje va a ser en extremos parecido al anterior y eso de después de la muerte igual nos vamos a enterar pasado mañana, en siete años o en treinta. Le dije a la peluquera: “A mí me emociona lo que sigue el día de hoy”. Y claro que pensé que puede ser que me atropelle el metrobús, pero también puede ser que se arme la tesis y el posgrado y la novela y el hijo y la casa con jardín y el negocito… Y si no, pues se armarán unas chelas, unas risas, unas idas al cine, unos tacos, unas clases de macramé, de costura o de fotografía. El chiste es justo ese: que no sé que sigue, ni si está chafa o está padre. Pero me muero por irlo descubriendo poco a poco, seguirme quejando por deporte mientras, muy en el fondo, sigo sintiéndome la misma niña afortunada. Sobreviví al cumpleaños y a la pérdida del cabello. ¡Qué venga lo que tenga que seguir, aunque sea pura tomadura de pelo!