Archivos diarios: 17 diciembre 2012

El aguinaldo y otras confusiones


Es tiempo de un montón de cosas: piñatas, colaciones, ponche, cañas y tejocotes. Es tiempo de gastar, de engordar y de salir con los amigos. Estas son fechas de usar sombreros, abrigos y bufandas. Es tiempo de amar y perdonar. Es tiempo de compartir y remendar. Es tiempo de calzones rojos o amarillos, de estrenar, de muérdago y besitos. Pero también —muy importante— es tiempo de aguinaldos que, igual que el resto de las cosas decembrinas, despierta sentimientos encontrados.

Lo esperamos ansiosos. Queremos usarlo para pagar liquidar tooodas las deudas, para comprar regalitos, para salir a cenar, para escaparnos un fin de semana a cualquier parte, para ir al museo, al cine, al zoológico, al teatro, a bailar y por unas chelas. Pero hay un pequeño problema, al menos para quienes no hacemos más que unos pocos centavos: o compras regalos o pagas las chelas o te escapas a Puebla o liquidas la tarjeta. Y si no te organizas o si le bajas la cortina a la prudencia, te acabas el aguinaldo en una suerte de operación hormiga y te quedas chiflando en la loma, con regalos súper pinches, las exactas mismas deudas, un par de salidas al cine (que en esta temporada suelen ser bastante piteras) y una cruda de ahí te encargo, si no física al menos moral por tanto desparpajo.

El punto es que hay muchos riesgos que contemplar. Hay que cuidarse de las ofertas. Un amigo me recomendó una peli y me dijo que la tenían en 50 pesos en cierta-tienda-de-discos. Fui, encontré la peli recomendada y otras cinco —no todas del mismo precio—, y en vez de gastar 50 pesos me gasté casi 600… Y ya estando en el centro comercial todo pareces fácil, el shopping-monster se apodera de la mente, del cuerpo y de la billetera.

Mientras caminaba por aquellos pasillos iluminados llenos de gente ávida de gastar lo que no tiene pensaba: Si encuentro un suéter así y así lo compro de una vez para poder usarlo con la falda no sé cuál. De una vez voy a ver qué le regalo a mi mamá. Me gustaría comprarme un nuevo barniz para las uñas. Qué bien me vendrían unos pantalones negros. Hace mucho que tengo ganas de un triciclo, veré si tienen. Hay cosas súper bonitas para el perro. Necesito una nueva cortina para la regadera. Uy, unas toallas a juego. Y de paso, un nuevo tapete. ¡Qué bonita se vería mi recámara con este edredón morado!¡Pero qué buenas están estas cajitas para organizar los cajones! Uf, qué bien se vería esta lámpara junto a mi sillón, y más si comprara también esa mesita de centro. Ay, ¡y en la compra de un juego de sábanas te regalan dos almohadas! Sería buenísimo estrenar almohadas… Pero con lo linda que va a quedar mi recámara, estaría de lujo cambiar mi televisión por una pantalla plana!

En fin, querido lector, que en menos de 20 minutos vi un millón de cosas lindas, feas, prácticas, innecesarias, necesarias, costosas, económicas, baratas, carísimas y absolutamente todo se me quería pegar. Por suerte, tuve unas ganas inminentes de hacer pipí y hube de abandonar los abarrotados pasillos y su bullicio mareador. La soledad del baño público, que es —hasta ahora— el único sitio donde no tratan de venderte nada, me devolvió la prudencia. Ninguna de las cosas que me estaban haciendo ojitos es mas necesaria que un seguro de gastos médicos, o que liquidar mis deudas. Salí del baño sin mirar a los lados y me alejé rápidamente del centro comercial, decidida a no volver a pisar uno en lo que resta del invierno.

Recordemos que un dinerito extra no significa que tengamos que gastarlo, ni que sobre, ni que podemos hacer de la vida un papalote. Lo recibido en este mes tiene que rendir hasta finales de enero. Mucho ya se debe, y lo demás ya está gastado porque los compromisos superan suelen superar los ingresos monetarios. Así que usted dirá, ¿es el aguinaldo una bendición o una locura?