Archivos diarios: 6 diciembre 2012

Los villancicos y las navidades pasadas


Anoche iba de regreso a mi casa y en la calle escuché a una niñita que iba de la mano de una mujer decir “Otro día me compras una película de Santá Clós, abue?”. Y la abuela dijo que sí. Qué película de Santa Clós está padre y de dónde la va a sacar la abuelita, no lo sé… Ahora que empieza a despertar, bastante entumido, mi espíritu navideño estoy decidida a recolectar nuevos recuerdos y borrar algunas navidades pasadas. Dicen los budistas que es una chamba individual elegir cada recuerdo. Entonces, yo tengo que decidir si todas las navidades anteriores estuvieron pinches o si hubo cosas buenas y cosas malas, y cuáles fueron cuáles y con cuáles me quiero quedar.

Hay muchas cosas que creo haber olvidado, o combinado, o bloqueado, porque definitivamente no puedo contar 34 navidades. Bah, sé que la primera la pasé con una familia ajena, pero naturalmente no la recuerdo. Sé que alguna la pasé en San Antonio y que era muy pequeña y me dio mucha emoción que Santa Clós supiera en qué habitación de qué hotel estaba yo. Llegaron mis tres primeras Barbies y la casa armable y un montón de accesorios. Y, a pesar de que no sé qué año fue, es una navidad que recuerdo con especial cariño. Años más tarde supe que mi Santa ese año fue mi hermano el mayor.

Hay algún recuerdo del kínder con un Santa que escuchaba las peticiones de tooodos los niños. Y algunos otros años vestida totalmente invernal con gorro y chamarra y guantes (mittens, no gloves) del mismo color que los de mis compañeritos de escuela, dando vueltas en el patio cantando Frosty the Snowman o Let it Snow para entretener a las mamás que seguro tenían frío, y probablemente hueva, pero jamás faltaban a vernos cantar y bailar.

Recuerdo casi con ternura las cartas que escribía pidiendo regalos. Siempre pedía algo para mi papá y para mi mamá. Y conforme me fui haciendo grande y me enteré de ese secreto… ¿ya saben? Que Santa Clós… ¡ESO! Aprovechaba esas cartas para mandarles mensajes “subliminales” a mis padres. Cosas como “que no nos vayamos a vivir a tal otro lado”, “que mi papá no se enoje tanto”, “que me dejen ir a la fiesta de Fulanita”, “que no tenga yo que acompañarlos a no sé dónde”… Pero mucho antes de que sufriera yo aquel terrible baño de realidad, recuerdo que los Reyes Magos me dejaron un vale por una bicicleta. ¡Lo más emocionante es que el papel tenía mi nombre en serigrafía rosa! Mucho tiempo después volví a ver esos papelitos: habían sobrado de mis recuerdos de bautizo. Pero ese momento fue increíble “¡Mamá, el papel tiene mi nombre!” sin detenerme ni un segundo a preguntarme por qué la letra de alguno de los reyes era idéntica a la de mi mamá.

De chicos siempre nos da mucha emoción aprendernos una canción nueva, y nos creemos los muy muys presumiendo que nos la sabemos completita. A mí me dio especial emoción aprenderme The Twelve Days of Christmas, y me apena enormemente confesar que ya no me acuerdo más que de pedacitos.

Supongo que el amor por el villancico cuando eres chiquito tiene que ver con que lo cantas en grupo. Todo el mundo se sabe esas canciones, y cantándolas formas un lazo con los compañeritos y amigos del colegio, con la mamá, con los vecinos, con tus hermanos, con los papás de tus amigos y con los amigos de tus papás.

Y sí, odio y odiaré los villancicos siempre que no sea diciembre. Los de las series de lucecitas me parecen fastidiosos. Creo que algunos, como Jingle Bells, deberían vetarse al menos un par de años. Y si van a poner a los enanos a cantar Adeste fideles, tómense la molestia de contarles qué dice en español, no?