Archivos diarios: 10 diciembre 2012

Aguas con la pre-posada


Esta es la temporada favorita de todo el oficinista promedio, tiempo de esparcimiento y felicidad, gasto innecesario y buenas imitaciones de amistad. Es el mes en que juegan al amigo secreto, se dejan pistas y detalles hasta que llega el gran día de la comida de oficina en que se revela quién es el “amigo” de quién, intercambian regalos y en medio de risas y gritos hacen de cuenta que celebran muy bien. Es el mes en el que los jefes beben con los subalternos, los colegas se deschongan y bailan y cantan y ríen a carcajadas unos con otros. Los empleados esperan ansiosos la fecha de la comida de fin de año para ponerse sus mejores trapos y comer con la misma gente que ven cinco o seis días a la semana durante al menos ocho horas. Ese día, al son de unos tequilas, el de las copias perdona al fin a la señora que le gritó hace siete meses. Ese día todo el mundo trabaja medio tiempo. O eso dicen, porque en realidad se les va la mañana en ponerse de acuerdo en quién se va con quién y cuál es la mejor ruta, en criticar los perifollos de otros, en convencer al amargado de que no sea gacho y vaya, en pasar por el súper para comprar el Bacardi y las cocas para las cubas que les alegrarán la tarde. Los muchachos se acercan a las muchachas y les preguntan si bailan la cumbia. Las muchachas, halagadas corren al baño a retocarse el maquillaje, arreglarse el peinado y decidir si se pintan los labios o los dejan al natural. Se siente la emoción en el ambiente. La fauna Godínez es liberada y peor que en viernes de quincena porque hoy pasean en masa.

La semana pasada pasé por mi bar de confianza y no pude quedarme a tomar ni un vasito de agua sin hielos porque había un grupo oficinista haciendo su intercambio navideño. Comieron ahí y les iban enfilando las botellas que se terminaban. Seis o siete champañas, cinco herraduras, tres Ballantines. Eso más lo que algunos comensales pedían directamente en la barra. Se veían contentos. Bromas y carcajadas. Gente que se ve todos los días, pero hoy con más ganas… tantas que algunos ya ven doble.

Yo seré muy fan de la bebida, el bailongo y las risotadas pero nomás con mis cuates; no pertenezco a su grupo ni me identifico en lo absoluto con el intercambio de regalos. Salí despavorida, pero no sin antes comentar el punto con algunos de los muchachos que trabajan en dicho bar. La gerente me dijo que no me asustara, que ya casi se iban. El cantinero me dijo “no están tan mal, aunque sí se les nota que no salen mucho a pasear”. El mesero me dijo “Son mal educados, los llevan a un restaurante bonito y creen que tienen que ser mamones con los meseros para sentirse a la altura del lugar”. El gerente del siguiente turno me dijo “querías tomarte un vinito tranquila”.

Sí. Si usted llega sin previo aviso a un restaurante o bar y se topa con una celebración navideña de oficina, corra. No disfrutará su cena, ni sus vinos, ni su café, ni su libro. No podrá escuchar sus pensamientos ni los de su interlocutor, en caso de que lo haya. Serán horas de suplicio a cambio de casi nada. Dejemos que los Godínez sean felices. Es tiempo de dar, démosles su espacio. Faltan sólo 15 días para Navidad. Después de eso todo volverá casi a la normalidad. Procure las reuniones caseras, las salidas discretas a lugares pequeños que los oficinistas ignoran. Evite bares y cantinas, en especial en zonas donde hay muchas oficinas —Condesa, Polanco y Santa Fe vienen a mi mente—. Desintoxíquese. Escuche la música que le gusta en la comodidad de su hogar. Procure que los gritos y las carcajadas provengan de gente que está cerca de su corazón. Cómprese unas cañas y unos tejocotes y prepare un ponche o rellene una piñata. No importa lo que haga, sólo evite que lo atrape la noche en medio de la comunidad Godínez.