Las princesas no se pedorrean

El tema del baño y sus sonidos y aromas es delicado por demás. Es terrible tener que entrar a un baño público y que huela a rayos. Más pinche es tener que lavarse los dientes en un baño que huela a rayos. Más pinche estar en el baño y que en la cabinita de junto haya alguien emitiendo sonidos que inevitablemente vienen acompañados de aromas e imágenes. Todos lo hemos vivido.

Y sí, somos eres vivos y como tal, todos nos pedorreamos, todos nos enfermamos y todos somos inevitablemente desagradables de vez en cuando. Pero deberían existir reglas de convivencia en cuestiones de baño que vayan más allá de jalarle, echar la basura en el cesto y evitar la mancha y la gota en la medida de lo posible. Porque todas estas incomodidades se evitan en los baños privados, en casa de la amiga, la madre, la novia. Pero no se pueden evitar en todas partes porque no todo el mundo recibió la misma educación y porque los baños de restaurantes, oficinas y casetas de cobro son visitados por cientos de personas al día.

En Sex and the City, Miranda se sacó de onda al punto del truene cuando un novio dejó la puerta del baño abierta. Toleró —y hasta intentó hacerlo ella misma— que hiciera pipí, pero cuando él se pedorreó sonoramente mientras ella, desde la cocina, decía que le gustaba el café con una rajita de canela, no hubo más. La misma pobre pelirroja se cuestionó sobre la delgada línea entre confianza y asco cuando le tocó lavar los calzones de Steve con una variedad diferente de rajita de canela. Carrie presumió que su relación estaba llegando a niveles enormes de compromiso cuando pudo hacer popó en el baño del novio, pero qué tal la sacada de onda el día que dormida se tiró un pedo y el güey tardó días en llamarla. Charlotte negó toda posibilidad de siquiera pensar en ir al baño en casa de un pretendiente o pretendido. Samatha tuvo la solución a todos los conflictos: sólo salir con hombres lo suficientemente ricos para tener dos baños, evitando así todo tipo de intercambio cultural.

Y es que, claro, para nadie es agradable que otro se tire un pedo. Toda la ternura hacia nuestras mascotas se termina cuando se pedorrean. No importa todo el amor que sintamos por un hijo, si se tira un pedo, se acaba la hora de los abrazos. Con la pareja una cosa es perderse el asco y otra tener tanta confianza.

Es verdad que todos nos pedorreamos, desde Barbie y Jesucristo hasta el taxista más feo, pasando por perritos, gatitos y bebecitos, pero el resto del mundo no tiene por qué saberlo. Si dormido te tiras un pedo, espero estar dormida también y no enterarme. Pero más aún espero que si dormida me pedorreo, tú estés profundamente dormido y, así, vivas siempre con la idea de que las princesas lindas, graciosas y educadas no se tiran pedos de ninguna manera. Incluso las parejas que más se aman y más se conocen deben conservar esta distancia.

No permita dios que se pierdan las formas. Que el paso de los años no nos permita caer en tal guandajés. Que el amor y la confianza no se traduzcan en aromas. Que tanto hombres como mujeres respeten el olfato del otro. Y que en presencia de terceros tengamos siempre en mente que todos sabrán que eres culpable porque tienes las orejas rojas.

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2 pensamientos en “Las princesas no se pedorrean

  1. Carlos Efron Mur 22 junio 2011 en 23:33 Reply

    Recuerdo lo de las orejas calientes, sobre todo con mis compañeros de la primaria. Me hiciste la noche y fui hasta los tiempos que ya no recordaba. Eso de los «ruidos» de tu vecino de baño (cuando estas fuera de casa), inhiben cualquier deseo y sales corriendo de tu pequeña cabina.
    Querida, es un placer siempre leerte un abrazo ruidoso pero sin aromas extraños y felices sueños…

    • sabina braz 24 junio 2011 en 16:46 Reply

      Hay días en que es necesario ser un poquito escatológico. Reír aunque sea de la mierda… JAJAJA! Un abrazote, querido amigo.

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