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Un reto al que ya no le entro


Llegó la época decembrina y en la ciudad de México han instaurado un alcoholímetro las 24 horas hasta el 6 de enero. ¿Entienden, verdad? El Guadalupe-Reyes tiene aterrada a la autoridad. Es chistoso, porque eso del Guadalupe-Reyes siempre me sonó a cosa de adolescentes. Era casi como un reto, una competencia. A ver quién lograba de verdad beber los 26 días sin parar. Yo confieso que lo intenté varia vez (al menos toda mi prepa) y confieso que nunca lo logré. Se me atravesaba una gripa, mi madre, un viajecito tranki, y mi eterno ánimo de devorar en dos semanas los libros que no terminé durante el año.

Supongo que quienes lo logran tienen técnicas. Contarán chelas con amigos, posadas, comidas familiares, reuniones con colegas y una que otra de buró. Yo no pude entonces y, claramente, no puedo ahora. Ahora si bebo un día al día siguiente debo guardarme, si me desvelo no puedo levantarme temprano al día siguiente, si bebo no me concentro para trabajar después… En fin, que me estoy haciendo vieja y se me nota especialmente en eso de la fiesta y la bebida.

¿Cómo hacen entonces quienes siguen rigurosamente el Guadalupe-Reyes? ¿Cuál es el secreto? ¿Riopan-AlkaSetlzer-chilaquiles? ¿Hay algo suicida detrás del Guadalupe-Reyes? ¿Cuenta una sola chela o cuenta a partir de que se te barre la lengua? ¿La onda es el reventón o la peda? ¿Y quiénes son los miembros del clan del Guadalupe-Reyes?

¿Son hombres o mujeres?

¿16-19 años? ¿20-25? ¿26-35? ¿36-40? ¿41-50? ¿51 años o más?

¿Son de clase media baja, media media, media alta o alta alta?

¿Solteros, casados, divorciados, viudos, vueltos a casar o separados?

¿Son hijos únicos, hijos menores, hijos mayores o hijos de en medio?

¿Pertenecen a familias funcionales, disfuncionales o todo lo contrario?

¿Tienen mascotas? ¿Perros? ¿Gatos? ¿Peces? ¿Tortugas? ¿Gansos?

¿Son padres de familia?

¿Trabajan o estudian? ¿Son ninis? ¿Con qué pagan las chelas?

¿Cuál es su preferencia sexual? ¿Su profesión? ¿Su religión? ¿Su raza?

¿Beben en cantinas? ¿Bares? ¿Restaurantes? ¿Teibols? ¿Cabarets? ¿Banquetas?

¿Salen de día? ¿De noche? ¿Beben desde medio día?

Y, lo que más le interesa a las autoridades: ¿Conducen cuando han bebido?

Y lo que me interesa a mí: Si conducen después de haber bebido, pasan por el alcoholímetro, los detienen y los mandan al Torito, ¿quedan automáticamente descalificados de la competencia? De ser así, sugiero que quienes todavía tengan la fuerza para seguir con rigor el Guadalupe-Reyes se consigan un sitio de confianza y llamen al taxi. Piensen que, además, ahorrarán en valets y estacionamientos.

Aquí un par de números en caso de que decidan seguir mi consejo (Tengo los teléfonos, pero no sé los nombres):

5660 1122

5634 2936

5574 3520

5634 9912

Por lo demás, les deseo mucha suerte, muchas felicidades, ¡y todo el éxito en el Guadalupe-Reyes!

La importancia del calendario


Es chistoso cómo damos especial importancia al calendario, la agenda, las fechas, las celebraciones, los feriados. Recordamos con tristeza los aniversarios luctuosos de la gente querida —y en ocasiones también de las mascotas—. Celebramos el aniversario de nuestro nacimiento y el de las personas cercanas. Llega febrero y nos invaden los corazones. Llega septiembre y los mexicanos ponemos banderas. Llega noviembre y los gringos ponen calabazas. Llega diciembre y el mundo se llena de Santa Closes.

Les damos importancia a pesar de que ahora los feriados ni siquiera son el día que se celebra, sino el lunes o viernes más cercano. Es curioso porque las celebraciones cumpleañiles olvidamos que se trata de brindar porque alguien está vivo, y nos ponemos una guarapeta y nos peleamos y queremos regalos y todo se va al caño. Pero lo más cabrón son esas fechas que TODO el mundo celebra porque hay que celebrarlas, porque la televisión lo dicta, porque es una costumbre heredada o porque después de un año nos hemos olvidado de lo mal que la pasamos el año anterior.

El 14 de febrero: qué suplicio tan grande, en especial para los adolescentes. Que negociazo para quienes hacen paletas de corazón. Y qué balcón para quienes son padres de niños nacidos en noviembre.

El 10 de mayo: creo que pocas veces en la vida he visto a mi madre tan incómoda, tan enojada y con tan mala leche como los días de la madre. Entre el calor, el tránsito, los tiempos de espera para una mesa y mi padre que no atinaba a regalarle algo que no fuera un electrodoméstico… Pésima opción el día de madres.

Navidad: Bueno, creo que pocos males son tan grandes como la Navidad. Justo cuando cambia el reloj de las 11:59 pm del 30 de noviembre a las 12:00 am del 1 de diciembre es como si se desatara un maleficio sobre la población mundial. De pronto el tiempo de amar y perdonar se llena de mentadas de madre. En la época de paz se respira estrés y angustia. En el tiempo de convivir y disfrutar nos dedicamos a sufrir y consumir. Los días de reflexión se vuelven días de borrachera y el tiempo de estar con los seres queridos lo convertimos en salidas chafísimas con quienes denominamos nuestros colegas. Total, fatal.

Cae el aguinaldo y nos lo gastamos en pendejadas. Nos estresamos porque hay que aprovechar las ofertas mientras duren, hay que aprovechar todas las ventas nocturnas aunque las compras estén fuera de nuestro alcance. Hay que planear una cena que impresione a más gente que la del año anterior. Hay que romper el record propio: cocinar mejor, verse mejor, que los hijos propios sean más listos, más simpáticos… comprar mejores regalos, servir el mejor ponche, rellenar la mejor piñata, cantar las mejores letanías y comer caña con más elegancia.

Hay que salir. Hay que ver a todo el mundo. No puede terminar el año sin que abraces a las amigas de la prepa a las que no les tiraste un lazo en los últimos 12 meses. Hay que ir a la escuela al festival de los niños, y luego hay que ir a las posadas familiares, sociales, laborales, institucionales. Hay que cruzar la ciudad para ver a las tías que nunca salen. Hay que subir al cerro para ver a los compadres del empleo anterior. Hay que ir al aeropuerto por la abuela que llega. Hay que ir a la Tapo por las primas. Hay que ir a Taxqueña por la cuñada. Hay que ir a la salida a Querétaro porque ahí hay un outlet para comprar los regalos a buenos precios. Hay que conseguir atuendos para todas las ocasiones. Hay que hacer brindis con las de la danza, las del yoga, las del macramé y las del club de lectura. Hay que salir. Hay que gastar. Hay que enojarse y con suerte nos dé un infarto.

Es increíble cómo llega diciembre y toda la gente se aloca, se oyen más claxons, los trayectos se eternizan, la socialización se complica, las almendras suben de precio y la sociedad entera empieza a hablar de enflacar mientras traga y de ahorrar mientras gasta; de lo terrible que es enero entre su cuesta y los kilitos de más y de lo bueno que está este pavo, y los regalos que quedan por comprar.

¿Por dónde empezar?


Ayer les comentaba que mis propósitos para el año entrante son titularme, distraerme menos y aprender a tejer. Claro que a eso hay que agregar leer 52 libros. Y estos propósitos se dividen a su vez en subpropósitos. Explico:

Tengo cuatro libreros que no están muy ordenados, aunque siguen cierta lógica. Uno es literatura escrita originalmente en español, crítica y teoría. Otro es literatura originalmente escrita en inglés, poesía y libros de referencia. El tercero está conformado por literatura traducida al español y libros en francés. El más pequeño tiene el corpus de mi tesis.

Pues bueno, ya hice una revisión de cuáles libros de la lista de los 100 están en mi casa. Son varios. Ayer me paré frente a uno de mis libreros y pensé en la segunda quincena de diciembre: vacaciones, tiempo libre, lecturas y mucha felicidad. ¿Qué escojo? Mi primera opción es leer algo que no haya leído a lo que le traiga ganas y que no esté en la lista de los 100. Mi segunda opción es escoger algo de los 100, pero que ya haya leído antes. La tercera opción es que sean tres libros: uno en español, uno en inglés y uno en francés. Una novela, uno de cuento y uno de poesía. Uno para la mesita de noche, uno para la bolsa y uno para el baño. La otra es cerrar los ojos y tomar un libro a ciegas, esperando que no sea Redacción sin dolor o The Secret Diary of Adrian Mole Aged 13 ¾, que es una maravilla pero no como para releerlo a los 33.

Lo que sé es que parte de los propósitos del 2012 será no comprar libros a menos que sea necesario. Tengo muchos en casa que no he leído. Tengo muchos que quiero volver a leer. Sé que muchos llegarán vestidos de regalos. Sé que si salgo del país compraré algo. Lo que debo evitar es caer en la tentación de entrar a las librerías de siempre, pasearlas y merodearlas, escoger al que me haga ojitos y permitir que se me pegue cuando en casa tengo varios cientos que necesitan un poco de mi atención.

Es probable que cumpliendo este inciso del propósito lecturas cumpla también el imposible propósito de todos los años: ahorrar. Si dejo de comprar tres libros al mes —de los cuales sólo leo uno— dejaré de gastar poco más de 600 pesos. Al final del año tendré 7200 que, bajita la mano, es la mitad del seguro de gastos médicos.

Definitivamente, esto de la planeación me conviene.

¿Ustedes cómo van con esos propósitos? Hay que pensarlos con tiempo y calma, para que no terminen siendo los de siempre: viajar, bajar de peso, hacer ejercicio, dejar de fumar, pelear menos con mi mamá y aprender a hablar otro idioma. Creo que si planeamos con tiempo podemos crear la estrategia que nos permita realizar los propósitos pasito a paso.

La autopublicación


Tomar la decisión de abrir un blog, por el motivo que sea, es cosa seria. Yo decidí abrirlo porque me di cuenta de que no estaba escribiendo nadita y me pareció un interesante ejercicio que me haría escribir con frecuencia. Ha funcionado puesto que escribo con relativa frecuencia. Sin embargo, no ha funcionado del todo pues no me ha llevado a crear mi ficción o similares.

El otro día leí que cerca del 90 por ciento de las páginas web sólo son visitadas por sus creadores. Hace poco más de un año me ofrecieron un empleo escribiendo para un sitio de soft news y luego me lo desofrecieron porque no soy una famosa locutora, escritora o dj cuyo nombre resuene en el inconsciente colectivo de las masas y atraiga clicks a diestra y siniestra. En pocas palabras, soy una de esas personas con un website que es visitado sólo por su creador.

Es chistoso, porque cuando empiezas con esto del blog buscas hacerlo atractivo: una foto linda, una letra amigable, un texto de cierto tamaño, un tema simpático, un diseño agradable… Y jala, poquito a poco jala. Un día, de la nada, te visitan más de 70 personas. Y entonces piensas que funcionó.

Luego revisas esta bonita herramienta de wordpress que te cuenta con qué frases llegó la gente a tu blog y te das cuenta de que la mayoría no querían leerte a ti. Al día siguiente descubres que esa mayoría no regresó. De pura casualidad llegaron a tu blog y se fueron decepcionados porque no resolviste su duda. Es más, se sintieron timados porque buscaban soluciones reales, un poco de pornografía o verdaderas recetas y tú sólo dices lo que estás pensando…

Entonces, claro, quieres a tus lectores de vuelta. Estos 70 u otros, pero que te lean. Y empiezas a ver qué es lo que más ha atraído a tu “público”. ¿Ecología? ¿Economía personal? ¿Política? ¿Chismes de oficina? ¿Relaciones sentimentales? ¿Literatura? La verdad es que después de casi tres años no atino saber qué es lo que mis lectores prefieren. Tengo épocas en que entran cientos y épocas en que entro sólo yo. Confieso que los textos que más me han gustado son los que menos han llamado la atención de ustedes. Y les comento que veo con cierta tristeza que nadie ha dicho nada de la fotografía que desapareció.

Era el glaciar Perito Moreno, en la Patagonia argentina. Era única porque la tomé yo. Digo “era” porque estaba guardada en la computadora que se robaron aquella vez que entraron a una mi ex casa. Yo espero en un par de semanas poder poner otra foto, una nueva que cuente una nueva historia, la historia de 2012.

Siempre que llega diciembre empiezo con los recuentos, las listas, los proyectos, las limpiezas… Como saben, ya hice mi proyecto de lecturas para 2012. Los propósitos son titularme, distraerme menos y aprender a tejer. El recuento luego les cuento. Las limpiezas: ya hice la del cajón en la oficina. Esta tarde toca el refrigerador. El fin de semana el closet. El nuevo año no puede llegar con tanta cosa acumulada.

Para 2011 me propuse escribir diariamente. Lo logré poquísimo. Hubo semanas enteras en que estuve desaparecida. El año entrante no prometo nada parecido, porque ya vi que no triunfo. Pero conforme vaya cumpliendo mis propósitos los iré compartiendo con ustedes, a ver qué tanto de interesante se cuenta en 2012.

Confesiones de una estudiante de letras


Debido a mi entrada del 28 de noviembre acerca de mi proyecto de lectura para 2012, me siento obligada a confesar que hay libros clásicos, multicitados y fundamentales, que habitan el inconsciente colectivo y que yo no he leído. Hasta el día de hoy puedo atreverme a decir que leí Pedro Páramo. Como lo leen: tan breve, tan comentado y tan maravilloso, Pedro Páramo no había pasado por mis ojos antes de esta semana.

¿Qué otros libros no he leído y me avergüenza decirlo? Verán (sólo prometan no reírse):

De La divina comedia sólo leí el Infierno. De El Decamerón sólo leí las primeras cuatro historias. No he leído Ficciones de Borges, ni El extranjero de Camus. No leí más que fragmentos del Quijote y ni siquiera he tenido en mis manos un ejemplar de Viaje al fin de la noche. De Dostoyevsky sólo leí El jugador y de Flaubert, Madame Bovary.

Ya que estamos en las confesiones, les voy a decir con todas sus letras que Faulkner me choca. Es de las pocas cosas que leí en la universidad sin gusto, por pura obligación.

Tengo, pero no he leído, La montaña mágica de Thomas Mann y Las metamorfosis de Ovidio. No me he dado el tiempo para leer En busca del tiempo perdido, con el pretexto de que no he llegado a la edad para leerlo. Me salté Tristram Shandy porque no lo vimos en mi clase de Historia Literaria del XVIII. De Los viajes de Gulliver nomás me acuerdo de los Houyhnhnms, así que supongo que sólo leí eso.

De Tolstoy —y estoy consciente de lo fuerte de la siguiente aseveración— no he leído nada. Tampoco leí To the Lihgthouse, aunque sí me considero muy fan de Virginia Woolf.

En mi defensa diré que hay el mismo número de libros igual de clásicos e importantes que he leído (todos tomados de la misma lista) y otros tantos que no han llegado a esta lista pero que conservo cerquita de mi corazón como grandes lecturas favoritas de siempre. También citaré a mi profesor de la SOGEM, Juan Miguel de Mora, que decía: “Señorita, hay bibliotecas enteras llenas de cosas que ignoro” y es uno de los hombres más cultos que conocí en la vida.

¿Por qué me confieso? En primer lugar porque creo que es una ventaja tener claro que falta mucho por leer. En segundo, porque si bien la lista de los 100 mejores libros de la historia es una excelente guía de lecturas, no es la única ruta para un proyecto de lectura. De hecho, quien limitara sus lecturas a estos cien libros se estaría perdiendo de grandes joyas. Creo que más sabio sería seguir las lecturas de Borges. Y más sabio aun seguir el propio instinto: tomar una guía, que puede ser esta lista u otra, la carrera de letras, todo lo escrito por un solo autor, o el librero de la casa materna; y de ahí arrancarse sobre la línea de lo que a cada quien le gusta.

Me confieso para motivar a los lectores. Yo me considero lectora, y me avergüenza un poco no haber leído lo antes mencionado. Pero también creo que mientras esté viva puedo leer y releer lo que sea, y que cada proyecto es personal. Haga el suyo. Procure calidad y ante la duda, pregunte. Planear las lecturas para el año es empezar un proyecto divertidísimo. Para mí lo está siendo y, de hecho, quiero empezarlo ya.

Cuéntame una de Don Gato


“¡Que me han robado, me han timado! ¡Me han visto la cara!”, gritaba el señor alcalde de Nueva York cuando Don Gato y su pandilla le vendieron un abanico por el precio de un aire acondicionado. Hoy me siento personaje de caricatura, y agrego una anécdota más al costal de historias de taxistas.

En la mañana, como muchas otras mañanas, tomé un taxi para ir al trabajo. El camino fue silencioso y lo agradecí porque pude avanzar un poco en mi lectura (El huerto de mi amada de Alfredo Bryce Echenique, cortesía de una de mis hermanas).  Al llegar a la esquina en la que suelo bajar le extendí un billete de 50 pesos. El conductor me dio tres monedas y yo asumí que eran dos de diez y una de cinco. Lo noté apretado y me pregunté qué podría haberle molestado. Bah, daba igual, no me dijo nada. Recuerdo haberle dado las gracias y deseado un buen día. El cambio lo eché en mi bolsa y corrí para cruzar la calle antes de que cambiara el semáforo.

El día transcurrió sin pena ni gloria. Salí a la misma hora de siempre, me subí al metro, caminé tres cuadras y pensé que un panecito de la tiendita no estaría mal para cenar. Entré a la tienda de la esquina y escogí un pan. Busqué las monedas en mi bolsa y las encontré: dos monedas de diez. Pensé en comprar más de un postre, pero me fijé bien y vi que una de las monedas que parecía de diez era en realidad una moneda de 20 centavos de 1970 con las orillas pintadas de color dorado.

Muy sorprendida le comenté al muchacho de la caja: “Me vieron la cara”. Tomó la moneda y me dijo: “Pues sí, eh”.

Llegando a casa, incrédula, veía mi moneda. En efecto, es del mismo tamaño de una de diez, tal vez es un poco más delgada, pero quien las vea de rapidito creerá que son iguales. Lo que es increíble es que alguien se haya tomado el tiempo de hacer el truco. Muchas personas coleccionan monedas. Tal vez tenían sus ahorros en casa hasta que se vino el nuevo peso y les dejó un frasco de monedas inútiles. ¿Pero cómo fue que alguien se dio cuenta de que una (o varias) de las monedas en su frasco es del mismo tamaño que una moneda que circula en la actualidad? Y habiéndolo notado, ¿cómo fue que se le ocurrió pintar las orillas de dorado? Y habiéndolas pintado, ¿cómo fue que se atrevió a usarla(s) como pago? Supongo que el coleccionista, antes ahorrador está decidido a recuperar lo que la inflación le ha quitado.

Ahora entiendo por qué el taxista parecía enojado. En realidad tenía acelerado el corazón porque sabía que estaba haciendo algo malo y no quería tener problemas. Alguien, supongo, le dio esta moneda y él decidió cobrársela. En realidad estaba nervioso. Supongo que no es un mal hombre y eso hizo que le costara trabajo tomarme el pelo… aunque de todos modos me lo tomó.

El asunto con la karma pólice, querido lector, es que se va haciendo una cadena de maldades o bondades, según actuemos. El taxista fue timado y entonces timó. Vaya usted a saber si quien se lo entregó al taxista fue timado también. Si yo decidiera intentar timar a alguien, ese alguien timaría a alguien más y así al infinito. Yo decido guardar la moneda en un cajón. Y la persona que pintó la moneda, por timo o travesura, ¿qué decide? Desató una serie de estafas de diez pesos. Los defraudados, enojados, han defraudado también, generando así mal karma para ellos mismos. Me gustaría que a quien pintó la moneda se le revierta su acto. Y me gustaría pensar que el taxista usará esos diez pesos en algo positivo, que le aprovecharán realmente y que no los empleará, como dijo mi colega, “para terminar de condenar su alma al infierno”.

Y este mundo que no se acaba…


Desde siempre han existido quienes predicen el fin del mundo. Siempre hay un loco o varios que aseguran que conocen la fecha. Nostradamus decía que el mundo se acabaría en algún momento entre 1999 y el año 2000, y aquí seguimos. Cierto que un año después se cayeron las torres gemelas y fue el fin de un mundo de unas personas y de una seguridad. Tal vez, Nostradamus era proyankee, y un margen de error de un año se le concede a cualquier profeta.

Hace años, los de Mono Blanco empezaron a difundir el rumor del fin del mundo y dieron solución a nuestros problemas: “Si un día me has de querer, te debes apresurar”. No sabemos cuándo se vaya a terminar el mundo, pero en todo caso debemos apurarnos a amar, antes de que nos palaste un RTP.

En 1987, R.E.M. lanzó el sencillo “It’s the End of the World as We Know It” y, como todos recordarán, seguían sintiéndose bien. Supongo, por lo tanto, que el fin del mundo no es tan aterrador como suponemos.

Ahora se habla del fin del mundo en las cantinas, en las banquetas, en las sobremesas familiares, en las fiestas, en las oficinas, en los microbuses, en el radio, en la tele, en la red… Los mayas dijeron que el mundo se nos iba a terminar en 2012. Todavía es un misterio la razón por la que los mayas abandonaron Palenque, pero ese abandono sugiere que ellos se equivocaron por varios más años que Nostradamus. Todavía no podemos asegurar que el mundo no se vaya a terminar el año entrante, pero sin duda el mundo maya —como ellos lo conocieron— terminó hace mucho tiempo.

Otro fin del mundo que parece aproximarse rápidamente es el árabe. Los países árabes de África han pasado por levantamientos, guerras, guerrillas y rebeliones fundamentales en el último año. Desde principios de 2011 nos hemos preguntado si este será el fin del mundo árabe como lo conocemos. Ayer publicaron en todos los medios una serie de videos bastante perturbadores de la muerte de Muamar Gadafi. Ayer mismo publicaron en los periódicos el cese definitivo de la actividad armada de ETA. Hay quienes todavía no se la creen, y decir que esto es el fin del mundo sería un poco exagerado, pero es sin duda el fin de un par de eras.

Según el locutor de radio cristiano Harold Camping el mundo se termina hoy. Son casi las dos de la tarde en mi huso horario y no parece que se vaya a terminar el mundo. Él se basó en una serie de cálculos de los números en la biblia. Pero ya en marzo de este año se equivocó de fecha… ¿Por qué habríamos de creerle esta vez? ¿Cuáles son las señales?

Cierto, hoy Obama anuncia la salida de las tropas gringas de Irak para finales de 2011, después de 9 años. Cierto, se cayó un helicóptero en el sur de la ciudad de México, en Viveros, en una banqueta a las 10:10 de la mañana, entre autos, personas, perros y ardillas. Murieron dos personas y vuelven a despertar las sospechas de “complots” entre los mexicanos. Cierto, estoy pasando por un momento crítico en mi educación editorial que contaré el día que me retire (o antes si recibo señales de que el mundo se va a acabar).

Así estamos, rodeados de profetas, matemáticos, músicos y rebeldes que sugieren el fin del mundo, o de un cierto mundo; rodeados de señales si así queremos tomarlas; rodeados de la misma sociedad hundida hasta el codo en mierda tratando de encontrar algo en qué entretenerse.

Si es el fin del mundo, el fin de un cierto mundo o el fin de una era, el fin de la violencia o sólo el fin de un sexenio, ya lo sabremos. Mientras tanto, cada uno haga su tarea: se acabe o no se acabe el mundo, apresurarnos a querer no puede ser tan malo.

El verdadero mundo de las citas: ELLA (parte 1)


Las series de televisión, las telenovelas, las comedias románticas y los libros de amor para jovencitas nos han enseñado un modelo de preparación para una cita, un modelo de cita, y varios modelos de postcita.

Pero ninguno de estos modelos reflejan toda la verdad. Sí, nos dan tips para prepararnos. Nos recuerdan, por ejemplo, retocarnos las raíces del pelo, darnos un regaderazo, depilarnos las piernas, lavarnos los dientes, ponernos el rímel y estrenar una falda… Esto, claro, si el galán en cuestión tiene la decencia de comunicarse con al menos un día de antelación.

Pero en estos tiempos eso ya es mucho pedir. Es de hecho, mucho pedir que te llamen por teléfono. Si bien nos va nos echan un correo (y si bien les va, lo veremos antes de la hora de encuentro) o un mensajito de texto que entre las fallas de red de las compañías de telefonía celular, ya te puede llegar en ese momento o siete días después. El caso es que el mail o el mensaje que se envía el mero día no da mucho margen para prepararse. Sé de casos de señoritas que han faltado a la cita porque no sentían que su ropa fuera la adecuada. Sé de señoritas que ya tenían un compromiso previo. Y sé de señoritas que temiendo —sí, digo bien: temiendo— un encuentro sexual, han preferido declinar e irse a sus casas a ver la televisión.

Claro, también existen las muy dueñas de sí mismas que no se intimidan ante nada, o las que siempre están preparadas, las que aceptan salir con un joven apuesto el mismo día, saliendo de la oficina, sin oportunidad de más preparativos que una cepillada de dientes. Dios las bendiga: tan intrépidas, tan precavidas, tan naturalmente bellas.

¿Y entonces qué pasa? ¿Cómo transcurre la fabulosa cita? Por supuesto que con tanta premura no podemos esperar que el chico en cuestión tenga pensado el lugar al que irán. No podemos esperar que ella tenga guardado un Little black dress en el cajón del escritorio, no podemos suponer que él tiene preparada una velada con rosas, champaña y caviar. No podemos juzgarlo por presentarse vestido como fue a la oficina. De hecho, se lo agradeceremos, pues nosotras nos presentaríamos exactamente así.

¿Y a dónde vamos? ¿Qué se te antoja? Son las seis de la tarde, terminaste de comer a las cuatro, no tienes hambre. ¿Ir a tomar algo? Que él proponga el sitio. Estás cerca de tu oficina y no quisieras encontrarte con tu jefe y su pandilla. Pero tampoco quieres ir a un barecillo de oficinista de medio pelo. No quieres ir a dar al piano-bar decadente de la esquina, no quieres la hora feliz del Sanborns, no quieres caminar sin rumbo y terminar en cualquier agujero porque los agarre la lluvia. Si tan sólo hubiera elegido un lugar para verse ahí, si hubiera pasado por ti. Pero parados en esa incómoda esquina donde quedaron de verse, rodeados de la multitud que baja del metro, y nerviosos… En fin. Terminan yendo a cualquier restaurantito agradable por la zona.

¿Qué pides? ¿El invita? Con tanta informalidad para la invitación y el encuentro, tal vez esto sea más de cuates. En ese caso, cada uno debería pagar lo suyo. Bueno, traes tu dinero. Pero en ese caso, sería ridículo coquetear. ¿Habrá besos? ¿Habrá sexo? ¿Y ahora qué haces con tus nervios? Todo el día con un hueco en la barriga para que resulte que eran unas chelas de cuates… Pero, ¿y si no? Por dónde llevar la conversación. Más vale quedarse calladita, sin hacer muchas preguntas, evitar los monosílabos para no parecer demasiado tímida, pero no hablar de más. No sea que este sea el bueno y la riegues con tus cantos.

¡Funcionó!


No, no hice sopa de gato, no los estrangulé y no los encerré en la lavadora. No los aventé por la ventana, no los mandé por las verduras al súper ni los amarré a la pata de la cama. No hice un hechizo que los convirtiera en seres racionales con los pies, literalmente, en la tierra. No los disequé. Tampoco dejé que se espinaran las narices, que se metieran en la bolsa de la basura orgánica o se acercaran peligrosamente a un cuchillo con el que picaba mis pepinitos. Simplemente seguí el consejo que me habían dado todos desde el día cero…

Cuando decidí adoptar un par de gatitos le preguntaba a todo el mundo cómo haría para educarlos. Todo mundo me dijo lo mismo: “Con un rociador de agua”.  Me imaginaba jugando Misión Imposible con los gatos, saliendo de detrás de las paredes a dispararles un chorro de agua. Y como una de mis amigas me dijo que no abusara de este recurso porque entonces se acostumbran y ya lo toman a juego, y como me di cuenta de que mis gatos son poco convencionales y les encanta el agua, ni intenté lo del rociador.

Ayer, como habrán notado, me estaba volviendo loca. Se me subieron, literalmente, a las barbas y los quería colgar del tubo del que descuelgan mi toalla todos los días. Decidí ir a buscar el famoso rociador. Nueve pesos pagué por él, pero más trabajo me costó aguantarme la tarde entera para llegar a mi casa a probar su eficacia.

Tengo la certeza de que no será mágico, que no será de la noche a la mañana que agarren la onda de que quiero sus cabezas fuera de mi plato, que quiero mis toallas colgadas donde yo las dejo y que el papel higiénico no es un juguete para liberar ansiedades felinas. Pero puedo decir con orgullo que hoy pude prepararme una comidita para llevar a la oficina, sin bigotes de gato: un pequeño paso para la humanidad pero un gran paso para la locaza que decidió vivir con dos gatos sin saber en la que se estaba metiendo.

Dicen mis amigas que pronto bastará con que vean el rociador y que luego ni por la frente les pasará la idea de hacer travesuras de las que vuelven la convivencia imposible… Dios mediante, hijas mías, dios mediante.

Qué viva México


México está triste. México está de luto. México ha sido muy maltratado, arrastrado, agredido y humillado. México quiere vivir, pero no lo están dejando.

Esta mañana en el periódico leí que Felipe Calderón agradece tener un millón de seguidores en Twitter. Como figura pública debería saber que no lo sigue un millón de gente porque lo admiren, lo siguen porque necesitan saber de primera mano qué rayos está pensando. Tiene el poder para dar educación, salud, libertad, paz, dignidad, trabajo, alimento… Y hoy por hoy es uno de los hombres más peligrosos porque ha decidido hacer lo justo opuesto.  Ha decidido combatir la violencia con violencia. Ha decidido poner a nuestro pobre país en una situación alejadísima de la felicidad.

Me gustaría —en un sueño imposible—que esta noche las plazas se quedaran desiertas. Que el señor presidente de el grito ante un zócalo vacío. Que los delegados y gobernadores mejor se quedaran en su casa a ver películas. Pero no va a pasar… Me gustaría que los mexicanos recordaran que las celebraciones se hacen con amigos, con hermanos, con la gente querida. En estos momentos los mexicanos no ven a sus paisanos como hermanos. Nos vemos unos a otros con desconfianza, todos son presuntos criminales y todos, tristemente, nos andamos cuidando unos de otros en vez de buscar la forma de ayudarnos.

Hoy la forma de celebrar nuestra mexicaneidad es esa: comprender que el mexicano de junto está pasando por lo mismo que nosotros, que tiene el mismo miedo, que padece los mismos precios, que tiene las mismas carencias y las mismas necesidades. Los mexicanos tenemos enemigos en común, necesitamos evitar ser enemigos entre nosotros.

México no es El Chapo. México no son los Zetas. México no es Felipe Calderón, ni Pemex ,ni la Secretaría de Hacienda. México es un territorio que tenemos que amar con más intensidad. México es gente a la que nos tenemos que acercar amorosamente, compasivamente.

México está triste porque los mexicanos han dejado de quererse. “Divide y vencerás”: parece que nos han vencido. En efecto, hemos sido racistas, clasistas y abusivos. Hemos explotado y nos hemos dejado explotar. Hemos padecido las diferencias que hay entre nosotros y hemos pagado el precio de ser diferentes entre nosotros. Ahora tenemos un motivo más para la separación y es el miedo. No permitamos que este miedo siga creciendo. Sí, puede ser que el de junto sea un delincuente. Pero tal vez no. Tratemos de dejar de buscar diferencias y encontremos nuestros puntos en común: gordos, flacos, altos, chaparros, chatos, respingados, morenos, rubios, con auto o en bicicleta, a la moda o con lo que puedan, políglotas o analfabetas, todos somos mexicanos, todos nos estamos haciendo más pobres cada día, todos tenemos miedo y todos necesitamos un mejor lugar para vivir. Trabajemos por ello. Esa sería la mejor celebración.

¡Ya sé! Estoy diciendo pura mamada que a nadie le importa. Van a salir a la calle, temiendo asaltos y granadas, se pondrán borrachos y habrá pleitos y accidentes. Mañana verán el desfile por televisión, criticarán al presidente, a los militares y a los cantantes. Comerán pozole y chalupas y enchiladas. Verán a sus amigos y seguirán pensando que el de junto es un naco. Verán a sus familias y seguirán pensando que son mejores que la familia de la casa de al lado. Pasarán un fin de semana como todos, o lo pasarán en el campo. Y el lunes volverán a la realidad de siempre, al México triste. Celebraremos esta noche por una independencia que no existe; por una paz y una libertad por la que no estamos trabajando. Festejen a México. Pero también échenle un poquito la mano. Para que viva México, tenemos que hacerlo vivir.