El raro antojo

Dicen que los antojos son en realidad cosas que el cuerpo nos pide comer para satisfacer ciertas necesidades: azúcar, potasio, hierro, vitamina e… yo qué sé. Nadie ha sabido explicarme satisfactoriamente los antojos de las embarazadas, y menos aun los antojos de los esposos de las embarazadas. Al final yo sólo sé que un antojo es un golpe bajo, algo que de pronto necesitas sin saber muy bien por qué, y que si no lo satisfaces te quedas ligeramente frustrado, como si de verdad fuera importante.

En mi trabajo como mesera de aquella cafetería, la peor cosa era que pidieran un bagel de mahi mahi con esa deliciosa cremita de cilantro. Cada plato que sacaba yo con eso se me hacía agua la boca, y no podía más que terminar mi turno de trabajo gastándome mis propinas en cenarme uno de esos.

Un par de empleos después fue peor, porque el restaurante tenía bar. Entonces los antojos ya no eran sólo chapatas y patatas, camarones al ajillo y quesitos con carnes frías. También era el penetrante olor del tequila o la dulzura del whiskey, o la frescura de la cerveza… Al final de mi turno me tomaba dos chelas (porque eran gratis) y me comía alguno de los siete platillos antojados en el día, con un descuentito de personal.

Ahora me vuelve a pasar. Estoy preparando un artículo para cierta revista popular y parte de éste es una lista de destinos cerca de la ciudad de México. Veo fotos de hoteles, reseñas de restaurantes, recibo los correos más vendedores de su gente de prensa, y no puedo más que imaginarme caminando por las calles de San Miguel de Allende, Oaxaca o Xalapa. Se me ocurre hacer una llamada reservadora y treparme a un camión rumbo a alguna de nuestras más discretas playas. Y sufro por la famosa ley que dicta que el desempleado tiene tiempo pero no, dinero.

Así resulta que la única explicación que yo encuentro para los antojos es la vista —o bueno, en realidad el trabajo, pero no podemos dejarlo—, el estímulo. Bah, claro que mi cuerpo me está pidiendo playa y paseo. Pero la verdad es que es de la vista que nace esta inventada necesidad.

Es la vista de ciertas cosas lo que mantiene a flote a la humanidad. Si no hubiera tanto chick flick a la vista, historias que sugieren la magnífica idea de enamorarse, proponerle matrimonio a alguien, comprometerse, casarse, tener hijitos y vivir medio felices para siempre, no creo que hubiera todavía valientes que se lanzaran a hacerlo.

Total, concluyo que lo que tenemos que hacer para dejar de sufrir antojos frustrados es cerrar los ojos. No más internet, no más prensa escrita, no más televisión, no más cielos azules, aromas de comidita rica ni películas de amor. Seguramente, si dejamos de recibir el estímulo, pronto tendremos dietas saludables, relaciones reales y, si dios nos da licencia, uno que otro viaje sin que en el proceso se nos rompa el corazón.

2 pensamientos en “El raro antojo

  1. Carlos Efron Mur 14 julio 2010 en 16:51 Reply

    Alguna vez intente alejarme de todo aquello que a la vista o al gusto se pudiera antojar, pero la imaginación hizo su jugada y no tuve más remedio que regresar, despues de todo el antojo no es otra cosa que la confirmación que aún tenemos sueños y si el trabajo echa a perder esos sueños, mejor irnos despidiendo de el trabajo. Aunque mi afirmación de lo que es el antojo apenas y es una pizca de todo lo que lo contiene. Un día tendré una casa en la playa del pacifico y les invitare a ir.

    • sabina braz 15 julio 2010 en 16:46 Reply

      Uy, sí vamos!!!! JAJAJA!
      La cosa con los antojos es que son incontrolables. Y casi pareciera que dejar de sentirlos y de desear es la forma de dejar de sufrir la frustración. Pero, como bien dices, qué bueno que haya reflejos de que tenemos sueos e ilusiones.

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