Archivos Mensuales: julio 2013

Hay de decisiones a decisiones


La vida consta de decisiones. Si cruzas la calle por el paso cebra cuando esté el alto o si cruzas corriendo por donde se te da la gana. Si viajas en metrobús o en metro, si tomas taxi o caminas. Lo que te pones para salir de casa. Eliges una carrera, un corte de pelo, a tus amigos, a tu pareja. Escoges hacer cosas estimulantes, divertidas y satisfactorias o cosas aburridas, rutinarias y deprimentes. Escoges unos zapatos, un postre, tu alimentación. Decides si te tomas un trago más. A dónde te vas de vacaciones. El siguiente libro que leerás, si ves una u otra película, si sigues una serie de televisión.

En fin… tomamos decisiones todo el día todos los días desde que somos capaces hasta que dejamos de serlo.

Algunas respuestas nos son dadas en sueños o sugeridas por nuestro cuerpo. Algunas elecciones parecen muy obvias. Algunas nos parecen totalmente lógicas, aunque a veces, con el tiempo, cambiemos de opinión.

Es complicado decidir sobre invertir en un negocio o comprar un auto, porque implica fuertes sumas de dinero, préstamos y deudas. Pero al final te guías por necesidades e intereses, por sueños e ilusiones, porque hay que arriesgar para ganar.

En cambio, elegir entre dos vestidos, dos colores, dos tallas es fácil porque sabes que puedes cambiarlo o devolverlo. Son decisiones sin relevancia, que tomamos diariamente y no cambian en casi nada la ruta de nuestras vidas.

Pero hay decisiones complejas, que pueden afectar la vida de otros, que podrían cambiar la historia de alguien, que pueden brindar felicidad, paz, bienestar; que pueden modificar tu relación con el mundo, convertir tu historia en una dulce narración de fantasía o en un cuento de terror… En este rubro se encuentra la elección del nombre de un hijo.

  • Hay tres cosas que se deben tener más o menos claras: género del crío, apellidos, lugar donde es más probable que crezca.
  • Hay tres cosas que deben tomarse en cuenta: será bebé sólo por un tiempo, ser el diminutivo del padre o la madre no es grato, llevar el nombre de los abuelos no es un premio para nadie.
  • Hay que futurear: Deletrear tu nombre a cada persona que conoces es una friega. Tener más de dos nombres te obliga a batallar cuando llenas un formulario. Tener un nombre de moda (o sea, tener muchísimos tocallos) genera confusiones de identidad con personajes del canal de las estrellas.
  • Cuidado con los nombres extranjeros: Si usted va a tener un hijo 100% producto nacional, evite nombres que suenen mucho a lejanas tierras. En especial si no está seguro de cómo se escribe o cómo se pronuncia.
  • Los apellidos importan: Si su apellido es un objeto o un adjetivo, tenga mucho cuidado. Evite Rosa Espinoza, Pedro Roca, Zoila Lechuga, Rosendo de la Colina…
  • Si usted es sordo, permita que alguien más tome la decisión: Cuide malos entendidos como el sonado caso de Mónica Galindo y cacofonías como Rocío Cosío o Juan Talán. Si los apellidos son muy fuertes, equilíbrelos con un nombre suave, evitando Maximilianos y Carlotas. Si los apellidos son muy comunes, evite problemas con bancos y otras burocracias dándole un nombre menos Juan José y más Gastón u Horacio.

Seguramente hay cosas que no he tomado en cuenta. Todos estamos expuestos a burlas y malos ratos sin importar nuestro nombre. Pero hay cosas inevitables en las que hay que pensar al elegir el nombre de un inocente. La mejor forma de defender a un ser humano contra la adversidad es escoger un nombre más o menos bien pensado.

Por una ciudad de porcelana


Había una vez, hace no tanto tiempo, en una tierra lejana y oculta, una princesa muy alegre que se llamaba Jacinta. Todos los niños reciben de chiquitos hermosos dones y preciosos regalos. El de Jacinta fue un extraordinario poder: todo lo que tocaba se convertía en porcelana.

Paseaba Jacinta tocando edificios, autos, árboles, niños y perritos. Poco a poco el viento se llevaba todo lo que no era de porcelana. Desapareció la basura, el smog y los malos olores. Creó un paisaje brillante, limpio y ordenado… muy bonito.

Dios lo vio desde las nubes y pensó que aquella tierra apartada era un espectáculo maravilloso. Entonces, Dios dedicaba sus días a observar ciudades complicadas, sucias y ruidosas, y por las noches admiraba la ciudad de porcelana que lo relajaba antes de dormir. Le daba la paz para sobrellevar el desastre q tenía en el resto del planeta y nunca sacrificar el descanso por una pesadilla.

Pero una tarde entró el emocionado mejor amigo de Dios, Pedro, un cuadrúpedo peludo que se hacía cargo de cuidar a los rebaños. Pedro agitaba la cola y saltó alegremente para saludar a Dios. Sin querer, con la cola tumbó la ciudad de porcelana que Dios, descuidadamente, había colocado sobre una mesa de patas plegables. Árboles, casas, edificios, niños, mascotas, parques, autos, señoras, frutas y verduras… todas las piezas grandes y pequeñas de porcelana cayeron al piso y se hicieron añicos.

Dios pasó semanas sin poder dormir. Había perdido su paz…

Una mañana, mientras tomaba su café tras otra noche despierto resolvió que, si ya no tenía aquel hermoso lugar que le brindaba calma y le ayudaba a soportar todo lo adverso del resto de su creación, tendría que ponerse a trabajar. Necesitaba arreglar el desastre que había en el universo o nunca volvería a dormir.

Así fue como Dios puso orden en el mundo, sacrificó a los grandes males alimentando con ellos a un hambriento volcán. Eliminó todo lo que en la ciudad de porcelana se habría llevado el viento. Desapareció el hambre y la pobreza. Canceló las fuentes de violencia  y abuso. Los seres humanos y sus compañeros en la tierra quedaron libres de vivir la vida que corresponde con las alegrías y tristezas que Dios había planeado para ellos, y la belleza reinó de nuevo.

Bastó con que un perro despistado sacrificara una mágica ciudad para que Dios comprendiera que era tiempo de ponerse a trabajar.

Un hombre valioso


Acabo de conocer al hombre más maravilloso del mundo. En el transcurso de media hora me hizo reír y llorar. Creo que debo tomarlo de ejemplo para más de una cosa. Se llama Alberto, tiene 57 años y es taxista.

 

Ya me había subido a otro taxi, pero el conductor me dijo que no le daba tiempo de llegar hasta mi oficina porque dejaba de circular a las diez. Me bajé y le hice la parada a otro. No se detuvo. En el alto apareció un tercero y me subí.

Ni cuenta me di cuando me empezó a platicar. Tiene tres hijas, una graduada de administración y contaduría del Poli, una graduada de derecho de la UNAM y otra que está estudiando medicina también en la UNAM. Me contó lo multipremiadas que han sido las tres en sus escuelas, un orgullosísimo papá. Luego me dijo que él trabaja de seis de la mañana a nueve de la noche de lunes a viernes y sábados y domingos sólo medio día: “de seis a seis, porque el día tiene 24 horas, yo sólo trabajo 12”. Luego dijo: “Yo no sé si nací para taxista, pero sí me gusta. Y no me canso, fíjese. Tal vez porque mis hijas son mi motor”. Solté la primera lágrima.

No tengo claro cómo saltó de un tema a otro, pero en la siguiente cuadra me estaba platicando que él nació en Puerto Escondido, que su padre era un borracho y que él a los nueve años decidió que ya no tenía por qué soportar las cosas que estaban pasando en su casa. Se vino al D.F. y vivió tres años en la calle: “Robé pero nunca asalté. Robaba fruta en los mercados para poder comer. Cómo vendría yo de paisanito que cuando vi a la primera señora con medias pensé ‘¡Qué feas las mujeres del Distrito Federal! ¡Tienen los dedos de los pies pegados!’” Reí muchísimo.

Todo esto iba encaminado a decirme que en su vida no todo ha sido miel sobre hojuelas, pero que eso no ha hecho que cambie su carácter, que se sienta desafortunado, ni que ande de mal humor por la vida como tantos otros. Me dio mucha pena pensar que yo soy a veces de esos otros. Dijo que él cree que cuando naces te dan un costal y que tú decides con qué lo llenas. Puedes llenarlo de muchas tarugadas, rencores, enojos, tristezas… y volverlo muy pesado. Luego el problema no es de qué lo hayas llenado sino que cuando pesa, quieres que alguien más lo cargue. ¡Cierto!

Este hombre se fue a Estados Unidos. Tres hijas significan muchos gastos. “Ni siquiera de mojado… caminé 20 horas por el desierto. Me sangraban los pies. Tuve que meterlos en agua caliente para despegarme los calcetines”. Encontró trabajo limpiando un centro comercial por las noches. Dice que lo más increíble de aquella experiencia fue ver que los mexicanos, lejos de ayudarse entre ellos, se metían el pie los unos a los otros.

Me contó que un día sintió la urgencia de ir a Oaxaca, que lo acompañaron su mujer y sus hijas y que cuando llegó a la casa en la que había vivido estaban sacando a su padre para llevarlo a enterrar. ¿Por qué la urgencia? A saber, pero hasta esa fue una experiencia increíble y afortunada.

Total que me contó una vida de muchos altos y muchos bajos que no ha sido fácil pero que él se ha tomado con la mejor actitud. Me conmovió, literalmente, hasta las lágrimas y también me hizo reír toneladas.

Nos deseamos un muy buen día, una buena vida, una felicidad constante y entre risa y risa nos despedimos. Mi día empezó bien y, por primera vez en mi vida, un taxista lo hizo mejor. Tengo mucho que aprender de mi nuevo amigo Alberto y, haré el intento.

¿Qué quiere la niña fresa?


Crecí rodeada de gente súper fresa, y comparada con ellos soy bastante light. Sin embargo, tengo amigos que opinan lo contrario. Mis ex colegas del mundo restaurantil me consideran la fresa mayor de inicios del siglo XXI, aunque hace un par de meses me sentí muy halagada cuando uno de ellos me dijo que se me ha ido quitando. No sabe nada…

Hace un mes me tocó irme a dar de alta a la clínica familiar del IMSS y ayer me tocó la primera cita. Una sale del grupo de los fresas, pero lo fresa no sale de una… Aparentemente es una maldición para toda la vida.

Entré al consultorio que me asignaron diciendo buenos días. Tuvo que ser mi madre, quien me acompañaba, quien me ofreciera una silla. La doctora se lanzó a hacer preguntas a toda velocidad, sin decir buenos días, sin presentarse, sin hacer una pausa hasta que me oyó decir el primer “creo”. ¿¡CREO!? Y entonces, a toda velocidad me explicó la importancia de estar segura de mis respuestas. Se ve que eso la sacó totalmente de ritmo, de su plan y horario de consultas. Le tuve que hablar en el mismo todo para que dejara de regañarme por mi “creo” y que me diera dos segundos de paz para encontrar la respuesta correcta. A partir de ahí dejó de hablarme con las patas. Siguió atendiéndome rápido, pero entendió que rápido no significa de mala manera.

Me tomó la presión, me revisó la boca, me tocó una pantorrilla. Luego me mandó a dar vueltas por toda la clínica: medicina preventiva, dental, radiología, laboratorio, trabajo social. Hacer una cita con cada uno de ellos. Entiendo que empiezan a trabajar muy temprano, que ven a muchísima gente, que les exigen que vean tanta gente como sea humanamente posible, que la mayoría somos unas reses sin modales, que muchos llegan enfermos y asustados, alterados quizás. Entiendo que no es una chamba padre, ni fácil, ni divertida. Entiendo que lo que más quisieran es no estar ahí. Pero sería grato que vieran que tampoco los pacientes queremos estar ahí.

Es un sitio aterrador. Me querían vacunar contra el tétanos. Yo pregunte por qué me daría tétanos y la respuesta fue ¡porque los instrumentos para una cirugía pueden estar infectados! Y si lo saben, ¿por qué no los desinfectan? Ayer terminé de hacer mis citas y ahora me quita el sueño pensar en el dentista y sus instrumentos, en el laboratorio y sus agujas, en el radiólogo y su camarita… Es aterrador y no quiero volver.

Estoy yendo al IMSS a cambio de una tranquilidad que vendrá después, pero ni siquiera es una tranquilidad que tenga segura. Es decir, existe la posibilidad de que esté pasando por todo esto por absolutamente nada. El IMSS es una entidad gigante que de alguna manera protege al derechohabiente en caso de que el patrón se quiera pasar de listo. Yo quisiera tener la certeza de que no necesito que me defiendan del patrón. Lo que quisiera en realidad es un patrón que me asegurara que todo va a estar bien y que no tengo que dejar que el IMSS meta nada en mi boca, ni toque mi cuerpo con nada, ni inserte nada en mi piel.

Me está costando los dos ojos de la cara y un riñón asegurarme de que sus instrumentos infectados de tétanos no me toquen. Pero qué pasa con quienes ya perdieron los ojos y los riñones, empeñaron los relojes de sus abuelas y tienen un pariente enfermo. Ay, mi pobre México.