La vida en stand-by

Tengo muchas cosas que hacer, y las hago: en mi tiempo libre traduzco un libro del programa artístico de Bonampak con una mano y corrijo una revista de economía con la otra. En mi tiempo de oficina, escribo ajeno y atiendo peticiones desde todos los puntos cardinales. En mi tiempo de segunda jornada laboral, atiendo clientes de dientes para afuera y de dientes para adentro hago cuentas y pienso en más trabajo. Luego llega el tiempo en que ya no puedo trabajar más, pero tampoco duermo: no me acomodo, el perrito no me deja, hace frío, o calor, o me duele la espalda o las piernas…

Y mientras todo el tiempo del mundo está ocupado con todo este trabajo y todas estas tribulaciones y todas estas ganas de dormir y ver televisión y leer libros y seguir con la tesis, el resto de la vida sigue en stand-by.

Tengo que terminar para cobrar para empezar a buscar departamento y mudarme, y para comprar un par de muebles que me faltan y una lavadora. Tengo que esperar a que me paguen la quincena para poder ir al médico y averiguar lo que sólo el médico puede averiguar. Tengo que esperar a poder operar a Nora para empezar de nuevo el proceso de educación canina, ahora para corregir lo que no hice hace un año. Tengo que esperar un par de semanas más para saber lo que todavía no sé. Y tengo que esperar un par de meses para empezar de pedigüeña y otro par para cumplir 35 años. Tengo que esperar a Santa Clós y a los Reyes Magos y, si me porto bien, tal vez me toque una sorpresa.

Total que hago y hago y hago cosas, pero de una lista realmente enorme de pendientes no puedo hacer ninguno. Todo está en stand-by…

Me hace un poco de gracia (no mucha) esta situación de no tener un minuto libre y no estar haciendo nada al mismo tiempo. A la vez que me siento inundada de cosas que hacer, obligaciones, una lista de tareas diarias, no logro tachar ni uno solo de mis grandes pendientes. Se me van los meses y los días en imaginar cómo sería, en planear estrategias y logística, en pensar cómo convencer a dos que tres personas para que me ayuden en dos o tres tareas, llegado el momento. Se me van las noches en soñar lugares, tiempos, actividades recreativas y no, compras, ventas y otras transacciones económicas, entregas a domicilio, pagos a meses sin intereses y la magia de liquidar mi tarjeta de crédito. ¡Uy! Hasta pienso en unas vacaciones en la playa.

No tengo ninguna prisa porque sé que todo llegará. Nadie puede garantizar cuándo ni cómo, pero sin duda todo lo que tiene que pasar pasará: el depa, la lavadora y la playa. Mientras tanto, conserve la calma, querido lector. No se levante, no cambie de canal, no desabroche su cinturón, porque el viaje apenas empieza.

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