Archivos diarios: 31 enero 2013

Tatuose


Y que agarra y que se voltea y que se tatúa. Bueno, agarra, se voltea y deja que la tatúen, seamos francos. La experiencia fue diferente a todas las otras cosas que he hecho en la vida. Quedé de encontrarme afuera de mi trabajo con mi querido amigo Javi que muy amablemente accedió a acompañarme a Polanco al tema tatual. Nos trepamos a un taxi y le dijimos “Al museo Soumaya, por favor”, a lo que respondió: “Ahí me van diciendo”. ¡Chin! Pues nosotros tampoco tenemos mucha idea… Diosbendiga a Waze, a internet, al gps y —duele decirlo— a Telcel. Había muchísimo tránsito, pero llegamos sólo diez minutos tarde.

Entramos al estudio. Un sitio decorado con portadas de vinilos de la década de 1950, súper bien iluminado, con una camita como de doctor y no mucho más. Nos invitaron una cervecita, hablamos del diseñito, del tamaño del tatuaje, del tiempo que tardarían en hacerlo, del proceso y el tiempo de curación… Son francamente muy amables.

Luego llegó el momento estresante. Quítate la bota, súbete el pantalón por arriba de la rodilla, recuéstate boca abajo en la camita y relájate. Pedí otra cerveza. Me mostró mi aguja nueva e imponente. Parece bastante más terrible de lo que es en realidad. La impresión es parte de ser una novata. Me enseñó un objeto como de acero esterilizado, que es donde se mete la aguja, me imagino que es una especie de jeringa (¿?). Luego prendió la máquina tatuadora que hace un ruidito de golpeteo veloz, no muy fuerte, ni remotamente comparable con los ruidos del consultorio dental, pero nada agradable. En especial porque sabes que anuncia la sensación pinchadora.

Cuando empezó a pintar empezó a arder. Algunas partes del dibujo resultaron bastante más dolorosas que otras. Por suerte Javi me dejaba apretar su mano con fuerza y, por suerte, había música. Después de advertirles que si yo iba a aguantar la aguja ellos iban a aguantar mis gritos, cantaba yo para no tener que gritar. Me daba risa, mucha, pensar que estaba yo pasando por un asunto francamente incómodo por gusto. Me daba risa que yo que tanto odio las agujas decidí someterme a este proceso de más o menos una hora. Javi pensaba que estaba sintiendo cosquillas. Pero no, todo era risa nerviosa. Hubo dos o tres gritos medio fuertes, y en algún momento estuve a punto de morder la mano de quien tan generosamente me acompañaba. Necesité una tercera cerveza y la respectiva pausa para hacer pipí. Cuando volví a la camita sentí diferente, frío, bastante menos doloroso —o ardoroso— y en más o menos quince minutos estuve lista. Me tomaron una foto y prometieron enviarla por mail. Cuando la tenga, podré mostrársela.

Ahora arde un poco, pero pensé que sería peor. La regadera, la secada, la Vitacilina, el roce del pantalón… Es molesto, medio incómodo, pero nada insoportable. Pensé que sería como una quemada o un raspón que arden pa la chingada cuando se mojan y no se pueden tocar con nada. Se supone que tengo que cuidarlo mucho del sol, tengo que lavarlo con jabón neutro y ponerme mi pomadita. Obviamente no rascarme y evitar que la costra, cuando empiece a hacerse, raspe con cualquier cosa, para que no se bote la tinta. Luego todo será risa y presunción.

Estoy contenta. Hice algo que había querido hacer por mucho tiempo y quedó bonito. Espero no arrepentirme en un año ni en diez. De alguna manera tatuar este mantra en mi pierna derecha es como firmar un contrato, un compromiso por buscar lo que el mantra reza. Sí, sé que algunos dirán que pude haber firmado ese contrato de otra forma, pero esta es decorativa y me encanta.

Por cierto, el estudio donde me tatuaron es Flip Flop Tattoo Studio, por si ocupan.