Dudar o creer

Esta mañana se me hizo muy tarde. Entre el cambio de horario y mi alergia permanente a los despertares, salí de casa como media hora tarde. No me daba tiempo de esperar al metrobús, trasbordar y luego tomar un taxi o una bici para llegar a la oficina. Preferí tomar taxi desde el inicio del recorrido.

En la esquina donde suelo tomar taxi había uno con placa “en trámite” y en contra de todos mis instintos, me subí. Mientras cerraba la puerta oí que el conductor hablaba por teléfono, diciendo que ya no puede, que le faltan 600 pesos y que su interlocutora, de nombre Pati, podía llorar cuanto quisiera.

Después de los respectivos buenos días, el chofer me empezó a contar que su hija de 17 años tiene cáncer en el estómago, que la operan a finales de este mes, pero que tiene que pagar la quimio hoy. Me conto que ha venido pagando 3200 los últimos meses, pero que este mes la quimio subió 600 pesos, que tiene que pagarla hoy para que su hija reciba el tratamiento y que está desesperado.

Dijo que habló con el dueño del taxi y que éste le respondió que no tiene dinero. Recalcó que no le cree, puesto que es dueño de muchos taxis. Le pregunté si no hay un colega que le pueda prestar al menos una parte y dijo que no, que ya no hay colegas, que ya nadie ayuda a nadie, que antes, si se le ponchaba una llanta, alguien se detenía a ayudarle. Ahora, nadie. Le pregunté qué hay del Instituto de la Mujer y me dijo que sólo tratan problemas de específicos de mujeres y que el cáncer gástrico de su hija se tiene que tratar en cancerología. Dijo que habló con el médico y le pidió que le aguantar un par de días más. El médico le dijo que no, le dijo que venda algo. El conductor dijo que no tiene nada que vender, que si lo tuviera, no habría llamado.

Me quedé sin palabras. ¿Es posible, realmente que un hombre tenga a su hija enferma y nadie pueda ayudarlo? ¿O es, tal vez, una de esas escenas de las que hemos visto un millón en las que te cuentan una historia aterradora y terminan llevándose tu dinero? No lo sé.

Al final del recorrido el taxímetro marcaba 50 pesos; le extendí un billete de 200 y le dije que me diera sólo cien. Sé que 50 pesos no son mucho, pero pienso que de 50 en 50 juntas cien y luego los 600. También pienso que necesito mi resto para poder llegar a la quincena.

Me dijo “Ándele, que le vaya bien”. No me dio las gracias. Y creo que esa es la señal de que no mentía. Creo que está tan preocupado que no se dio color de que le dejé 50 pesos de más. Después de mí se subió un muchacho, y espero que después del muchacho se haya subido otro y otro y otro para que el hombre junte lo que necesita el día de hoy.

Seguramente hay quien pensará que me vieron la cara. Seguramente alguno de ustedes ya está pensando que caí en el truco más viejo de la historia. Es probable. Pero también es probable que todo sea verdad y que el hombre esté pasando por una de las experiencias más tristes de la vida: una hija enferma.

Creo que la misión es confiar y echarle bendiciones del tipo que cada quien quiera y ayudarle… al menos con 50 pesos. Si se inventó el cuento de la hija, la enfermedad y el dinero, él sabrá por qué lo hizo y en su conciencia llevará haber mentido sobre algo tan cabrón como la salud de su progenie. Yo me quedo el resto del día deseando que él y su hija estén bien.

4 pensamientos en “Dudar o creer

  1. rafaellizarraga 9 abril 2013 en 11:54 Reply

    😀

  2. Un Gallego Amigo 10 abril 2013 en 23:44 Reply

    Hala tía! Que lo que has hecho sólo es consecuencia de tener sangre en las venas, y no «agua de horchata»!

    Joder, si el tipo miente, creo que su situación es tan triste como si dice la verdad, pues para usar así un tema tan lastimoso, es preciso que sea él quien tenga horchata en las venas, y el tipo tendría que estar escribiendo su epitafio, pues ya está muerto por dentro.

    Y si la situación es real, creo que aquél que no sienta al menos una gota de compasión por ese pobre padre de famillia, también debería comenzar a escribir su epitafio, pues ya está muerto por dentro.

    Ser sensible al otro lleva siempre a intrincados caminos de dudas y a veces de conflicto, pero deja una paz muy escondida en lo profundo… Y sin embargo…

    – Un fuerte abrazo desde la airosa y semi-nublada Alacant.

  3. Monica Ph (@unys06) 17 abril 2013 en 12:54 Reply

    Ya ni se sabe si es verdad o no, a mí en una ocasión me tocó en el metro que un señor alto, de complexión robusta gritó que necesitaba dinero y casi lloraba porque iban a operar justo ese día a su hija y no tenía dinero para pagar. Mucha gente le dio dinero, a mi me conmovió, recuerdo que eso fue en la línea 9 del metro. Tiempo después, en la línea 1 se subió el mismo señor y dijo lo mismo. Quería gritar igual que era mentira pero no lo hice, nunca se sabe cómo pueden reaccionar personas de esa calaña. Así que he optado por no ayudar a nadie, triste pero cierto. 😦

    • sabina braz 18 abril 2013 en 11:41 Reply

      Muy cierto: qué tristeza. Porque conmovidos podemos dar todo lo que tenemos o podemos y si nos están viendo la cara y nos damos cuenta no volveremos a hacerlo… Y un día ya no vamos a creerle a nadie, y nadie va a ayudar a nadie y el mundo va a ser más triste y la gente más sola y los problemas más grandes. Claramente hay que leerles «Pedro y el lobo» (el del niño mentiroso, no el del cazador) a todos los niños del mundo, para que aprendan a no mentir tan en vano, a no abusar de la solidaridad de la gente. Saludos!

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