Archivos diarios: 8 septiembre 2011

¿Y si todo fuera juego?


Digamos que todo es un juego. Digamos que volviera yo a tontear como hice en 2008. Digamos que vuelvo a creerme eso de que puedo y quiero y debo estar sola. Digamos que puedo engañarme junto con el resto del mundo y pensar que todo está bien, que nada importa realmente, que de todo puede salir un chiste. Digamos que puedo terminar mis pendientes cualquier otro día, que no tengo prisa ni por un posgrado ni por un hijo ni por un lugar hermoso que habitar. Digamos que logro creerme que puedo ser otra Marguerite Duras, que puedo limitar la historia a escribir, asomarme por la ventana, tomar whisky y recibir amistades ocasionalmente, aunque no tenga el talento… Digamos que puedo vivir del recuerdo de un amante, aunque el mío no haya sido de la China del Norte.

Bah, digamos que cada quien hace su propio destino, que todos tenemos en nuestras propias manos el futuro y que nadie nos ha roto el corazón, que nos lo hemos roto nosotros mismos. Digamos que en realidad nada del exterior afecta nuestro interior, que hemos madurado, que hemos aprendido alguna lección, que ahora sí es en serio y que esta vez sí nos apegaremos a lo dicho, que nunca más —pero ahora sí de verdad, nunca— volveremos a poner nuestra vida en las manos de otro. Jamás creer, ni confiar, ni aceptar. Ni de una amiga, ni de un novio, ni del Dalai Lama. Nada.

Nunca digas nunca, dicen los que saben. Y bajita la mano, algo saben… Releía las primeras entradas de este su blog de confianza, en mayo de 2009, cuando todavía tenía muy presentes mis objetivos de desapego absoluto de la realidad afuera de mi hogar. Eran tiempos en que el futbol se veía mejor desde mi cama, el té me sabía mejor en mi sillón y tenía un perro en vez de dos gatos para que me acompañara. Eran tiempos en que, por alguna razón, los pesos me alcanzaban mejor. Eran tiempos en que extrañar no me hacía llorar. Me era más fácil que todo fuera un juego.

No han pasado ni tres años. Pero por alguna razón no estoy triunfando en ser la misma. ¿Será que lo que estaba cuarteado al fin terminó de romperse? Más gente entró y salió de mi vida en otras épocas y con menos estragos. En estos tres años he perdido amigos, amigas, amantes, novios, empleos, oportunidades, un perro y un jardín. Pero he ganado una cama, un librero, una mesa, cuatro amigas, dos gatos, una pasantía y una obsesión.

No tengo claro si el equilibrio es perfecto. Pero sí tengo claro que ese absoluto desapego no existe. Que desprenderme de la vida exterior no me será posible. Que esconderme de las emociones sería la más de las tonterías. ¿Qué haría yo sin una montaña rusa de emociones? ¿Qué haría con el tiempo libre que me queda entre el trabajo que me da de comer, el que me llevará a la titulación y el que tengo comprometido? Dice una de mis nuevas amigas que dormir. Pero en algo tengo que pensar mientras cocino, mientras limpio mi casa, mientras camino al camión. Por algo tengo que llorar en los comerciales cuando veo la tele. No puedo sólo circular por la vida sin tener algo que contarles. No se vale estar vivo si absolutamente todo es juego, su absolutamente nada importa. Si absolutamente todos desaparecen. Incluso escribir y tomar whisky en absoluta soledad ocupa un par de emociones perturbadas.