Intercambio de regalos, ¿dulce o travesura?

No he participado en muchos intercambios de regalos navideños. Los tres o cuatro años que trabajé en restaurantes y bares sí tengo claro que hicimos papelitos y rifas e intercambios y regalos. Y ahí se notó quienes eran más observadores que otros. En todo ese tiempo, creo que el mejor regalo que recibí fue el Surfer Rosa de Pixies. Claro que no tiene mucho chiste porque yo lo pedí. Pero venía muy monamente envuelto y el chavo que me lo dio parece haberlo dado con gusto.

En mi familia casi nunca es necesario el intercambio porque somos muy pocos —o somos muchos pero estamos regados por todo el mundo—. Si acaso un par de veces se ha hecho el intercambio. Cuando más, nos juntamos once. Esta vez, por ejemplo, seremos ocho. Es bueno porque en vez de comprar siete regalos más o menos, compras uno padre. Y en vez de irte a casa con siete cosas que no te gustan, te llevas sólo una. Ya ayer me llamaron “amargosita”, y a la hora de la cena me dijeron que lo negativo lo llevo en (el Rh de) la sangre. Da igual.

La familia de mi comadre tiene una dinámica padre. El 24 de diciembre no sólo celebran la Noche buena, también es el cumpleaños de una de ellas. Entonces se sienta un familión enorme alrededor de una mesota. Cada quien lleva un regalo envuelto navideñamente, pero todos son de broma. He visto pasar en esa mesa ladrillos, dulces de camote, muñecas rotas, marcos para foto súper kitsch, biberones de juguete, adornos horrorosos para la casa… Y se lo toman muy en serio. Algunos de ellos conservan durante todo el año el regalo de broma que recibieron y el siguiente diciembre lo envuelven precioso y lo vuelven a presentar ante la concurrencia. El chiste es que  cada quien tira los dados y si sale el número que pidió tiene derecho a quitarle su regalo a otro de los comensales. Y no hay límites. Un solo jugador se puede quedar con cinco, siete o diez regalos. Y muchos pueden irse a casa con las manos vacías.

La ventaja es que este es un juego, y todos de una forma u otra reciben algo lindo de alguien en Navidad.

Veo que la gente sigue entusiasmándose con el tema del intercambio de regalos. No puedo decir que lo entienda muy bien. Si siempre te vas a casa con algo que ni quieres ni necesitas ni te gusta. Son realmente pocas las personas observadoras que sabrán elegir una prenda de vestir que te guste y te quede. Son pocos quienes optarán por algo impersonal pero lindo, como un juego para masajear, exfoliar y humectar los pies, o unas pulseras que se parezcan a las que están de moda, o un colguije que tenga el estilo de lo que sueles colgarte. Quienes opten por chocolates y galletas podrán elegir calidad sobre cantidad o viceversa, pero no siempre podemos estar seguros de que el chocolate será un gran regalo. Y mire que este año yo recibí una cajita con unos de-li-cio-sos.

Hay que tomar muchas cosas en cuenta cuando se organiza el intercambio, de modo que todo mundo se vaya medianamente satisfecho y nadie se sienta timado. Poner un máximo y un mínimo de precio, tal vez. O lo que hicieron en mi bar de confianza este año: cada uno dio tres opciones de lo que le gustaría recibir. A mi amigo cantinero le tocó un libro que yo le recomendé hace años y está felizote con lo que le tocó.

En mi casa habrá intercambio. Yo hice un poco de trampa —¿para qué me piden que yo lo organice?— y le daré regalo a mi madre. No muy me acuerdo de quién me da a mí, pero creo que tampoco es importante. La mitad de los regalos los comprará mi hermana M porque la mitad de la familia son ella, su esposo y sus hijos, así que da un poco igual. El chiste es que te lo den el mero día, que venga envuelto y que siempre sea una sorpresa.

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